Yerba Buena(55)
Emilie apareció envuelta en una sábana, corriendo hacia ella y luego jadeando de dolor. Solo en ese momento pensó Sara en encender la luz. Reprodujo el mensaje siguiente: ?Sara, ?dónde estás? Joder, ahora mismo te necesito de verdad?. Emilie, desnuda, tenía un fragmento del vaso roto que le sobresalía del arco del pie.
Sara observó mientras Emilie se lo sacaba. Brotó la sangre.
Esto no.
—Por Dios —murmuró Emilie—. Creo que necesito un médico.
Otro mensaje de la comisaria. Sara lo paró, no quería que Emilie lo escuchara. Un vaso roto en el suelo. Emilie en la cocina, ante el fregadero, pidiéndole un trapo. Sangre por el suelo, sangre en su pie.
Sara pasó por encima de los cristales y sacó un pa?o de cocina limpio de un cajón. Se arrodilló en el suelo y envolvió el trapo con fuerza en el pie de Emilie. Trató de ignorar la sangre que se filtraba. Intentó no pensar en Annie ni en el bosque. Ni siquiera en la propia Emilie una hora antes.
Su hermano la necesitaba y no estaba allí.
—Estoy bastante segura de que necesito un médico —repitió Emilie—. ?Puedes acompa?arme?
Sara había acertado al sentirse asustada. Había acertado al desconfiar de algo que parecía tan bueno. Como castigo: su antigua vida, los viejos desamores, la seguían hasta esta vida, para devolverla atrás.
—Te conseguiré un coche —aseguró Sara. Volvió a la habitación a buscar el vestido de Emilie y su ropa interior, y lo llevó todo a la cocina. Sacó el móvil para buscar el hospital más cercano.
—?La UCLA? —Desvió la mirada, no podía mirar la reacción de Emilie.
Silencio.
—Vale —susurró Emilie.
Sara confirmó su ubicación. Lo sentía mucho, pero no podía decirlo.
—Llegará un Impala rojo en tres minutos —informó. Emilie se abrochó el vestido, se puso una sandalia y se estremeció mientras tiraba de la otra.
Emilie estaba muy pálida y temblaba.
—Solo es un corte —intentó tranquilizarla Sara.
LONG BEACH
Una hora en primavera, sentados en el primer banco de la iglesia de Saint Anthony. Emilie entre sus padres, Colette notoriamente ausente. El tono bajo y monótono de la voz del sacerdote.
Se arrodillaron. Se pusieron de pie. Cantaron.
?Que el Se?or esté con vosotros?.
?Y con tu espíritu?.
Rosas en el cementerio, una lápida tallada con los nombres de sus abuelos para las tumbas contiguas. Le dolió dejar caer las flores en la tierra, no solo en el corazón, sino también en los pulmones y en los hombros. Un dolor profundo para el que no estaba preparada.
Y luego, la recepción, la noche cayó sobre ellos y el sol desapareció en el horizonte. Todos los invitados habituales se reunieron en casa de sus padres: los Santos, la gran cantidad de primos, los amigos de toda la vida. Alice y Pablo llevaban a Emilie vasos de agua y copas de vino. Tras unas horas, los primeros invitados empezaron a irse. Su primo peque?o, Jasper, corrió hacia el asiento del jardín.
—?Mira! —exclamó—. ?Una oruga! —La sostuvo para que Emilie pudiera verla. Era de color verde y blanco y se retorcía en el dorso de su mano.
—Vaya —comentó ella—. Qué criaturita tan mona.
La oruga llegó hasta el borde de la mano de Jasper y se dirigió hacia su palma. Emilie contuvo la respiración mientras él giraba lentamente la mano hacia arriba. Se fijó en las yemas de sus dedos. Todas y cada una eran perfectas, inmaculadas, pasado un tiempo ya desde aquella fiesta navide?a en la que había metido la mano en el fuego. Contuvo las lágrimas y notó una presión en la garganta.
—La he encontrado en la tierra —explicó el ni?o—. Tengo que volver a dejarla libre pronto.
Emilie calmó su respiración.
—Increíble —murmuró.
Se despidió de Margie, George y los gemelos. Se despidió del se?or y la se?ora Santos. Se despidió de Rudy, de Maurice y de sus primos lejanos, cuyos nombres siempre olvidaba.
Volvió a la terraza y se acurrucó en una hamaca frente a Alice y a Pablo, que estaban hablando en un sofá. Estaba muy cansada, pero se sentía más relajada ahora que la mayoría de los invitados se había ido.
—Quiero contaros una cosa. —No esperaba decirlo, no sabía si se lo diría a alguien. Pero la recepción ya había terminado y estaba escondida en un rincón con la gente que mejor la conocía. Se dio cuenta de que eran las personas en quienes más confianza tenía.
Ambos asintieron, esperando.
—Hace dos semanas me acosté con alguien.
—?Con alguien desconocido? —preguntó Alice.
—Más o menos. Nos habíamos visto una vez, hacía mucho.
—?Y cómo os encontrasteis esta vez? —quiso saber Pablo.
—Trabaja en el Yerba Buena. Es la jefa del personal del bar.
—?Y cuándo exactamente estuviste en el Yerba Buena? —inquirió Pablo.