Ciudades de humo (Fuego #1)(120)
—?Cómo te llamas, querida? —preguntó en voz baja, sin mirarla.
—Alice.
—?Alice? —levantó la mirada y la clavó en ella con media sonrisa enigmática—. No. No lo creo.
Ella se tensó por completo, cosa que hizo que la sonrisa de Charles aumentara.
—?En qué zona naciste?
Oh, no. Alice notó una gota de sudor frío bajándole por la espalda, pero no dijo nada. No podía hablar. Estaba ahogada en su propio terror.
—?En la de los androides? —supuso él, bajando aún más la voz para que solo Alice pudiera oírlo—. ?Eres uno de ellos?
Alice negó con la cabeza, haciendo que los ojos de él brillaran con diversión maliciosa.
—?Te han dicho alguna vez que los androides están hechos para gustar, querida? —siguió Charles, en un susurro.
—?Qué? —Ella por fin reaccionó, confusa.
—Si vieras a un androide, lo encontrarías atractivo al instante y ni siquiera podrías explicar por qué. Y la razón es que están hechos con base en los ideales de belleza de los humanos. —él volvió a observar su mu?eca—. Es mucho más fácil hacer que un humano acepte tu presencia si se siente sexualmente atraído por ti, ?no crees? Y tú eres deslumbrante. Es algo obvio, aunque eso ya lo sabes.
Se quedó muda. Su mente estaba en blanco. Y ella, tensa.
—?Te han contado alguna vez que cada creador deja su huella en los androides que fabrica? Es como un pintor con su firma. Para que se sepa que son de su propiedad. —Charles volvió a pasar el pulgar por su mu?eca—. Algunas están bien escondidas. Hay creadores con un sentido del humor muy curioso. Una vez vi una marca entre las piernas de una androide. ?En qué estaría pensando el creador? ?Quién iba a ver eso ahí? Aparte de mí, claro.
Alice lo miró con el ce?o fruncido. No entendía nada. Miró a Max, confundida. Este, que no oía lo que decía Charles, permanecía inmóvil en su sitio, observándolos con interés y dispuesto a actuar si era necesario.
—Otros son más tradicionales —aclaró él—. Ponen marcas casi imperceptibles para la mayoría de la gente en zonas como la nuca, el pie, la espalda..., incluso en las mu?ecas.
?Qué? Alice bajó la mirada hacia su mu?eca y no fue capaz de ver nada, pero porque sus ojos se clavaron en la mano de Charles. No se había dado cuenta hasta ahora, pero al mirarla de tan cerca percibió algo extra?o en ella.
Y, como un relámpago, el recuerdo vino a ella enseguida.
El de su zona. Ese chico perfecto. El que todos los padres adoraban y, un día se había vuelto loco en el pasillo. 49.
Alice nunca había vuelto a saber de él hasta ese momento.
Era él. Era Charles. Recordaba su cara. Recordaba la forma de su mandíbula, por algún motivo. Muchas veces se lo había cruzado por los pasillos y lo había seguido con la mirada sin saber por qué. Durante mucho tiempo, había sentido una mezcla de envidia e interés hacia él que no había sabido explicar. Justo como le había pasado unos minutos atrás, al volver a verlo.
Y esa mano... Recordaba cómo a 47, justo antes de que invadieran su ciudad, le habían cortado una como castigo y lo habían dejado regresar con los demás con la condición de que no volviera a cuestionar la valía de los padres. ?Y si Charles no lo había aceptado y lo habían echado?
—Y ?dónde llevas la tuya? —preguntó Alice lentamente.
Charles sonrió, inclinándose sobre ella.
—Eres una chica bastante lista. No es fácil enga?ar a una ciudad entera. No está mal. Nada mal.
Alice intentó liberar su mano, pero él tiró un poco más de ella. Derek dio un paso hacia ellos, Max lo detuvo con un gesto.
—Ven a visitarme alguna vez y te ense?aré mi marca —dijo Charles, sonriéndole.
—Ni en sue?os —le aseguró ella en voz baja.
—Te esperaré de todas formas. —Charles no se dio por vencido, la miró de arriba abajo y con un solo movimiento dio la vuelta al revólver para ofrecérselo—. Toma. Un regalo. Para que no te olvides de nuestro peque?o secreto. Y para que no te olvides de mí.
Alice agarró el revólver, nerviosa, y él sonrió de manera significativa.
—Un placer volver a verte, Alice.
Y, dicho esto, se dio la vuelta sin siquiera preocuparse de que lo atacase por la espalda. Dos hombres agarraron la caja y lo siguieron. Alice se sujetó la mu?eca inconscientemente.
—Vámonos de aquí —escuchó decir a Max.
En el coche, Alice no dejó de revisar su mu?eca, intentando descubrir cualquier tipo de marca, pero sin éxito. ?La había enga?ado?
—?Estás bien? —le preguntó Ellen.
—Sí —murmuró no muy segura.
—Lo has hecho genial —le dijo Derek—. Mantener la calma en una situación así no es fácil.
—Eso es cierto —murmuró Ellen, mirándola—. ?Qué te estaba diciendo?