Yerba Buena(81)
Sara salió de Main Street y se dirigió a la peque?a iglesia blanca en la que predicaba el padre de Lily. Las ventanas de la capilla estaban tapiadas. Dobló la esquina para ver si el apartamento contiguo en el que vivían estaba ocupado. Colgaban gruesas cortinas de las ventanas. Era imposible de decir. Caminó unas manzanas más hasta donde habían crecido Annie y Dave con sus padres, pero había ni?os jugando en el patio delantero con un hombre que no era Dave. Las jardineras que cuidaba su madre habían desaparecido y la vieja puerta había sido reemplazada por una más moderna con un panel de vidrio esmerilado en el centro. Ahora era la casa de vacaciones de alguien. Ya no vivían allí.
La Tapatia tenía un cartel en la ventana que decía: Cerrado durante el invierno. La peluquería Deseos y Secretos seguía a su lado, pero el bar que había a continuación era nuevo. Miró la carta expuesta en la ventana. Tequila, mezcal, cítricos y jengibre. Antes no había nada de ese estilo. Entró, en parte como lugare?a, en parte como turista, sin saber cómo sentirse. Pero una copa pintaba bien, al igual que una mesa tranquila en una habitación en la penumbra donde nadie la reconociera.
Pidió el cóctel de la casa al joven de la barra y eligió una silla desde la que pudiera mirar por la ventana. En otra mesa había un grupo de turistas disfrazados con sombreros y ponchos, sacándose fotos con los móviles. Una de las voces de las chicas era ronca, fuerte, y sonaba de un modo que demostraba lo mucho que le gustaba oírse hablar.
Sara analizó el papel de pared (flores de colores y estrellas metálicas) y se preguntó si a Emilie le gustaría. Tomó un sorbo sin saborear la bebida. Se volvió hacia la ventana y vio a una mujer de su edad pasando lentamente por fuera, mirándola. La mujer levantó la mano a modo de saludo y Sara entrecerró los ojos rebuscando en su memoria. Tardó demasiado en ubicarla. Crystal, pensó. Pero cuando le vino el nombre, Crystal ya se había ido.
Comprobó su teléfono. La línea azul seguía atascada. Amplió la fotografía. El fregadero con el esmalte manchado. Las cortinas sucias. Se preguntó qué estaba haciendo al enviárselo.
Salió del bar y volvió andando a su casa. Le había sentado bien ir allí. Le había venido bien recuperar las cenizas y lanzarlas al río. Pero no quería quedarse.
Había coches aparcados enfrente de la casa. En el interior, la sala de estar estaba abarrotada con los amigos de Spencer. ?Habría estado todo ese tiempo esperando a que se marchara? Alguien contó un chiste y todos rieron. Humo de marihuana, ventanas cerradas.
—Escuchadme, esta es mi hermana Sara.
—Hola —saludó Sara a los chicos sentados en el sofá y a la chica que ocupaba la silla.
Tina estaba vertiendo una botella grande de plástico de Coca-Cola en varios vasos de plástico rojos y a?adiendo whisky.
—Es encargada de bar en Los ángeles —agregó Spencer.
—?Quieres uno? —ofreció Tina.
—No, gracias —contestó Sara.
Observó a Tina mientras servía los vasos. Se sentía expuesta.
No era un símbolo de celebración. No había nada bonito en ello. Tal vez se había estado enga?ando a sí misma todo ese tiempo, pensando en que lo que hacía era especial. Tal vez solo fuera una versión glorificada de la ni?a a la que estaba observando. Tal vez era como su padre y vendía drogas. Solo que ella las adornaba y las hacía más dulces.
Sara recorrió el pasillo hasta el patio trasero, pero se detuvo ante la puerta de su habitación. Todo eso la confundía. Los ruidos del comedor. El hecho de estar de vuelta allí. Sus pies sobre la alfombra marrón de pelo largo, su mano en el pomo de la puerta y el modo en que lo estaba girando. ?Por qué iba a entrar?
Sin embargo, allí estaba. Las cajas apiladas y etiquetadas con su nombre, escrito a mano por su padre. La bicicleta que Spencer no había estado usando, apoyada contra la ventana. Una alfombra desnuda donde antes estaba su cama. Se acercó al armario y abrió la puerta. Buscó en uno de los cajones superiores de la cómoda. Nada. Tiró del que había al lado.
Era igualmente ligero, pero dentro había un dibujo.
?Qué había estado haciendo su padre al dejarle la camioneta y también esto para que lo encontrara? Miró el papel en el cajón oscuro durante unos momentos antes de tomarlo. La había asustado la noche en que lo había visto por primera vez. No había querido mirarlo durante mucho rato. Pero ahora estaba de pie en medio de su habitación bajo la lámpara de techo, listo para que lo viera con toda la claridad que pudiera.
Había dibujado rocas en la orilla y ondas en el agua. Había dibujado el pelo rizado de Annie. Sus vaqueros desgarrados en la rodilla. El talón de sus zapatillas altas desapareciendo en el agua. La había dibujado con una camiseta, incluso había marcado las rayas. Tenía uno de los brazos sumergido, pero el otro flotaba, doblado en un ángulo extra?o. Se veía el pliegue de la parte interior de su codo y, justo encima de él, donde se podía clavar una aguja, una peque?a marca.