Espejismos(16)
Asiento una vez más, impaciente por empezar.
—Bueno, quiero que cierres los ojos y que te imagines un velo resplandeciente de suave luz dorada que flota por encima de ti —dice al tiempo que entrelaza sus dedos con los míos.
Hago lo que me pide e imagino una réplica exacta del portal que me llevó antes allí, el que Damen colocó delante de mí para salvarme de Drina. Y es tan hermoso, tan brillante y tan luminoso que mi corazón se llena de alegría cuando levanto la mano hacia él, impaciente por sumergirla en ese radiante manantial de luz brillante, ansiosa por regresar a ese lugar mágico. Y justo cuando mis dedos entran contacto y están a punto de hundirse en él, el resplandor desap; ^e mi vista y regreso a mi habitación.
—?No puedo creerlo! ?Estaba tan cerca…! —Me giro hacia Damen—. ?Estaba justo delante de mí! ?Lo has visto?
Es increíble lo cerca que has estado —me dice. Y, aunque su rada es tierna, su sonrisa parece forzada.
—?Puedo intentarlo de nuevo? ?Y si lo intentamos juntos esta vez? —pregunto, pero mis esperanzas se vienen abajo en el momento en que él niega con la cabeza y se da la vuelta.
—Lo estamos haciendo juntos, Ever —murmura al tiempo que se enjuga la frente y aparta la mirada—. Me temo que no soy muy buen profesor.
—?Eso es ridículo! Eres un profesor genial, lo que pasa es que hoy no tienes un buen día, eso es todo. —Sin embargo, cuando lo miro veo que no lo he convencido. Así que cambio de táctica y decido culpabilizarme—: Ha sido culpa mía. Soy una perezosa y una chapucera que se pasa la mayor parte del tiempo intentando distraerte de las lecciones para poder enrollarme contigo. —Le doy un apretón en la mano—. Pero eso se ha acabado. A partir de ahora voy a ponerme a trabajar muy en serio. Dame otra oportunidad y te lo demostraré.
Me mira. Es obvio que alberga serias dudas de que funcione, pero como no quiere desilusionarme, me da la mano para intentarlo de nuevo. Ambos cerramos los ojos para visualizar ese espléndido portal de luz. Y, justo cuando empieza a tomar forma, Sabine abre la puerta principal y comienza a subir las escaleras, lo cual nos desconcierta tanto que, como una exhalación, nos colocamos cada uno en un extremo de la habitación.
—Hola, Damen; he supuesto que era tu coche el que está aparcado en la entrada. —Mi tía se quita la chaqueta y recorre con unos cuantos pasos la distancia que la separa de mi escritorio. Todavía esta cargada de la energía de su oficina cuando estrecha la mano de Damen y se fija en la botella que tiene apoyada sobre la rodilla—. De modo que eres tú quien ha enganchado a Ever.
Pasea la mirada entre nosotros con los ojos entornados y los labios fruncidos, como si hubiese conseguido todas las pruebas que necesitaba.
Presa del pánico, miro a Damen de reojo con un nudo en la garganta y me pregunto cómo va a explicárselo.
Sin embargo, Damen opta por desde?ar el comentario con una risotada antes de decir:
—?Soy culpable! A la mayoría de la gente no le hace gracia, pero, sea por la razón que sea, a Ever parece gustarle. —Esboza una sonrisa que pretende ser persuasiva y encantadora y que, en mi opinión, es ambas cosas a la vez.
Sin embargo, Sabine sigue mirándolo, impasible. —Al parecer, eso es lo único que le interesa ya. He comprado kilos y kilos de alimentos, pero se niega a comer.
—?Eso no es cierto! —exclamo, enfadada al ver que empieza con eso una vez más, y encima delante de Damen. Pero cuando veo la mancha de batido en su blusa, mi enfado se transforma en indignación—. ?De dónde ha salido esa mancha? —pregunto mientras la se?alo con el dedo como si se tratara de la letra escarlata, de una se?al de deshonra. Sé que debo hacer cualquier cosa para convencerla de que no vuelva allí.
Se mira la blusa y se la frota con los dedos mientras lo piensa; luego hace un gesto negativo con la cabeza, se encoge de hombros y dice:
—Me he chocado con alguien. —Y por la manera en que lo dice, tan casual, tan indiferente, tan despreocupada, resulta obvio que ella no está ni de cerca tan impresionada por ese encuentro como parece estarlo Mu?oz—. Bueno, ?sigue en pie lo de la cena del sábado? Pegunta.
Trago saliva con fuerza mientras insto telepáticamente a Damen a que asienta, sonría y responda que sí, aunque en realidad no tiene ni la más remota idea de lo que está hablando mi tía, ya que he olvidado mencionárselo.
—He reservado mesa a las ocho —agrega Sabine.
Contengo la respiración mientras observo cómo Damen asiente y sonríe, tal y como le he pedido que haga. Incluso da un paso más allá y a?ade:
—No me lo perdería por nada de] mundo.
Estrecha la mano de Sabine y se dirige hacia la puerta sin soltarme. Sus dedos están entrelazados con los míos y me provocan un maravilloso y cálido hormigueo en todo el cuerpo.
—Siento todo este asunto de la cena —le digo al tiempo que alzo la vista para mirarlo a los ojos—. Supongo que esperaba que estuviera demasiado ocupada con el trabaja como para acordarse.
Aprieta con fuerza los labios contra mi mejilla antes de meterse en el coche.
—Se preocupa por ti. Quiere asegurarse de que soy lo bastante bueno para ti, de que soy sincero y de que no voy a hacerte da?o. Créeme, ya he pasado por esto antes. Y, aunque puede que haya estado cerca una o dos veces, no recuerdo ninguna ocasión en la que no haya superado una inspección. —Sonríe.