Ciudades de humo (Fuego #1)(117)
—Derek —advirtió Ellen.
—Perdón. —él se calló cinco segundos, antes de hablar en voz tan baja que Alice apenas lo escuchó—. El muy idiota se metió solo en el bosque y no lo hemos vuelto a ver.
—?Derek! —Ellen miró a Alice—. No le hagas caso. El último tirador está en la ciudad, encargándose de unos trabajos pendientes.
Alice soltó una risita nerviosa. Esperaba que la versión de Ellen fuera la real.
Por un momento deseó haber cogido su iPod, pero probablemente a Max eso no le habría gustado mucho. Y, por el ambiente a su alrededor, dedujo que tampoco iban a poner música con la radio del coche.
Así que un viaje largo y silencioso.
Genial.
Deseó que Rhett hubiera ido con ellos y, casi en el mismo instante en que pensó en él, se ruborizó y desvió la mirada hacia la ventana, intentando centrarse en el paisaje.
Durante la mayor parte del trayecto, el camino fue de bosque, y el coche no dejaba de dar tumbos de un lado a otro por los baches. Alice estaba empezando a marearse. Parecía que no iban a salir nunca de allí. Se arrepintió de haber elegido ese lado del coche cuando vio que, por el de Derek, había un río que, aunque no era muy ancho, era bonito.
Mirando de reojo el agua, se preguntó qué se sentiría al nadar. Lo más cerca que había estado eran las duchas, pero no podía compararse. Había visto imágenes del mar, pero realmente no tenía una idea muy clara de cómo era. Siempre había querido visitarlo, pero ni siquiera sabía si estaba muy lejos de la ciudad.
El paisaje no tardó en cambiar, distrayéndola. El bosque empezó a hacerse menos espeso, los árboles, más escasos, el río se desvió hacia otra parte y Alice sacó la cabeza por la ventanilla para observar mejor los edificios que se erigían delante de ellos.
Por un momento, pensó que sería otra ciudad mucho más avanzada, con más edificios y más altos. Pero, al acercarse, se dio cuenta de que la mayoría estaban medio derrumbados, casi todas las ventanas estaban rotas y las puertas, abiertas. Había coches aparcados en medio de las carreteras que Max tenía que esquivar estratégicamente, así como montones de objetos ennegrecidos por todos lados. Todo parecía viejo, sucio y usado. De hecho ?quemado? Había mucha madera ahora negra que parecía haber vivido momentos mejores.
—?Esto es...? —preguntó ella lentamente.
—Era —corrigió Derek en voz baja. Esta vez no parecía estar bromeando—. Una ciudad que no obedeció a Ciudad Capital. Una ciudad muerta.
Así que era eso de lo que hablaba Giulia cuando advirtió a Max. Lo que hacían con los que no obedecían.
—?Pueden quemar ciudades? —preguntó perpleja—. ?Nadie se ha opuesto jamás?
—Ah, lo han intentado. Pero los resultados nunca han variado mucho.
Alice miró a Max, que había apretado la mandíbula al escucharlos. ?Era eso lo que les pasaría si no se entregaba? ?Quemarían su ciudad también? ?Por su culpa?
No quiso volver a mirar el paisaje.
Le pareció que había pasado una hora desde que habían dejado la ciudad cuando el coche redujo la velocidad hasta detenerse por completo. Alice levantó la cabeza y se dio cuenta de que estaban en una zona cercana a otro bosque, pero esta más desierta, como si algo hubiese sido quemado allí también, solo que sin edificios de por medio.
Los demás salieron del coche, Alice los imitó. Esa zona tan abierta la hacía sentir un poco expuesta, así que no dejó de echar miraditas a su alrededor mientras seguía a Derek hacia la parte trasera del coche. él subió al remolque y entregó la munición a Ellen, que se la guardó en el cinturón. Alice la miró con envidia. Ella también quería un arma. Probablemente no la usaría, pero se sentiría más segura.
Ilusionada, esperó, pero esa esperanza desapareció cuando vio que Derek bajaba del coche sin darle nada. Max apareció a su lado.
—?Y yo? —preguntó confusa.
Max clavó la mirada en ella. Se sintió un poco ridícula.
—Si uno de nosotros te dice algo, lo haces. —Le tendió un fusil que había sacado del asiento trasero del coche y Alice lo sujetó, algo nerviosa—. Si te disparan, defiéndete. Si nos disparan, defiéndenos. Y, si no pasa nada, que es lo más seguro, mantente al margen y no hables. No estorbes.
Y dicho esto, le dio la espalda. Ella se quedó mirándolo y sintió la tentación de sacarle la lengua, enfurru?ada.
De todas formas, se apresuró a cargar el fusil y comprobar que tenía el seguro puesto, como le había ense?ado Rhett. Tener la seguridad de que sabía usarlo aplacó sus nervios, pero no lo suficiente como para que el arma casi se le cayera al percatarse de que Max la miraba de reojo, como si quisiera asegurarse de que lo hacía bien.
?Por qué tenía que habérsele caído el arma? ?Con Rhett lo hacía todo perfecto!
Bueno, casi todo.
Chasqueó la lengua al recordar el labio que le había dejado la noche anterior.