Espejismos(12)
—Puedes pintar lo que quieras —le digo con un tono de voz alegre y afable, el tono de voz que utilizaba en mi antigua vida, la que llevaba antes de que toda mi familia muriera en un accidente y Damen me salvara convirtiéndome en inmortal—. Solo tienes que lograr que parezca real, como una fotografía. De hecho, se supone que debemos utilizar una fotografía para mostrar nuestra fuente de inspiración y, por supuesto, también para la evaluación. Ya sabes, para poder demostrar que hemos conseguido representar lo que pretendíamos.
Echo un vistazo a Damen, preguntándome si ha escuchado algo lo que he dicho, y me fastidia ver que ha decidido elegir su cuadro en lugar de comunicarse conmigo.
—?Y qué está pintando él? —pregunta Roman mientras se?ala con la cabeza el lienzo de Damen, una ilustración perfecta de los campos en flor de Summerland. Cada brizna de hierba, cada gota de agua, cada pétalo de flor… todo es tan luminoso y tangible que parece como si estuvieras allí—. Parece el paraíso. —Asiente con la cabeza.
—Lo es —susurro, tan asombrada por el cuadro que respondo con demasiada rapidez, sin pararme a pensar lo que he dicho. Summerland no solo es un lugar sagrado, también es nuestro lugar secreto. Uno de los muchos secretos que he prometido guardar.
Roman me mira con las cejas arqueadas.
—Entonces, ?es un lugar real?
Antes de que pueda responder, Damen sacude la cabeza y dice:
—Eso le gustaría a ella. Pero me lo he inventado, solo existe en mi cabeza. —Luego me mira y me envía un mensaje telepático: ?Cuidado?.
—?Y cómo vas a aprobar el trabajo si no tienes una foto que demuestre que existe? —pregunta Roman.
Damen se encoge de hombros y sigue con su pintura. Sin embargo, Roman sigue mirándonos con los ojos entornados y una expresión interrogante. Sé que no va a dejar correr el asunto, así que lo miro y le digo:
—A Damen no se le da muy bien seguir las normas. Prefiere hacer lo que le viene en gana. —Recuerdo todas las veces que me convenció para que no fuéramos a clase, para que apostara en las carreras y cosas peores.
Cuando Roman asiente y se gira hacia su lienzo y Damen me envía telepáticamente un ramo de tulipanes rojos, sé que ha funcionado: nuestro secreto está a salvo. Así pues, meto el pincel en un poco de pintura y me pongo a trabajar. Estoy impaciente por que suene el timbre para que podamos irnos a casa y empezar con la verdadera lección.
Después de clase, recogemos nuestras cosas y vamos al aparcamiento. Y, a pesar de mi intención de mostrarme agradable con el chico nuevo, no puedo evitar sonreír al ver que ha aparcado en el otro extremo.
—Nos vemos ma?ana —le digo, aliviada al ver que por fin voy a perderlo de vista; porque, a pesar de que todos parecen fascinados por él, yo no siento lo mismo por más que lo intento.
Abro la puerta del coche, dejo la mochila en el suelo y mientras me siento le digo a Damen:
—Miles tiene ensayo y yo me voy directa a casa. ?Quieres seguirme? —Me giro y descubro con sorpresa que está delante de mí, balanceándose ligeramente de un lado a otro con una expresión tensa en el rostro—. ?Te encuentras bien? —Alzo la mano para apoyar la alma en su mejilla en busca de calor o humedad, de alguna se?al que demuestre inquietud, aunque en realidad no espero encontrar ninguna. Y, cuando Damen hace un gesto negativo y me mira, durante una décima de segundo, su rostro se queda pálido. Sin embargo, vuelve a la normalidad en un abrir y cerrar de ojos.
—Lo siento, es solo… que tengo una sensación rara en la cabeza —dice mientras se pellizca el puente de la nariz con los dedos y cierra los ojos.
—Pero creía que tú nunca te ponías enfermo… que nosotros no Podíamos ponernos enfermos… ?Estaba equivocada? —pregunto, incapaz de ocultar mi nerviosismo mientras recojo la mochila del suelo. Quizá se sienta mejor si toma un trago de la bebida inmortal, ya que él necesita mucha más cantidad que yo. Aunque no estamos muy seguros de por qué, Damen cree que tomarla durante más de seis siglos le ha creado una especie de dependencia, con lo que necesita tomar más y más cada a?o que pasa. Lo que significa, probablemente, que yo también necesitaré más con el tiempo. Y, aunque parece que falta mucho para eso, espero que me ense?e cómo fabricarla para no tener que molestarle siempre que necesite un nuevo suministro.
No obstante, antes de que pueda decir nada, coge su botella y da un buen trago, me estrecha contra su cuerpo y aprieta sus labios contra mi mejilla para decirme:
—Estoy bien, de verdad. ?Echamos una carrera hasta tu casa?
Capítulo siete
Damen conduce rápido. Como un loco, la verdad. En realidad, el hecho de que ambos dispongamos de un radar psíquico que resulta muy útil a la hora de localizar policías, tráfico en sentido contrario, peatones, animales descarriados y cualquier otra cosa que pueda interponerse en nuestro camino no significa que debamos abusar de él.
Sin embargo, Damen no piensa lo mismo. Y esa es la razón por la que ya me está esperando frente al porche delantero de mi casa cuando llego y empiezo a aparcar.
—Creí que no llegarías nunca. —Se echa a reír mientras me sigue hasta mi habitación, donde se deja caer sobre la cama, me tira encima de él y se inclina para darme un suave y agradable beso… Un beso que, si de mí dependiera, no terminaría nunca. Me haría muy feliz pasar el resto de la eternidad entre sus brazos. El mero hecho de Saber que tenemos un número infinito de días para estar juntos me hace más feliz de lo que puedo expresar con palabras.