Ciudades de humo (Fuego #1)(67)



—No soy un aburrido.

—Entonces, ponme una película de esas.

—?Qué te ha dado con darme órdenes?

—?Qué te ha dado con decirme a todo que no?

—No puedes quedarte aquí tanto tiempo. ?Sabes lo que nos harán si nos pillan?

—?Cuánta gente te suele visitar por la noche?

—Por ahora, tienes el honor de ser la primera.

—Entonces, déjame quedarme un rato. Venga, por favor, no molestaré. No haré ruido. Solo quiero ver cómo son. Solo un ratito. Porfa. Porfa. Po...

—Como vuelvas a decirme ?porfa?, no te cargo el iPod.

—Vale, yo no lo digo más y tú me pones una película. ?Trato?

él pensó un momento, analizándola como si no terminara de fiarse de ella. Finalmente, suspiró.

—Está bien —se resignó—. Escoge una.

Alice se sintió como si acabaran de decirle que podía hacer lo que quisiera. Una oleada de ilusión la invadió y fue dando brincos hacia la estantería.

—?Puedo elegir cualquiera? —preguntó, repasándolas frenéticamente—. ?En serio? ?Cualquiera?

—Sí, cualquiera —murmuró Rhett considerablemente menos entusiasmado.

Ella las repasó todas en tiempo récord. Eran muy distintas. Al final, la que más le llamó la atención fue una que tenía una máscara en la carátula. Se la ense?ó a Rhett, que estaba de pie con aspecto de estar replanteándose su vida.

Cuando vio cuál había elegido, esbozó una mueca.

—?En serio? ?Quieres ver una peli de miedo y co?a? —Alice asintió—. Mira que eres rara. Incluso con las películas.

—?No te gusta? ?La has visto?

—No es de mis favoritas, la verdad.

—Y ?por qué la tienes?

—Por si alguna vez viene una rarita que quiera ver películas malas a las dos de la ma?ana.

Alice sonrió ampliamente cuando él le quitó la cinta de las manos y la metió en otro aparato que había debajo del televisor. La pantalla negra parpadeó y Alice dio un paso atrás, aterrada.

—?Ha hecho algo!

—Sí, se ha encendido. —Rhett la miró, muy serio—. Ten cuidado, podría explotar.

—??QUé?!

—?Cuidado, escóndete, rápido!

Alice estuvo a punto de atrincherarse debajo de la cama, pero se detuvo cuando se dio cuenta de que él estaba sonriendo.

?Se estaba riendo de ella? Puso los brazos en jarras, muy ofendida.

—?Lo que acabas de hacer es imperdonable! ?Te has aprovechado de mi desconocimiento para burlarte de mí!

—Creo que lo superarás.

—?Es imperdonable! —repitió.

—Siéntate, anda. —Rhett negó con la cabeza—. No va a explotar, era broma.

Alice le dedicó una última mirada molesta antes de mirar a su alrededor y optar por sentarse de piernas cruzadas a los pies de la cama. ?Incluso el colchón era más cómodo que el suyo! Qué injusto era todo.

—No entiendo cómo estás tan amargado teniendo tantos lujos —murmuró.

—Fingiré que no he escuchado eso.

—Me encanta tu cama —le dijo Alice alegre y saltando suavemente sobre esta, haciendo que el colchón rebotara con el peso.

Rhett se quedó mirándola un momento antes de cerrar los ojos, negar con la cabeza e intentar centrarse en lo que hacía, cosa que Alice no entendió.

Al final, él se sentó en la alfombra, con la espalda apoyada junto a las piernas de Alice. Unas letras inundaron la pantalla y ella se quedó mirándola con atención.

—?Qué hace esa chica? —preguntó confusa.

En realidad, hacía preguntas cada diez segundos. Le sorprendía que Rhett todavía no la hubiera echado.

—Hablar por teléfono —aclaró él.

—?Qué es un teléfono?

—Lo que te habría pedido si nos hubiéramos conocido en otras circunstancias.

—?Eh?

—Sirve para hablar con gente a distancia.

—Ooooooh. ?Y ahora qué hace?

—Correr.

—?Por qu...?

—Mira la película en silencio o te echo.

—Pero ?el silencio no es divertido!

Rhett le dedicó una mirada molesta y ella se apresuró a callarse y a centrarse en la película.

Pero, claro, el silencio no duró mucho.

—?Por qué nadie mata a ese? —preguntó, sacudiendo el hombro de Rhett, que parecía llorar por dentro—. ?Dile que pare!

—No pued...

—Ya no me gusta su máscara. Es de cobarde. ?Debería ense?ar la cara!

—Es una película, no le busques el sentido.

—Si no tiene sentido, ?por qué la vemos?

—Porque tú no puedes dormirte. —La miró con mala cara—. ?Quieres callarte? No oigo nada.

Ella se calló. Al menos, otros cinco minutos más, después empezó a enfadarse por los sustos que daba la película y porque ninguna de las víctimas supiera defenderse del enmascarado.

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