Espejismos(24)



Aprieto los labios y miro al suelo, porque lo cierto es que ha intentado ense?arme muchas veces. Pero soy una estudiante terrible, y he fracasado en tantas ocasiones que lo mejor para ambos sería que le dejara a él lo de hacer aparecer las flores.

—Hazlo tú —le digo, encogiéndome al ver la desilusión que se dibuja en su rostro—. Eres mucho más rápido que yo. Si intento hacerlo, montaré un espectáculo, la gente se dará cuenta y tendremos que explicar…

Damen sacude cabeza, negándose a dejarse convencer por mis palabras.

—?Cómo vas a aprender si siempre me dejas a mí?

Dejo escapar un suspiro. Sé que tiene razón, pero no quiero desperdiciar nuestro precioso tiempo tratando de hacer aparecer un ramo de rosas que puede que no se manifieste nunca. Lo único que quiero es tener las flores en la mano, decirle a Miles que ha estado magnífico e irme al Montage para seguir con nuestros planes. Y hace apenas un rato, él parecía desear lo mismo. Sin embargo, ahora ha adoptado ese tono serio de profesor que, para ser sincera, me bastante el rollo.

Respiro hondo y sonrío con dulzura. Acaricio su solapa con los dedos mientras le digo:

—Tienes toda la razón del mundo. Y mejoraré mucho, te lo prometo. Pero creo que esta vez deberías hacerlo tú, ya que eres mucho más rápido que yo… —Acaricio la zona que hay bajo su oreja, a sabiendas de que está a punto de ceder—. Tarde o temprano conseguiremos las flores, y cuanto antes las tengamos, antes podremos marcharnos para…

Ni siquiera he terminado de decir la frase cuando él cierra los ojos y extiende la mano hacia delante como si sostuviera un ramo de flores. Miro a nuestro alrededor para asegurarme de que nadie nos ve, con la esperanza de que todo acabe pronto.

Sin embargo, cuando vuelvo a mirar a Damen, empieza a entrarme el pánico. No solo porque su mano sigue vacía, sino porque un reguero de sudor se desliza por su mejilla por segunda vez en solo dos días.

Algo que no resultaría extra?o en absoluto si se deja a un lado el hecho de que Damen no suda nunca.

De la misma manera que nunca se pone enfermo y jamás tiene días malos, Damen jamás suda. No importa la temperatura exterior, no importa la tarea que se traiga entre manos, siempre parece fresco y Perfectamente capaz de controlarlo todo.

Excepto ayer, cuando fracasó a la hora de abrir el portal.

Excepto ahora, que no ha logrado manifestar un sencillo ramo de flores para Miles.

Cuando le toco el brazo y le pregunto si se encuentra bien, siento un leve cosquilleo en vez del calor y el hormigueo habituales.

—Por supuesto que estoy bien. —Entorna los ojos, pero después alza los párpados lo justo para mirarme antes de cerrarlos con fuerza de nuevo. Y, a pesar de que nos hemos mirado apenas un instante, lo que he atisbado en sus ojos me deja helada y débil.

Esos no son los ojos cálidos y afectuosos a los que me he acostumbrado. Son unos ojos fríos, distantes, remotos… los mismos que ya he visto esta semana. Observo cómo se concentra: su frente se arruga, su labio superior se cubre de sudor. Está decidido a acabar de una vez para que podamos disfrutar de nuestra noche perfecta. Y, como no quiero que esto derive en una repetición de lo que ocurrió el otro día, cuando no consiguió abrir el portal, me pongo a su lado y cierro los ojos también.

Visualizo un hermoso ramo de dos docenas de rosas rojas en su mano, inhalo su potente aroma dulce y siento los suaves pétalos sobre sus largos y espinosos tallos…

—?Ay! —Damen sacude la cabeza y se lleva el dedo a la boca, aunque la herida ya ha sanado antes de llegar a sus labios—. He olvidado ponerlas en un jarrón —dice, convencido de que ha creado las flores sin ayuda, y yo no pienso sacarle de su error.

—Déjame a mí —le digo en un intento por complacerlo—. Tienes mucha razón, necesito practicar —a?ado. Cierro los ojos y visualizo el jarrón que hay en el comedor de mi casa, ese que tiene uní complicado dise?o de espirales, grabados y facetas luminosas.

—?Cristal Waterford? —Se echa a reír—. ?Quieres que piense que nos hemos gastado una fortuna en esto?

Yo también me río, aliviada de que su comportamiento extra?o haya llegado a su fin y de que vuelva a bromear. Me pone el jarrón en las manos y dice:

—Toma. Dale esto a Miles mientras yo voy a buscar el coche y lo traigo hasta la puerta.

—?Estás seguro? —pregunto. La piel que rodea sus ojos parece tensa y pálida, y su frente todavía está algo húmeda—. Porque podernos entrar, felicitarlo y salir pitando. No hay por qué quedarse mucho rato.

—De esta forma podremos evitar la interminable fila de coches y marcharnos aún más deprisa. —Sonríe—. Creí que estabas impaciente por llegar al hotel…

Lo estoy. Estoy tan impaciente como él. Pero también estoy preocupada. Preocupada por su incapacidad para hacer aparecer las cosas, preocupada por la efímera expresión de frialdad de sus ojos. Contengo el aliento mientras él da un trago de su botella y me recuerdo a mí misma lo rápido que ha sanado su herida para convencerme de que eso es buena se?al.

Y, a sabiendas de que mi preocupación solo conseguirá que se sienta peor, me aclaro la garganta y le digo:

Alyson Noel's Books