Yerba Buena(85)
Estaban juntos en la cocina y él no había hecho ademán de darse la vuelta ni de marcharse, así que Sara le preguntó: —?Te acuerdas de Annie?
—Sí —contestó él—. Solo un poco, pero sí.
Había algo en el modo en el que estaba parado junto a ella que le dijo que había estado esperando ese momento. Estaba quieto, casi solemne.
—?Sabes lo que pasó? —preguntó Sara.
él se apoyó en la encimera.
—Sí. —Notó que los ojos de Spencer buscaban los suyos tratando de decirle algo. Finalmente, le sonrió con tristeza y a?adió—: Intenté hablarte de cómo era la vida aquí, pero nunca querías escucharlo.
Pensó en el dibujo enmarcado cuando él todavía era muy peque?o. En sus comentarios sobre Johnny Cash y sobre las noches de póquer. él había estado invitándola, pero ella no había querido verlo.
—No sé lo que te habrán contado tus amigos —continuó Spencer—. Pero papá y esos tipos… ellos no la mataron. Lo sabes, ?verdad? —Sara negó con la cabeza—. Ella pidió las drogas. Pagó por ellas.
Sara se vio a sí misma en casa de Eugene, quitándose la ropa. Con trescientos dólares en efectivo en la mano, la cantidad exacta que habían acordado.
—él podría haberle dicho que se fuera a casa. Podría haber pensado ?es la mejor amiga de mi hija. Será mejor que lo evite?.
—Sí —respondió Spencer—. Podría haberlo hecho. Habría sido lo mejor.
No era lo que esperaba que dijera. Se dio cuenta de cuánto se había preparado para la decepción, sin poder saber nunca cuándo Spencer podría actuar como su padre. Pero ahí estaba, seguía siendo él mismo.
Spencer extendió la mano y la tomó del brazo. Lo giró para que el tatuaje quedara hacia arriba.
—No fue así nunca. Nunca fuimos solo mamá, tú y yo.
Ella asintió con los ojos inundados.
—Lo sé.
La omisión había sido una mentira que se había contado a sí misma. Una mentira que nunca había logrado que se sintiera mejor.
—Cometió muchos errores. Estaba jodido en muchos sentidos. Sabes que lo sé, al final ni siquiera hablábamos. Pero no era un monstruo.
—No sé si eso es cierto —empezaba a resultarle difícil respirar—. Le pedí ayuda. Me hizo un dibujo. Era de…
—Sé lo del dibujo. No hace falta que me lo describas.
—Como si lo que habían hecho no fuera ya bastante horrible. —Jadeó. No podía llenarse los pulmones—. Como si no fuera bastante brutal y terrible dejar morir a una persona a la que amaba. Tenía que burlarse de mí.
—No —replicó Spencer—. No, no, escucha. Lo malinterpretaste. —Le puso las manos en los hombros y las dejó allí hasta que ella pudo volver a respirar—. Oye, sabía que algún día lo descubrirías. Sabía que nunca lo perdonarías. Te estaba dejando ir. No fue una burla, Sara. Sara, mírame. —Ella lo hizo. Vio el rostro de su hermano, seguro y amable—. No fue una burla. Fue una confesión.
Pasaron dos días. La tercera ma?ana, se levantó y se dirigió a la cocina.
Abrió la nevera y sacó un cartón de huevos. Los cascó en un bol.
Spencer entró cuando Sara había servido los huevos en los viejos platos de su madre y había preparado café. Se sentaron juntos y comieron.
—Tenemos que hablar de lo que pasará a partir de ahora.
—Vale —dijo él dejando el tenedor.
—No quiero hacer esto. No quiero pasar por todo esto y empacar. Preferiría pagarle a alguien que viniera y recogiera todo. —él volvió a agarrar el tenedor y no le respondió—. Conseguiremos algo de dinero por vender la casa. Podría pagarte una universidad comunitaria si quieres intentarlo. O una formación profesional. O un apartamento solo para ti.
él tomó un bocado. Sara esperó. El silencio se prolongó. Le dolía la garganta, sabía lo que se avecinaba. No estaba preparada para oírlo todavía.
—?Te acuerdas del día en que me marché? —le preguntó.
Spencer tomó un sorbo de café, dejó la taza y la miró.
—Recuerdo que iba en bici hacia la casa de Henry, como siempre hacía después de clase. Y paraste con un coche que no había visto nunca. Con un chico que no había visto nunca. Y me dijiste que tenías que irte.
—?Qué más?
—Tenías un aspecto horrible. Dabas miedo. Nunca antes te había visto así.
Esperaba una cosa. Necesitaba saberlo. Tenía la garganta tan tensa que pensó que no sería capaz de pronunciar las palabras, pero, de algún modo, lo logró.
—?Recuerdas que te pedí que vinieras conmigo?
Spencer asintió. Miró por la ventana. Después de todo lo que había pasado, la secuoya seguía ahí.