Espejismos(26)
—Debe de ser un secreto para Damen también, porque él ya se ha marchado.
Me doy la vuelta y lo miro a los ojos. Se me forma un nudo en el estómago y un escalofrío recorre mi piel.
—No se ha marchado —le digo sin intentar disimular el tono cortante de mi voz—. Solo ha ido a buscar el coche.
Roman se limita a encogerse de hombros. Su mirada está llena de compasión cuando replica:
—Lo que tú digas… Pero me parece que deberías saber que hace un momento, cuando he salido a fumarme un cigarrillo, he visto a Damen abandonar el aparcamiento y marcharse a toda velocidad.
Capítulo doce
Atravieso a toda prisa la puerta que conduce al callejón y observo el estrecho espacio vacío mientras mis ojos se acostumbran a la oscuridad. Veo una hilera de contenedores de basura llenos a rebosar, una estela de cristales rotos, un gato callejero hambriento… pero ni rastro de Damen.
Avanzo con dificultad mientras mis ojos buscan sin descanso; mi corazón late tan aprisa que temo que se me salga del pecho. Me niego a creer que no esté aquí. Me niego a creer que me haya abandonado. ?Roman es asqueroso! ?Un embustero! Damen jamás se marcharía así, sin mí…
Deslizo los dedos por el muro de ladrillos en busca de apoyo, cierro los ojos para sintonizar su energía y le envío mensajes telepáticos de amor, necesidad y preocupación, pero la única respuesta que obtengo es un persistente vacío negro. Con el móvil apretado contra la oreja, esquivo los coches que se dirigen a la salida mientras miro por las ventanillas y dejo una serie de mensajes en su buzón de voz.
Se me rompe el tacón de la sandalia derecha, pero me limito a quitármelas y arrojarlas a un lado antes de seguir avanzando. Me importan un comino los zapatos. Puedo conseguir un centenar de pares más.
Sin embargo, no puedo hacer aparecer a otro Damen.
Cuando veo que el aparcamiento poco a poco se vacía y sigue sin haber ni rastro de él, me desplomo sobre el bordillo de la acera, sudorosa, exhausta y desalentada. Observo los cortes y las ampollas de mis pies, que se sanan casi de inmediato, mientras pienso en lo mucho que me gustaría poder cerrar los ojos y acceder a su mente… poder saber lo que piensa, aun cuando no lograra averiguar su paradero.
Pero lo cierto es que jamás he logrado introducirme en su cabeza. Es una de las cosas que más me gustan de él. El hecho de que esté psíquicamente fuera de mi alcance hace que me sienta normal. Y, paradojas de la vida, una de las cosas que más me gustan de él actúa ahora en mi contra.
—?Necesitas ayuda?
Alzo la vista y descubro que Roman está de pie junto a mí, sacudiendo en una mano un juego de llaves y mis sandalias en la otra.
Sacudo la cabeza y aparto la mirada; sé que no estoy en condiciones de negarme a que me lleve a casa, pero prefiero caminar a gatas sobre brasas ardientes y cristales rotos que subirme a un coche de dos plazas con él.
—Vamos —me dice—. Prometo que no te morderé.
Recojo mis cosas, meto el teléfono móvil en el bolso y me aliso el vestido al tiempo que me levanto.
—Estoy bien —le aseguro.
—?En serio? —Sonríe, y se acerca tanto que las puntas de nuestros pies casi se tocan—. Si te soy sincero, a mí me da la impresión de que no estás tan bien…
Me doy la vuelta y comienzo a dirigirme hacia la salida sin molestarme en detenerme cuando dice:
—Y eso significa que las cosas no te van muy bien. Mírate, Ever, por favor: estás desali?ada, descalza y… parece que tu novio te ha dejado plantada, aunque eso no lo sé con seguridad.
Respiro hondo y sigo andando con la esperanza de que se canse pronto de este jueguecito. Quiero que pase de mí y siga su camino.
—Pero incluso en ese estado patético de desesperación, tengo que admitir que estás como un tren… y espero que no te moleste que te lo diga.
Me detengo de inmediato y me doy la vuelta para mirarlo, a pesar de que estaba decidida a seguir adelante. Me siento incómoda cuando sus ojos empiezan a recorrer con un brillo inconfundible mi cuerpo de los pies a la cabeza, deteniéndose en mis piernas, mi cintura y mi pecho.
—No puedo ni imaginar en qué estaría pensando Damen, porque yo en su lugar…
—Nadie te lo ha preguntado —lo interrumpo. Cuando me doy cuenta de que comienzan a temblarme las manos, me recuerdo a mí misma que controlo la situación sin problemas, que no hay razón para sentirme amenazada… Que aunque parezca una chica indefensa normal y corriente, soy cualquier cosa menos eso. Soy más fuerte de lo que era; tan fuerte que, si realmente quisiera, podría derribar a Roman de un solo golpe. Podría mandarlo volando sobre el aparcamiento hasta el otro lado de la calle. Y no creáis que no siento la tentación de demostrárselo.
él esboza esa sonrisa lánguida que funciona con todo el mundo menos conmigo, y sus gélidos ojos azules se clavan en los míos con una expresión tan sagaz, tan íntima, tan juguetona… que mi primer impulso es salir corriendo.
Pero no lo hago.
Porque todo en él es desafío, y no pienso dejar que gane.