Yerba Buena(90)
él rio.
—Vale, es bueno saberlo. Hablaré con el corredor de bolsa. Nos las apa?aremos, no debería ser un problema.
—Genial —se alegró ella—. Pongámosla a la venta.
Fue a la planta baja y preparó café como lo hacía normalmente. Llevó las tazas al comedor y dejó una junto al ordenador de Colette.
—Tengo que hablar contigo de una cosa —le dijo.
Colette levantó la mirada.
—?De qué?
—De la casa.
Colette observó la estancia y Emilie siguió su mirada. Todos los accesorios estaban en su sitio, todos los picaportes y los cristales de las ventanas. La pintura era brillante y clara alrededor de las intrincadas molduras. Todo resplandecía.
Colette sonrió.
—Ah —comprendió—. Está terminada.
—?Qué harás? —le preguntó Emilie mientras paseaban por la playa más tarde esa misma ma?ana—. Puedes volver a alojarte conmigo cuando encuentre un nuevo hogar.
—En realidad… —Colette se hizo a un lado del camino para recogerse el pelo—. Puede que sea el momento de mudarme a San Francisco. Thom me lo ha pedido varias veces.
—?Por qué has esperado?
Colette se encogió de hombros.
—Quería finalizar esto —explicó—. Contigo. Ha sido toda una aventura, ?verdad? Me ha encantado.
—Sí —contestó Emilie—. Lo ha sido. —Pensó en cómo se sentía cuando vivían en barrios vecinos y se topaba con Colette. La dolorosa charla trivial, los forzados cumplidos de sorpresa. No quería volver nunca a eso—. Te echaré mucho de menos —a?adió—, pero también me alegro mucho por ti.
—Yo también te echaré de menos, hermanita.
Por la tarde, Emilie estaba trabajando en el jardín cuando notó que le tocaban el hombro.
—Quítate los auriculares —le indicó Colette.
Emilie se quitó un guante sucio y pausó la música.
—Tengo el plan perfecto —comentó Colette—. Voy a llevarte al Yerba Buena. He reservado mesa a las nueve.
Emilie quiso reír. El Yerba Buena. Por supuesto.
Se preguntó cómo la influenciaría ese sitio si atravesaba sus puertas aquella noche. Tallos y flores cortados. Desayuno en la mesa de Jacob. La primera vez que vio a Sara, su primer saludo, el momento en el que sus miradas se encontraron. Un estremecimiento se apoderó de ella. Y antes de todo eso, con sus padres y su hermana, cuando todavía creía en su familia con todos sus defectos y sus debilidades. Y Claire. Claire.
—?No te apetece? —preguntó Colette.
—Sí, claro que sí —replicó Emilie—. Es solo que… Jacob Lowell. Estuvimos liados. Durante un tiempo.
—?Lo sabía!
—?Y por qué nunca me lo preguntaste?
—Pensaba que no querías que lo supiera. Pero no hace falta que vayamos allí esta noche. Podemos pedir para llevar en el Super Mex y ver una peli aquí.
Pero para ella tenía sentido ir. Le parecía adecuado. Ya había pasado tiempo suficiente, ?no? Todos habían pasado página. No tenía nada que temer.
—No. Hagámoslo —afirmó.
Colette condujo hasta West Hollywood por Sunset, pasando por el Chateau Marmont. Allí estaba el Yerba Buena, grandioso y resplandeciente en su esquina. Le pareció bien aparcar a unas manzanas de distancia e ir andando hasta allí. Se sintió bien al pasar por sus pesadas cortinas, y al aguardar entre las macetas con palmeras bajo los altos techos.
—Colette Dubois —repitió el recepcionista examinando la lista—. ?Sí! Maravilloso, por aquí.
Pero mientras atravesaban el comedor delantero, Emilie vio a Jacob sentado junto con su familia. No se giró para mirarlo mientras el recepcionista las conducía más allá de su mesa (por suerte), al comedor peque?o que había en la parte trasera.
—?Lo has visto? —preguntó Emilie cuando se marchó el recepcionista.
—Sí. ?Seguro que te parece bien?
—Sí —respondió Emilie—. Creo que está bien. Vamos a disfrutar de la cena.
Se sentía bien por estar de vuelta allí. Pidió un Yerba Buena, y Colette, una tónica con limón. Cuando llegaron las bebidas, Emilie tomó un sorbo y notó un sabor que desconocía.
Esperaba que Sara volviera. Todavía quería conocerla tanto como pudiera.
Pidieron pan y aceitunas, una ensalada y dos raciones de ragú.
—Voy al ba?o —dijo Emilie, y Colette asintió. Emilie atravesó el comedor hacia los aseos, pero cuando salió Jacob la estaba esperando.
—?Me acompa?as? —le pidió, y la condujo por entre las puertas de la cocina hacia las neveras—. ?Qué estás haciendo aquí?
—No esperaba que estuvieras aquí.
—Por Dios —murmuró él—. Estás guapísima. Pero voy a tener que pedirte que no vuelvas.