Yerba Buena(89)



?Dónde estaba yendo? No al río Ruso. Ni siquiera sabía adónde vivía Sara. Los caminos de su sue?o no eran carreteras reales. Esa casa no era la casa de Sara. No se estaba ahogando de verdad.

Salió de la autopista, condujo durante unas pocas manzanas y aparcó. Sacó el móvil del bolsillo, todavía le temblaban las manos. Eran las dos de la ma?ana. Quería despertar a Sara.

Pero la llamada fue directa al buzón de voz y recordó que Sara le había dicho que no había cobertura. En ese caso, le dejaría un mensaje. Pero ?qué iba decirle? Sonó el pitido, no le quedaba tiempo para pensar.

—Me siento muy egoísta al llamarte así, con todo lo que estás pasando. Espero que lo entiendas. —Tenía el corazón acelerado y un nudo en la garganta—. No sabía qué decir cuando te marchaste porque solo quería que te quedaras. Pensaba que tenía que actuar como si me pareciera bien que te fueras y no me necesitaras, pero quiero que me necesites. No debería estar diciéndote nada de esto ahora, lo sé. Tu padre ha muerto, has vuelto a un lugar que odias, tienes cosas horribles que hacer, y yo soy un desastre, pero no puedo quedarme más tiempo sin decírtelo. He tenido una pesadilla horrible. Me he levantado y me he subido al coche como si pudiera simplemente conducir hasta ti, como si supiera dónde estás o incluso si me quieres. ?Hablabas en serio cuando me dijiste que podía ir contigo? Pensaba que solo lo decías por mí, como si supieras que me daba miedo que me dejaras. Y me da miedo. Lo odio. Odio que te fueras ayer. Quiero que me necesites, aunque sé que estás muy bien sola.

Apenas reconocía su propia voz (fuerte y quejumbrosa), pero sintió un gran alivio al pronunciar esas palabras. Por muy embarazoso que fuera, por muy patética que pareciera, sintió que se estaba sincerando. Fue como quitarse la ropa aquella primera noche que pasaron juntas.

Ahí estaba toda ella.

—Me esfuerzo mucho por ser buena. Por ponértelo fácil. Por no ser un desastre. Pero puede que te parezca bien que sea un desastre. Y que la cague y haga las cosas mal. Y que me preocupe por mí misma incluso cuando tú estás pasando por todo eso. Tal vez cuando oigas esto pienses que soy horrible, dependiente y egoísta. No lo sé. Ojalá pudiera conducir hasta ti, pero no sé dónde estás ni cuándo recibirás esto. Probablemente, no lo escucharás hasta que termines. Pero cuando termines, por favor, vuelve conmigo.

Había acabado de hablar, pero todavía no quería colgar. Sostuvo el móvil, se recostó en el asiento y miró a su alrededor.

Se dio cuenta de que estaba en Sunset, en Silver Lake. Su antigua casa estaba solo a una manzana, y la tienda mexicana de comestibles, justo debajo.

—No era mi intención, simplemente salí a la autopista, pero he acabado aquí. Comprobó el retrovisor y condujo por la manzana para verlo mejor—. Ah —murmuró sin aliento—. Hay un motel al otro lado de la calle. Todo el tiempo que viví aquí siempre tenía encendido el cartel que indicaba que había habitaciones libres. Pero ahora no hay. Nunca lo había visto así antes. Es increíble. Yo… —No sabía qué más decir. Tenía que colgar o se cortaría—. Ojalá estuvieras aquí conmigo —concluyó. Y luego terminó la llamada.

Se sentó en el semáforo. Vio una sombra en su antigua ventana. El cartel de Lleno se iluminaba de un modo constante, sin parpadear.

Cuando se miró las manos, estaban quietas.



De vuelta en casa, cuando ya se había hecho de día, llamó a Randy.

—La casa está lista —informó—. Necesito sacar lo suficiente de esta venta para comprar una casa para quedarme y otra para arreglar. Y necesito lo suficiente para invertir también en Colette.

La luz del sol llenaba su habitación, se proyectaba sobre el colchón del suelo y sobre su sencilla cómoda, calentando la casa que nunca iba a ser suya, al menos no de momento. No podía permitírselo, o no tendría nada para invertir en un próximo proyecto ni nada para Colette. Tendría que conseguir un inversor para poder seguir restaurando casas. Y, aunque lo hiciera, tampoco tendría sentido tener tanto espacio para ella sola.

Aun así, sentía que merecía ese tipo de belleza si la deseaba, sobre todo si lo hacía para ella misma. No se sentía fuera de lugar allí. Sus abuelos sabían lo que valían y habían seguido prosperando. Se ponían esmoquin y vestidos de gala, a pesar de que los expulsaban de restaurantes y trabajos. Se habían escrito cartas de amor en medio de una guerra. Habían bailado a través del desplazamiento y de la angustia. Se habían construido vidas ricas ellos solos con lo poco que se les había dado. Habían posado ante sus casas mientras los fotógrafos los capturaban.

Continuaría lo que ellos habían empezado. Lo haría a su propio modo.

—Conozco a un inversor financiero —dijo Randy—. Te daré su número. En cuanto a las casas, ?quieres comprarlas directamente o conseguir préstamos?

—Préstamos —respondió ella—. Tampoco soy tan ilusa.

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