Yerba Buena(50)
—Vivo a pocas manzanas de aquí —dijo Sara, y Emilie asintió y caminó con ella, sin que le importara tener que dejar el coche atrás.
La calle estaba en silencio y no hablaron. Escucharon sus pasos sobre la acera, la alarma de un coche lejano, su respiración… En la intersección entre Sunset y Marmont, Sara, sin pensarlo, tomó a Emilie de la mano. Sus dedos se entrelazaron. La luz cambió.
Cruzaron y siguieron caminando por sinuosas manzanas, hasta atravesar por fin un arco cubierto de hiedra que conducía a un patio con una fuente en el centro.
—Por aquí —indicó Sara, y Emilie la siguió por un tramo de escaleras hasta un espacioso comedor que daba al patio. Sara encendió la luz.
Era un espacio sobrio y limpio, con una simple mesa de madera rodeada por sillas. Había un sofá cerca de la ventana.
—?Te apetece tomar algo? —preguntó Sara quitándose la chaqueta.
Emilie pasó los dedos por los lomos de los libros. Tocó la manta que cubría el brazo del sofá; habría enterrado el rostro en ella si hubiera podido. Tenía un hambre voraz por saberlo todo acerca de Sara.
—?Me ense?as la casa? —preguntó.
Sara se sirvió un vaso de agua del grifo de la cocina. Se apoyó contra la pared del pasillo.
—No es gran cosa —le dijo—, pero te la ense?aré de todos modos.
Emilie la siguió hasta la cocina, fijándose en sus intrincados mosaicos y en sus originales lámparas de estilo art déco. Le llamó la atención el patrón de madera con incrustaciones que recorría el pasillo. Se paró en la entrada de la primera habitación que vio a oscuras, con una cama doble y un escritorio peque?o.
—?Vive alguien contigo?
—Mi hermano —respondió Sara—. Pero solo a veces. últimamente menos. —Emilie esperó para ver si decía algo más—. Tiene dieciocho a?os y está enamorado.
Emilie sonrió.
Pasaron por un corto pasillo, sobre el suelo de baldosas rosas del cuarto de ba?o hasta la puerta que había al extremo.
Sara la abrió y Emilie encendió la luz. Quería verlo todo.
Una estancia casi vacía. Una cama a medio hacer con sábanas frescas y un edredón blanco sobre una plataforma de madera baja. Había camisetas y vaqueros doblados en una silla, en la esquina. Una bandera de California, vieja, hecha jirones y con alfileres en los bordes, era la única decoración. Había una pila de libros junto a la cama y Emilie le soltó la mano a Sara para averiguar sobre otras partes de ella. Había un pu?ado de novelas, una colección de ensayos de James Baldwin y libros de poesía de Adrienne Rich. Y luego vio Claroscuro, de Nella Larsen. Lo tomó en un impulso y lo abrió al azar, en cualquier página.
—Me encanta este libro —comentó.
—A mí también —coincidió Sara.
—No conozco a mucha gente que lo haya leído.
Sara se sentó en el borde de la cama.
—Empecé a trabajar en restaurantes cuando tenía dieciséis a?os —explicó—. No he ido a la universidad ni nada, pero quería aprender por mí misma. Durante un tiempo, miré las listas de lectura de las clases de la UCLA de cada semestre. Así lo descubrí.
—?De qué clase era este?
—De Mujeres del Renacimiento de Harlem.
—Sería una buena lista.
Sara asintió.
—Y bien, ?es un factor decisivo para ti?
—?A qué te refieres con ?factor decisivo??
—A que no haya ido a la universidad.
—Por supuesto que no.
—Pareces venir de una familia en la que todos estudian.
—Te sorprenderías.
—Tampoco terminé el instituto —agregó Sara.
—?Es eso una confesión? ?A ti también te educaron en el catolicismo?
—Claro que no. Solo quiero ponerlo todo sobre la mesa, evitar decepciones futuras.
—No me asusto tan fácilmente —replicó Emilie. Volvió al libro que tenía en las manos. Era una edición que no había visto antes, con el título en negrita roja y dibujos a lápiz por debajo. Pensó en cómo se había quedado despierta toda la noche escribiendo su redacción después de la excursión al ca?ón. En todo el significado que había encontrado en sus páginas cuando sentía que su vida estaba vacía. Quería saber qué había significado para Sara—. ?Para ti, de qué va?
Sara se recostó.
—Supongo que de cómo ambas provienen del mismo lugar pero acaban teniendo vidas completamente diferentes, basándose simplemente en sus decisiones. Es fascinante. ?Y para ti?
—Creo que es… cuando eres alguien que está de paso, el resto de la gente cree lo que quiere de ti. Lo que sea mejor o más fácil para ellos. Ven en ti lo que quieren ver. Así que si realmente no sabes lo que quieres (o si sabes lo que quieres pero es malo para ti), puedes desviarte en la dirección equivocada. —Emilie cerró el libro y lo volvió a dejar en la estantería—. Pero si lo sabes, supongo que tienes mucha libertad.