Ciudades de humo (Fuego #1)(124)
—Ten cuidado —masculló, sin embargo, antes de volver a centrarse en los demás como si nada hubiera pasado.
Alice sabía que si la ignoraba era por culpa de Max, pero dolía de la misma forma. Lo echaba de menos. Mucho más de lo que esperaba que se pudiera a?orar a alguien. Alguna noche había pensado en ir a verlo, incluso, pero no podía arriesgarse a que los desterraran a ambos de la ciudad.
De hecho, en varias ocasiones durante esas dos semanas se había preguntado cuál sería el problema si la echaban de la ciudad. Después de todo, ?no era ese el objetivo? Su padre le había dicho que fuera al este. Era el único lugar seguro para ella, ?no?
Pero ?por qué sentía que se le formaba un nudo en el pecho al pensar en abandonar ese lugar?
Como necesitaba mantener su mente ocupada —con urgencia— se había enganchado a leer los libros que Davy le prestaba con la siguiente amenaza: si doblaba una página, ensuciaba o perdía el libro, amanecería muerta.
Sí, Davy era muy tranquilito para todo, pero cuando te metías con sus libros se volvía verdaderamente violento.
Además, él creía que Alice no sabía leer muy bien —como algunos adolescentes de esa ciudad—, así que se sorprendió mucho cuando se terminó uno de sus libros en dos días. Uno de más de setecientas páginas. Y es que la pobre Alice se había pasado tantas horas de su vida en la biblioteca de su antigua zona que no podía evitar leer a toda velocidad.
Davy la estaba mirando en busca de una respuesta. ?Qué había preguntado?
Ah, sí, lo de la exploración.
—Sí —dijo Alice torpemente, colocando un trozo de papel en la página en la que se había quedado antes de cerrar el libro—, fui con ellos.
—Y ?cómo fue?
Alice lo miró, confusa.
—?El qué?
—Salir —aclaró Davy—. ?Como es salir?
—?Nunca has salido?
—No que yo recuerde. Llegué aquí siendo bastante peque?o. ?Cómo es... el exterior?
Alice se acomodó sobre la almohada.
—Caluroso. Vacío. Triste.
—Sí, me lo imaginaba.
—No te perdiste nada importante —le aseguró Alice en voz baja.
—Todo el mundo quiere ser explorador, pero yo no. —Puso los ojos en blanco—. Con lo cómodo que es quedarte aquí leyendo... ?Para qué querrías ir a dar vueltas innecesarias por el exterior?
Y, tras eso, volvió a tumbarse felizmente en su cama.
Alice había descubierto unos días antes que a nadie le importaba el hecho de que tuviera un iPod. De hecho, cada cual tenía sus cosas, que el resto respetaba. Así que se puso los auriculares y buscó la lista favorita de Rhett.
Eso volvió a hacer que se sintiera como si estuviera al borde de un precipicio, sujetando solo la mano de Max, que podía soltarla en cuanto le apeteciera. Lo irónico era que esa era exactamente la forma en que se sentía en su antigua zona. Al borde del precipicio, siempre, con su padre como único punto de apoyo. Solo había cambiado la cara de la persona que la aguantaba.
Estaba tan distraída que sus ojos empezaron a cerrarse incluso antes de que apagaran las luces. Fue entonces cuando vio a dos chicas acercándose a su cama. Rápidamente, se desperezó y las miró con desconfianza.
—?Qué? —preguntó directamente, apagando el iPod pero sin quitarse los auriculares.
—Oye, Alice, ?te acuerdas de nosotras?
—Dejadme en paz. —Ni siquiera las miró.
Eran las que se habían dedicado a meterse con sus amigos cuando era una principiante. Y recordaba perfectamente cómo la prueba de una de ellas con Rhett la había incomodado mucho. Esa era la que menos le gustaba.
Pero ?qué hacían allí? No era su habitación. Y desde que Max se había puesto tan estricto con ella nadie visitaba dormitorios ajenos para no hacer que el castigo cayera sobre ellos.
—?Podemos sentarnos? —preguntó la que se llamaba Annie, según recordó.
Lo hicieron sin esperar respuesta. En su cama. Alice las observó con desconfianza mientras se miraban entre ellas y sonreían. ?Qué era tan gracioso? ?Por qué no la dejaban en paz?
—Bueno, yo soy Annie y ella es Jenell —dijo la del pelo negro.
—Enhorabuena —murmuró Alice.
—No parece que tengas muchas ganas de hablar.
—Eres muy lista.
Annie y Jenell se miraron entre ellas. Se estaban quedando sin maneras de empezar una conversación.
Pero allí siguieron, sin moverse. A centímetros de ella.
—?Puedo ayudaros en algo? —preguntó Alice al final, exasperada.
Volvieron a mirarse entre ellas y sonrieron. Alice empezó a arrepentirse de haber apagado el iPod solo para ver cómo se reían y se miraban.
—Hemos oído lo que te pasó con Kenneth.
—?Sí? —Alice se sentó, aburrida antes incluso de empezar la conversación—.Y ?qué habéis oído exactamente?