Yerba Buena(61)
—Pues sí. Me encanta. Oye, Ulan, ?qué te llevó a dejar tu casa? Me refiero a cuando viniste a Estados Unidos.
—La oportunidad —respondió él. Una sola y definitiva frase. Y mucha certeza en ella.
—?Tuviste que renunciar a muchas cosas?
—A casi todo. Pero así es como funciona. Lo perdí casi todo y luego creé algo mejor.
Ulan quería ofrecerle consejo, no solo para la casa de Claire, sino porque veía potencial en ella para encarar una carrera.
—Necesito una aprendiz —le informó.
Cada vez que veía su nombre en el móvil dejaba lo que estuviera haciendo y tomaba una libreta para escribir, palabra por palabra, todo lo que Ulan le decía. Contrató al equipo de él para las tareas que sobrepasaban sus capacidades. Y el resto lo aprendió por sí sola.
Una noche, cuando la ba?era ya estaba instalada en el cuarto de ba?o principal y una nueva cocina Wedgewood descansaba contra la pared de azulejos blancos, le sonó el móvil. Era Colette.
—?Hermana! —exclamó Colette cuando Emilie respondió—. Me alegra mucho oír tu voz. Te echo de menos.
Y aunque siempre que Emilie pensaba en su hermana notaba esa punzada de rechazo (la crudeza de la elección de Colette de no querer darles un número en el que localizarla, de desaparecer de todo en sus propios términos), esta vez sintió una ráfaga de felicidad y de amor al oír su voz.
—Yo también te echo de menos. ?Qué tal todo por allí?
—Ha sido difícil. Ha sido bueno. He aprendido nuevos modos de afrontarlo.
—?El qué?
—La adicción, la culpa, la decepción. Todo eso.
—?Qué tipo de nuevos modos?
—Un montón de cosas. He estado pintando con acuarelas.
Emilie sonrió.
—?Con acuarelas?
—Sí —rio Colette—. Pierdo la noción del tiempo con eso. No me importa cómo quede, simplemente creo charcos de agua, a?ado color y observo cómo cambian. Es un recordatorio.
??Un recordatorio de qué??, quiso preguntar Emilie, pero no lo hizo porque se le ocurrió otra cosa.
—?Has hablado recientemente con mamá o con papá?
—últimamente, no.
—Pero ?estás bien? ?Puedo contarte algo aunque sea complicado?
—Sí —contestó—. ?De qué se trata?
—Van a divorciarse —dijo Emilie—. Mamá lo ha dejado. —Esperó, pero Colette no le dijo nada—. Papá no quería que te lo contara. Es solo que… no quería que vinieras a casa y te enteraras entonces. He pensado que sería mejor…
—No —replicó Colette—. Es decir, sí. Esto es mejor. Vaya.
—Lo sé.
—No sé ni qué preguntar. O qué decir.
—No tienes que decir nada —a?adió Emilie—. Solo quería que lo supieras. —Pero los viejos sentimientos estaban regresando. Colette, en un lugar lejano. Emilie, en medio de todo ese lío.
—?Quién está viviendo en casa?
—Mamá.
—Y papá, ?dónde está?
—Con los Davis.
—Ah, bien, al menos eso es bueno.
—Sí —corroboró Emilie.
—He estado pensando en algo —comentó Colette—. Para cuando acabe de pasar estos meses aquí. Puedo elegir quedarme o irme a casa. Y estaba pensando… tal vez, solo si tú quieres… podría ir a vivir contigo.
—?De verdad? —preguntó Emilie y, tan rápido como había llegado, el resentimiento se esfumó.
—Sí. Podría vivir con mamá o con papá. Con mamá, supongo, ya que es la que se ha quedado con la casa. Pero no dejo de pensarlo. Aquí hacemos muchas visualizaciones para tratar de hallar los caminos correctos para cada uno de nosotros. Y cada vez que medito, todo me lleva a ti. No quiero presionarte, en absoluto, pero había pensado en preguntártelo.
Emilie abrió la puerta y salió a la noche.
—Estoy reformando la casa de la abuela. ?Lo sabías?
—?De verdad? No, no he hablado con nadie.
Era una noche cálida y el árbol de magnolia estaba en flor. A cientos de kilómetros, Emilie podía oír la respiración de su hermana.
—?Recuerdas aquella vez que me dolía la cabeza y pensaba que me estaba tomando un paracetamol, pero era tu codeína?
—?De adolescentes?
—Sí. La habías ocultado en el ba?o, en el bote de las pastillas.
—Sí —contestó—. Lo recuerdo.
—Estaba muy asustada, no sabía por qué estaba tan jodida. Así que acudí a ti en busca de ayuda. —El camino de su habitación a la de Colette había sido como un paseo entre la niebla. Sujetaba el bote de pastillas, dispuesta a que Colette se lo explicara y la consolara—. Llamé a tu puerta. Me gritaste.
—Estaba en un momento realmente malo, Em. ?Cuánto tardaron después de eso en enviarme fuera? Solo unos días, ?verdad?