Yerba Buena(93)



—?Enhorabuena! ?Dónde está?

—En Hollywood Hills —contestó—. Escondida en Mulholland Drive.

—Vaya —comentó Meredith—. Me alegró por ti.

Emilie rio.

—Necesita mucho trabajo, pero sí, estoy feliz —a?adió Emilie. Meredith inclinó la cabeza y asintió. Emilie vio que su mente no paraba—. ?Qué pasa?

—Es que… sí que pareces feliz. Pareces… satisfecha.

—Supongo que antes no tenía ese aspecto.

—No mucho —confesó Meredith—. Me alegro de verte así. Tengo que preparar este pedido, pero ?hay algo que pueda hacer por ti? ?O solo has venido para echar un vistazo?

—Para echar un vistazo.

—Pues te dejo tranquila.

Meredith desapareció por la parte de atrás y Emilie volvió a inspeccionar las velas. Una olía a playa, a sal y a coco. Otra a bosque. Pasó a observar una variedad de cucharas de madera talladas a mano. En una ráfaga de movimiento y ruido, la chica de detrás del mostrador dejó caer las tijeras, se inclinó para recuperarlas y se volvió a incorporar.

Emilie pasó junto a las flores cortadas, hasta los estantes de jarrones. Ahora había muchos más de lo que solía haber en la tienda. Los de vidrio en los estantes superiores y los de cerámica en el centro. En el suelo había de piedra, de hormigón y de terracota. Todos esperando a ser llenados.

Yo era un jarrón.

Ese pensamiento la golpeó mientras miraba la pared llena de floreros. Había sido un recipiente, eso era cierto. Había entrado en esa tienda, se había presentado y había pedido un trabajo esperando que este la llenara.

Y luego, durante un tiempo, sentada con Jacob en la mesa comunitaria, había sido una flor. Cortada de sus raíces, esperando a marchitarse, algo temporal. Existía para ser bonita y para que la eligieran. Nadie había esperado que durara.

Pero no había sido una flor cuando se había ido a vivir con Claire, ?verdad?

Emilie se adentró en la tienda. Estaba ahora en la parte ampliada, con el techo más alto y filas de mesas llenas de plantas. Agua, decidió. Eso era lo que había sido con Claire. Sin forma y sin color, pero necesaria. Había hecho lo que tenía que hacer. Había estado allí para su abuela. Había mantenido la familia a flote.

Pero ?qué era ahora?

En la trastienda había modernas puertas de vidrio que se abrían de par en par a un patio cerrado. Cruzó el umbral. Las enredaderas crecían rodeando los cables tendidos por todo el espacio, y formaban un techo de hojas y flores de color rosa brillante. Los compradores se habrían paso entre los exhibidores de plantas y racimos, sobre los modernos muebles de jardín.

—?Sabes qué? —le dijo Meredith a Emilie cuando pasó a su lado con plantas debajo de cada brazo—. Te invito a que te prepares tu propio arreglo floral si te apetece. Por los viejos tiempos. Dile a Mabel en el mostrador que te he dado permiso.

Era cierto que Emilie había ido en busca de un ramo. Pero había tantas cosas, que ya no lo quería.

—En realidad, voy a elegir una planta —indicó—. Quiero algo que crezca.

—Por eso exactamente me he expandido —comentó Meredith—. Siempre lo has entendido. —Pasó junto a ella y volvió a meterse en la tienda.

Emilie examinó los árboles, las enredaderas y las flores, y encontró un rincón donde había hileras de plantas comestibles dispuestas en varios niveles sobre abrevaderos de metal y tarimas de madera. Tomates, calabazas y berenjenas. Rúcula y peque?as joyas. Arbustos de zarzamora. Diferentes variedades de arándanos. Y debajo estaban las hierbas aromáticas.

Vio una peque?a planta con delicadas hojas verdes. Sintió una oleada en el pecho, un anhelo. Leyó la descripción para estar segura.

Yerba buena. Nativa de California, especialmente abundante en la costa. Hojas aromáticas. Flores blancas de primavera a verano.

Con cuidado, tomó una sola hoja y se la puso en la boca. Era sutil, dulce y con un ligero toque amargo.

Leyó que crecía mejor como planta cubresuelos y que sus mejores compa?eras eran las fresas silvestres y el grosellero de invierno. Meredith también tenía de esas en la tienda. Emilie las compró, dejó las plantas en el suelo del asiento del copiloto de la camioneta y condujo hasta su casa.

Les encontró un sitio enseguida en el jardín, a la sombra de un viejo roble con ramas que colgaban fuertes y bajas. Cavó peque?os agujeros con la pala. Sacó las plantas de sus contenedores y las ubicó en su lugar.



La yerba buena echó raíces.

Cuando sonó el timbre de la nueva casa de Emilie un mes después (la casa perfecta de Emilie, ubicada bajo el letrero de Hollywood con la hiedra creciendo por los lados), la planta había formado una suave y verde cubierta vegetal en una peque?a parcela de su jardín.

Emilie oyó el timbre desde su habitación, donde estaba leyendo. Dejó el libro y se dirigió a la puerta.

Ahí estaba ella. La curva de sus pómulos. Las puntas rubias de sus pesta?as. Las pecas en el puente de la nariz esparcidas como motas de polen. El pelo un poco más largo cayéndole sobre los ojos. Parada ante ella con un jersey y vaqueros, en la puerta de su casa.

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