Ciudades de humo (Fuego #1)(125)
—Pues la verdad —dijo Jenell, como si fuera evidente.
—Que lo hicisteis —aclaró Annie.
—?Qué?
—?Es verdad que te tiras también a Rhett? —preguntó Jenell—. Porque eso es muy fuerte. Y todo el mundo dice que Max te castigó por eso.
Alice frunció el ce?o.
—?Que si me lo...?
—Que si te los tiras.
—?Por dónde?
—?En tu cama!
—?Por qué querría tirar a nadie en mi cama?
—Es una broma, ?no? —preguntó Annie.
—Es de la zona de los raritos —comentó Jenell—. Quizá... lo pregunta en serio.
—Bueno. —Annie lo pensó un momento—. Ya sabes, si te los... llevaste al huerto.
—?Para qué?
—Joder, chica, que si lo habéis hecho.
—?El qué?
—?Que si habéis tenido sexo!
Se escuchó por toda la habitación.
Todo el mundo se quedó mirándolas. Eso provocó una sensación incómoda y extra?a en el cuerpo de Alice que no le gustó. En absoluto. Clavó una dura mirada en Annie, irritada.
—Lárgate de aquí. Y tú también. Las dos.
—Es que todo el mundo lo dice, ?sabes? —sonrió ella—. Era solo curiosidad, no te enfades.
—He dicho que os marchéis —espetó Alice, volviendo a tumbarse.
—De todas formas —escuchó que decía Jenell—, con esa cicatriz a mí me daría mal rollo liarme con Rhett. Con Kenneth lo entiendo, pero... ?con Rhett? Es un no definitivo.
—?Por qué? A mí me gusta —la contradijo Annie.
—?Incluso con la cicatriz?
—?La cicatriz le da el toque perfecto!
—?Y el mal humor?
—Bueno..., a veces da miedo, sí. Pero me gusta igual —confirmó Annie.
—Tienes unos gustos rarísimos —dijo Jenell, riendo.
—?Vais a largaros de una vez, sí o no? —les preguntó Alice enfadada, mirándolas de nuevo, quitándose los auriculares y dejándolos en su regazo.
—Quizá —sonrió Annie—. ?Qué pasa? ?Te molesta que lo sepamos?
—Me molesta vuestra presencia.
—Pues lo siento mucho, porque vas a tener que aguantarla un poco más.
Alice sintió que todo el enfado acumulado de esos días empezaba a salir y se esforzó por no echarlas a patadas.
—Fuera... de... aquí.
—?O qué? —sonrió Annie—. Todo el mundo sabe que das pena en combate, además...
La vista de Annie se desvió hacia los auriculares, que quiso coger, lo que fue suficiente como para terminar con la poca paciencia que le quedaba a Alice. Le dio un golpe en el brazo, apartándola. Esta reaccionó enseguida poniéndose de pie, igual que Jenell. Alice también lo hizo, claro. Estaba furiosa.
Y, justo en ese momento, tuvo que aparecer la única persona que podía empeorar la situación: Kenneth.
—?Qué pasa? —las miró con curiosidad.
Annie y Jenell se dedicaron una mirada significativa, pero Alice las ignoró para centrarse en el idiota que tenía delante, enfadada.
—?Se puede saber qué les has contado a los demás de nosotros?
él la miró de arriba abajo, como si fuera un insecto que merecía ser pisoteado.
—La verdad, ?qué querías que contara, Alice?
—?La verdad? ?Qué verdad?
—La única. —él apretó la mandíbula cuando vio que gran parte de la habitación se centraba en ellos.
Al parecer, no le hacía mucha gracia que su mentira se descubriera tan pronto. Suerte que a Alice le daba absolutamente igual su opinión.
—?Qué les dijiste? —repitió esta, levantando la voz.
—Lo que pasó. —Kenneth dio un paso hacia ella—. Que me suplicaste que llegara hasta el final, pero yo no quise y...
Alice había avanzado hacia él mientras hablaba y, sin siquiera pensarlo, le puso un brazo en la garganta y lo apretó contra su propia litera, haciendo que se tambaleara. El pobre Davy asomó la cabeza, alarmado, pero se calló al ver la situación. Y Alice apretó aún más el brazo, haciendo que Kenneth se pusiera rojo.
—Mentiroso —masculló ella furiosa—. No te he hecho nada. Nunca. ?Se puede saber cuál es tu problema conmigo? ?Por qué no puedes dejarme en paz de una vez?
—Apártate —le advirtió él.
Alice sabía perfectamente que él podía liberarse cuando quisiera, pero le dio igual.
—?Tenías que decírselo a Max? —Alice se tambaleó hacia atrás cuando Kenneth la empujó, y se pasó una mano por la garganta.
—?De qué hablas?
—?De Max, idiota! —Alice retrocedió cuando vio que él se acercaba, igual de furioso que ella.
—Yo no le dije nada a Max. —Kenneth se detuvo lo suficientemente cerca como para tener que agachar la cabeza para mirarla de forma amenazante.