Espejismos(18)
—Por desgracia, pasaron un par de siglos hasta que di contigo —susurra mientras desliza la boca desde mi cuello hasta mi orejad—. Dos siglos muy solitarios, debo a?adir.
Trago saliva con fuerza. Porque sé que la ?soledad? de la que habla no implica que estuviera ?solo?. Más bien lo contrario. Con todo, no le digo nada al respecto. De hecho, no pronuncio ni una palabra. Estoy decidida a dejar todo eso atrás, a olvidar mis inseguridades y a dar el siguiente paso. Tal y como prometí que haría.
Me niego a pensar en cómo pasó esos doscientos a?os sin mí.
O en cómo pasó los siguientes cuatrocientos mientras se recuperaba del hecho de haberme perdido.
Y tampoco voy a pensar siquiera en los seiscientos a?os que han pasado desde que comenzó a estudiar y practicar las… las ?artes amatorias?.
Y, desde luego, con toda seguridad, no voy a preocuparme por las hermosas, elegantes y experimentadas mujeres que ha conocido durante todos esos siglos.
De ninguna manera.
Yo no.
Me niego incluso a pensarlo siquiera.
—?Te paso a buscar a las seis? —pregunta al tiempo que recoge el cabello de mi nuca y lo retuerce para convertirlo en un largo cordón dorado—. Podemos ir primero a cenar.
—Aunque en realidad ninguno de los dos comemos —le recuerdo.
—Ah, es verdad. Buena observación. —Sonríe mientras me suelta el pelo, que cae sobre mis hombros, y me coge por la cintura—. No obstante, estoy seguro de que podremos encontrar otra cosa en que ocupar nuestro tiempo, ?no crees?
Le devuelvo la sonrisa. Ya le he dicho a Sabine que me quedaré a pasar la noche en casa de Haven y espero que ella no intente comprobarlo. Solía creer en lo que yo le decía, pero desde que me pillaron bebiendo, me expulsaron y casi dejé de comer, tiene cierta tendencia a investigar las cosas más a fondo.
—?Estás segura de que esto no te supone ningún problema? —pregunta Damen, que ha interpretado la expresión de mi cara como indecisión, cuando solo son nervios.
Sonrío y me inclino para besarlo, impaciente por disipar todas las dudas (las mías más que las suyas), justo en el momento en el que Miles arroja su mochila sobre la mesa y dice:
—?Ay, mira, Haven! ?Han vuelto a las andadas! ?Los tortolitos han regresado!
Me aparto de Damen con la cara roja de vergüenza. Haven se echa a reír y se sienta al lado de Miles mientras examina la mesa.
—?Dónde está Roman? —pregunta—. ?Alguien lo ha visto?
—Estaba en clase de tutoría. —Miles se encoge de hombros mientras quita la tapa de su yogur y se inclina sobre el guión.
?Y antes estaba en historia?, pienso al recordar cómo lo he ignorado durante toda la clase a pesar de sus numerosos intentos por llamar mi atención, y cómo, cuando ha sonado el timbre, me he quedado atrás fingiendo buscar algo en mi mochila. Prefería enfrentarme con la mirada del se?or Mu?oz y sus conflictivas ideas sobre mí (mis buenas notas frente a mi innegable rareza) que a la de Roman.
Haven se encoge de hombros, abre la caja de su magdalena y suspira antes de decir:
—Vale, fue bonito mientras duró.
—?De qué estás hablando? —Miles levanta la mirada mientras ella, con los labios fruncidos y la mirada abatida, se?ala más adelante. Cuando todos seguimos con la mirada la dirección que indica su dedo, vemos que Roman no deja de hablar y de reírse con Stacia, Honor, Craig y el resto de la tropa ?guay?—. Bah. —Se encoge de hombros—. Ya verás como vuelve…
—Eso no lo sabes —dice Haven, que quita el papel de su magdalena roja sin apartar la mirada de Roman.
—Por favor… Lo hemos visto mil veces antes. Todos los chicos nuevos con la más mínima posibilidad de ser guays han pasado por esa mesa en algún momento. Pero los que son guays de verdad nunca duran mucho allí… porque los que son guays de verdad acaban aquí. —Se echa a reír mientras da unos golpecitos en la mesa amarilla de fibra de vidrio con sus brillantes u?as de color rosa.
—Yo no —digo, ansiosa por apartar el tema de conversación de Roman, consciente de que soy la única a la que le hace feliz ver que nos ha abandonado por una panda mucho más chic—. Empecé aquí desde el primer día —les recuerdo.
—Sí, claro… —Miles se echa a reír—. Pero yo me refería a Damen. ?Recuerdas que permaneció durante un tiempo en el otro bando? Pero al final recuperó el buen juicio y regresó; y lo mismo hará Roman.
Bajo la vista hasta mi bebida y empiezo a darle vueltas a la bote-en la mano. Porque, aunque sé que Damen jamás fue sincero durante su breve coqueteo con Stacia, que solo lo hizo para llegar hasta mí y para descubrir si a mí me importaba, las imágenes de ellos dos juntitos están grabadas a fuego en mi cerebro.
—Sí, es cierto —dice Damen al tiempo que me da un apretón en la mano y me besa en la mejilla; percibe lo que pienso, aunque no siempre pueda leerme el pensamiento—. Está claro que recuperé el buen juicio.
—?Lo veis? Lo único que nos queda es tener fe en que Roman haga lo mismo. —Miles asiente—. Y, si no lo hace, es que en realidad nunca ha sido guay de verdad, ?no creéis?