Yerba Buena(88)



Sobre ella, la luna brillaba entre las ramas y podía ver mejor. Estaba lejos del sendero pero quería adentrarse más, quería el musgo que se extendía sobre los árboles caídos. Quería la resbaladiza y húmeda babosa banana en la palma de la mano. Quería sentir los helechos en el rostro y la tierra sobre su piel. Quería andar y andar. Ante ella había un grupo de secuoyas jóvenes que se elevaban alrededor de un antiguo tocón hueco. Casa, pensó, metiéndose en la hondonada.

Le dolía todo cuerpo debido al agotamiento. Se tumbó sobre un lecho de agujas de pino, y encontró una sección plana y lisa en el árbol hueco. Apoyó la cabeza sobre él. Se envolvió con los brazos para mantener el calor. Cerró los ojos y sintió la mejilla de Emilie contra la suya, sintió la babosa banana deslizándose sobre su estómago y sobre el de Annie, visualizó el rastro brillante que dejaba sobre sus pieles desnudas. Se las imaginó a ambas apareciendo allí. A Annie viva, todavía con dieciséis a?os, diciendo: ?Claro que estoy bien. ?Por qué estabas tan preocupada??. El pelo de Emilie cayéndole suavemente por la espalda y acercándola a ella para darle un beso. Estaba sobre los hombros de su padre, escuchando el río correr, sintiéndose valiente y poderosa. ?Ven aquí?, le decía Emilie abriéndole los brazos. ?Estamos contigo?, decía Annie. ?Estamos contigo?. Dave llevándola en su coche con las luces de la bola de discoteca bailando por el techo. Su madre tomándola de la mano y diciéndole: ?Lo siento. Eres perfecta. Tendría que haberte querido mejor?. El peque?o Spencer pegando su cuerpo al de ella. Grant viéndola por la ventanilla y sintiendo alegría en el pecho. La respiración de Sara se volvió más regular, su cuerpo se rindió. Se durmió en las profundidades del bosque.





YERBA BUENA La noche después de que Sara se marchara, Emilie so?ó que estaba en Guerneville. Iba recorriendo una larga calle en medio de la oscuridad, buscando a Sara. Vio una luz en una casa y el coche de Sara aparcado ante ella. Siguió un camino cubierto de musgo hasta la puerta. Se quedó parada en silencio. Pensó en llamar, pero cambió de opinión.

En su sue?o, condujo a un motel. Se quitó la ropa y nadó hasta el centro de la piscina. Flotó con los ojos abiertos hacia el cielo negro.

Pero algo la sobresaltó y sacó la cabeza del agua. El estruendo de un camión atravesó la noche, primero lejano y luego cada vez más cerca. Los faros delanteros cada vez más brillantes. Estaba sola y flotando en el agua. Tenía que moverse pero no podía; tenía que gritar, pero no salía ningún sonido. Entonces la camioneta ya estaba sobre ella y el agua empezó a entrar por su boca.



Se despertó sobresaltada y temblando, y saltó de la cama como si pudiera ahogarse.

Estaba en mitad de la noche. Los destellos del sue?o la presionaban. La casa de Sara. Una piscina negra y un cielo negro. Los faros de un coche. El agua entrándole por la boca.

Sacó un jersey del cajón, se puso unos vaqueros y se metió el móvil en el bolsillo. Bajó corriendo la escalera de caracol. Agarró las llaves y la cartera y se calzó los zapatos en el recibidor. Salió a la noche tranquila, se metió en el coche y encendió el motor.

Entró en Ocean Avenue con el cuerpo temblando. No había dejado de temblar desde la ma?ana anterior, por mucho que lo hubiera intentado.

Sabía cómo funcionaba, había pasado anteriormente por eso. Alguien a quien quería la abandonaba. Su trabajo consistía en permanecer callada, quieta y apartada. Esperar, no necesitar nada, no confiar en que volviera.

Todas las noches que Jacob había desaparecido mientras ella dormía y luego había reaparecido por la ma?ana en el restaurante, o por la tarde llamando a su puerta.

Todos los a?os que había pensado que había perdido a Colette para siempre, hasta la ma?ana en la que se presentó en su puerta con todas sus pertenencias.

La tarde que se había despedido de su padre en casa de la abuela, segura de que todo había acabado, pero él había vuelto con ella meses después, a revolver gumbo en su cocina.

Incluso Sara, después de aquella primera vez, había captado la mirada de Emilie desde el otro lado del restaurante, había encontrado un momento para hablar a solas con ella y le había dicho que la quería de vuelta.

Emilie siguió sus faros a través de las calles de Long Beach hasta la 405, en dirección al norte.

El padre de Sara había muerto. Sara tenía negocios que atender. No tiene nada que ver conmigo, pensó Emilie. Pero cada vez que se lo decía a sí misma, volvía a temblar.

Sara había paseado por su casa, le había hablado a Emilie de su vida. Finalmente, se había acurrucado en el colchón y se había quedado profundamente dormida. Emilie había observado la respiración constante de Sara, cómo su pecho subía y bajaba, y había sentido un amor tan inmenso que la había aterrorizado. Necesitaba que Sara se quedara.

Pero tenía que ocultar lo que ella necesitaba para que Sara fuera libre de marcharse. De ese modo, Sara no tendría que pensar en ella o preocuparse, podría hacer lo que tuviera que hacer sin que Emilie se interpusiera.

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