Yerba Buena(84)



—Habladme de Annie —pidió Sara.

Annie. Con su cola de caballo despeinada, meciéndose a cada paso. Su voz ligera y ronca, sus chistes malos que acababan haciéndolos reír a todos cuando estaban cansados o borrachos.

—Por favor —insistió Sara—. Necesito saber qué pasó. Acabo de descubrir algo… Sé que mi padre estuvo involucrado en ello.

Jimmy le tomó la mano a Crystal y giró su anillo de bodas en círculos alrededor de su dedo, mientras Crystal lo observaba. Lily y Dave se miraron. Lily asintió.

—Tu padre y sus amigos —puntualizó Dave—. Todos ellos. Es lo que dice la gente.

—Vale —respondió Sara—. Todos ellos. —La aspirina no estaba haciendo efecto. Se frotó las sienes—. Sigo sin entenderlo.

—Supongo que fue un accidente —continuó Dave—. Fue a ellos a por drogas e hicieron algo en tu casa. Tomó demasiadas. —Sara se sentía mareada. Se inclinó hacia adelante y apoyó la cabeza en las rodillas—. La gente dice que lo intentaron, pero no pudieron salvarla. No llamaron a nadie.

—Sabían que si lo hacían iban a estar muy jodidos —intervino Jimmy.

—Así que esperaron hasta que se hizo de noche —explicó Dave—. Y ocultaron el cuerpo en el río.

—?Cómo lo sabéis? —preguntó Sara.

—Cuando arrestaron a tu padre hace un tiempo, muchas cosas salieron a la luz —prosiguió Crystal—. El grupo se desmoronó, la gente empezó a hablar. Pero nunca encontraron pruebas suficientes. Había pasado demasiado tiempo.

—?Y nadie hizo nada?

—Lo estuvimos hablando —a?adió Lily—. Pero ?qué podíamos hacer? Estaba muerta. La vida de todos ya estaba arruinada. John y Mark eran tan adictos por aquel entonces que ni siquiera sus padres los acogían. Intentaban estafar a turistas para que les dieran dinero y dormían bajo el puente. Todo el mundo sentía pena por ellos.

—?Y qué hay de Eugene? —quiso saber Sara—. ?Por qué nadie fue a por él?

—Eugene —murmuró Dave—. Ese hijo de puta. Oímos que fuiste a su casa con un chico el día que te marchaste.

—Necesitaba dinero, dijo que me ayudaría. —Jimmy resopló—. Estaba desesperada —se justificó Sara—. Le creí.

—?Te lo dio? —quiso saber Crystal.

No hacía falta que se lo contara todo. Encontró un modo de decirlo.

—Hizo que me lo ganara.

—Hijo de puta —repitió Dave.

Cuando Sara se levantó, Lily la se quedó mirándola, esperando.

—La gente como Eugene… —empezó Lily mirando fijamente a Sara—. Los hombres como Eugene. Pocas veces pagan por lo que hacen.

Asintió. Se puso de espaldas. El chocolate caliente la había reconfortado. Todavía le dolía la cabeza. Sobre ella se elevaba el techo abovedado de la iglesia vacía del padre de Lily.

—Este puto pueblo —masculló Sara.

Dave le apoyó la mano en la rodilla.

—Te hemos echado de menos.



La casa estaba en silencio cuando Dave la dejó. Entró y vio que solo estaban Tina y Spencer. Tina dormía en el sofá, con la cabeza apoyada sobre el regazo de Spencer.

—Hola —saludó Sara en voz baja.

—Hola —le dijo él—. Has tardado. Ahora te dejo el sofá.

Tina parecía muy tranquila, casi era una pena hacer que se moviera. Sara vio que Spencer le alisaba un rizo del rostro y se inclinaba para susurrarle al oído: —Tenemos que ir al dormitorio.

Ella se removió y aceptó. Tina se despertó fácilmente y se levantó sin tambalearse. Se estiró y se dio la vuelta.

—Ah —murmuró—. Hola, Sara. Buenas noches.

—Buenas noches —respondió Sara.

—Voy en un minuto —le dijo Spencer a Tina, y esta asintió.

Por toda la sala de estar había evidencias de su noche. Cajas de pizza, botellas de cerveza y montones de vasos de plástico.

—Perdón por todo esto —se disculpó Spencer.

—No pasa nada.

—Dame un minuto.

Recorrió la habitación para limpiar y Sara lo ayudó. Vertió la cerveza caliente por el desagüe y enjuagó los vasos. Mientras los echaba al reciclaje, se dio cuenta de que se había preocupado por nada. Ella no era como su padre. Tampoco era una ni?a de diecinueve a?os mezclando whisky con Coca-Cola.

Pensó en las cinco tazas de Lily balanceándose sobre una bandeja. En la taza que había elegido y sujetado entre las manos.

Qué especial había sido ese primer sorbo, al igual que los otros que habían venido tras él.

Qué bien le había sentado, y cuánto la había calentado y le había hecho sentir que era bienvenida.

Eso era lo que hacía Sara.

La casa volvía a estar decente.

—Ma?ana me ocuparé del resto —prometió Spencer, y Sara aceptó.

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