Espejismos(21)



Puede que mis sentimientos no se basen en nada más sustancial que un intenso aguijonazo en las entra?as cada vez que él está cerca, pero lo cierto es que el chico nuevo me pone los pelos de punta.

Como hace calor, me dirijo al centro comercial de South Coast Plaza y no al Fashion Island, que es exterior, aunque estoy segura de que los lugare?os harían justo lo contrario.



Pero yo no soy una lugare?a. Soy de Oregón. Lo que significa que estoy acostumbrada a que el clima preprimaveral sea mucho más… preprimaveral. Ya sabes: grandes chaparrones, cielos nublados y mucho barro. Como la primavera de verdad. No este caluroso, extra?o y antinatural híbrido de verano que intenta hacerse pasar por primavera. Y, por lo que he oído, se pondrá peor. Y eso me hace echar de menos aún más mi hogar.

Por lo general, hago lo posible por evitar lugares como este: un sitio plagado de luces, ruidos y energía generada por la gente que siempre consigue agotarme y ponerme de los nervios. Y sin Damen a mi lado como escudo psíquico, tengo que volver a recurrir al iPod.

Pero me niego a llevar puesta la capucha y las gafas de sol para bloquear los ruidos como solía hacer. Se acabó lo de parecer un bicho raro. En lugar de eso, concentro la mirada en lo que está justo delante de mí y bloqueo las visiones periféricas, tal y como Damen me ha ense?ado.

Me coloco los auriculares en las orejas y subo el volumen para que la música me aísle de todo salvo de las espirales irisadas de las auras y de los pocos espíritus incorpóreos que flotan por el lugar (quienes, a pesar de que tengo la mirada clavada al frente, se colocan justo delante de mí). Y cuando entro en Victoria's Secret con el objetivo de acercarme a la sección de camisones atrevidos, estoy tan absorta, tan concentrada en mi misión, que no veo que Stacia y Honor están justo al lado.

—?Ay, Dios mío! —canturrea Stacia, que se acerca a mí con tanta decisión que cualquiera pensaría que soy una mesa con un cartel que dice: ??Gucci a mitad de precio!?—. No puede ser cierto. —Apunta con el dedo el salto de cama que llevo en la mano, y su dedo con manicura perfecta se agita para se?alar la abertura que empieza por arriba y por abajo y se une en un círculo de brillantitos cerca de la parte central.

Y aunque en realidad solo lo estaba mirando y no había pensado siquiera en comprarlo, ver la expresión de su rostro y escuchar los pensamientos desde?osos que cruzan por su cabeza hace que me sienta como una completa estúpida.

Lo dejo de nuevo en la percha y me llevo la mano a los auriculares, como si no hubiera escuchado ni una sola de sus palabras. Después me dirijo a la sección de conjuntos de algodón, que son mucho más de mi estilo.

Sin embargo, justo cuando empiezo a observar unos cuantos camisones con rayas rosas y naranjas, me doy cuenta de que probablemente no sean en absoluto del estilo de Damen. Seguro que él prefiere algo un poco más atrevido. Algo con más encaje y mucho menos algodón. Algo que pueda considerarse sexy de verdad. Y no me hace falta mirar hacia atrás para saber que Stacia y su fiel perrita faldera me han seguido.

—Ay, mira, Honor… La rarita no consigue decidirse entre comprar algo de buscona o algo de chica dulce. —Stacia sacude la cabeza mientras me mira con una sonrisa llena de desprecio—. Confía en mí, ante la duda elige siempre algo de buscona. Es mucho más fácil acertar. Además, si no recuerdo mal, a Damen no le va mucho el rollo dulce.

Me quedo paralizada; siento un irracional nudo en el estómago a causa de los celos y se me seca la garganta. Pero solo duran un momento, porque después me obligo a respirar de nuevo y a seguir mirando; me niego a dejarla pensar, ni siquiera por un segundo, que sus palabras me afectan.

Además, estoy al corriente de todo lo que ocurrió entre ellos, y me alegra poder decir que no fue ni dulce ni sucio. Porque no ocurrió nada en absoluto. Damen solo fingía que le gustaba para poder llegar hasta mí. Con todo, el mero hecho de pensar que lo fingía me pone nerviosa.

—Venga, vamonos ya. No puede oírte —dice Honor, que se rasca el brazo mientras nos mira a su amiga y a mí; después comprueba su teléfono por enésima vez para ver si Craig ha respondido a su mensaje de texto.

Sin embargo, Stacia no se mueve ni un centímetro; está disfrutando demasiado de la situación como para rendirse con tanta facilidad.

—Me oye muy bien —asegura con un asomo de sonrisa en la comisura de los labios—. No te dejes enga?ar por el iPod ni por los auriculares. En realidad escucha todo lo que decimos y todo lo que

Pensamos. Porque Ever no es solo un bicho raro, también es una bruja.

Me doy la vuelta para dirigirme al otro lado del establecimiento. Examino los sujetadores y los corsés push-up mientras me digo a mí misma: ?Ignórala. Ignórala. Concéntrate en las compras y ya se largará?.

Pero Stacia no se mueve de allí, me agarra del brazo y tira de mí para decirme:

—Venga, no seas tímida. Demuéstraselo. ?Demuéstrale a Honor que eres un auténtico bicho raro!

Clava su mirada en la mía y me aprieta el brazo con tanta fuerza que sus dedos pulgar e índice están a punto de tocarse, con lo que un torrente de energía malévola y desagradable atraviesa mi cuerpo. Sé que trata de presionarme, intenta que muerda el anzuelo porque sabe muy bien de lo que soy capaz después de aquella vez en la que me hizo perder el control en el pasillo del instituto. Solo que en aquella ocasión no lo hizo a propósito; entonces no tenía ni idea de lo que yo podía hacer.

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