Yerba Buena(46)



Colette intentó decir algo, pero se detuvo. Asintió. Emilie no sabía lo que estaba sintiendo su hermana en ese momento. Decepción, arrepentimiento, vergüenza o ira. Podría haber sido cualquiera de esos sentimientos. Su hermana era un misterio.

—Emilie, prométeme que ayudarás a Colette. Encontrarás modos de ponérselo más fácil. Paga el depósito cuando encuentre un nuevo apartamento. Ayúdala con la matrícula si quiere estudiar.

—Lo prometo —aseguró Emilie, aunque le produjo náuseas pensar en Colette teniendo que dejarle a ella esas cosas. Puede que después de todo no fuera tan buena y generosa. Puede que no se mereciera esos agradecimientos.

Se disculpó para ir al ba?o y no volvió. En lugar de eso, se quedó de pie en la cocina clasificando pastillas. Tras unos minutos, Colette salió del dormitorio.

—Está cansada —informó—. La he ayudado a tumbarse.

—Gracias —contestó Emilie.

—De nada. Me voy a marchar.

—Vale. —Emilie cerró las tapas del pastillero, una para cada día de la semana—. No lo sabía —a?adió cuando terminó.

Colette vio que miraba hacia el cielo.

—No pasa nada —le dijo—. Es decir, no tiene motivos para confiar en mí.

—Colette…

—Lo digo en serio. Está bien.



Aquella noche, Emilie se quedó en la casa principal hasta las primeras horas de la ma?ana. Se sentó en la mesa del comedor y bebió agua de un vaso. El corazón le latía rápido y con fuerza; por muchas respiraciones que hiciera, no lograba calmarse.

No podía seguir así, sus días con Claire tan tensos y tranquilos, llenos de reglas y órdenes de los enfermeros. Emilie había caminado de puntillas alrededor de la muerte como si fuera un secreto. Obligándola a tomarse las medicinas como si Claire pudiera mejorar. Todos sabían que se estaba muriendo, por eso estaba Emilie allí. Claire había sido sincera con Emilie y con Colette, así que ella también lo sería.

A la ma?ana siguiente, Emilie le llevó un vaso de agua, una tostada y las pastillas a Claire en su bandeja para el desayuno. Cuando Claire solo se tomó las pastillas que ayudaban a mitigar el dolor, Emilie asintió y apartó las otras. Volvió de la cocina y se sentó al borde de la cama de su abuela.

—He estado haciendo esto mal —le confesó—. Lo siento. ?Qué puedo hacer por ti? ?Qué puedo darte?

—Dios te bendiga —murmuró Claire con su acento de Nueva Orleans mientras cerraba los ojos oscuros con alivio—. Léeme cartas —le pidió—. Mantenme despejada. No hagas nada para alargar esto. Si es el final, no finjamos que no lo es.

Emilie presionó la mejilla contra la mano de su abuela.

—Vale —le dijo.

Claire le indicó que había una llave en su joyero que abría un baúl blanco a los pies de la cama. Emilie abrió la tapa. Había tantas cartas, tantas fotografías…

—?Por qué las tienes encerradas?

—No estoy segura. Demasiado dolorosas, tal vez. Son de otra época.

—?Por dónde empiezo?

—Por cualquier parte —contestó Claire. Descansó la cabeza sobre la almohada y Emilie tomó un montón de cartas y sacó la primera del sobre.

La elegante caligrafía de su abuelo… hacía tanto tiempo que no la veía.

—Esta es del 29 de noviembre de 1942 —dijo sentándose completamente en la cama, y no al borde como solía hacerlo—. ?A mi dulce esposa: Como de costumbre, este domingo me toca trabajar. Ahora estoy bastante cansado, pero te escribo, o empiezo a escribir, antes de entrar en escena?. —Emilie hizo una pausa—. ?Dónde estaba?

—En Europa. En la guerra.

Emilie recordaba las historias de su abuelo. La playa de Normandía el día después de la masacre. él y los otros miembros de una tropa formada solo por negros fueron enviados a buscar los cadáveres para identificarlos. Había perdido la mayoría de sus recuerdos antes de morir, pero ese se le había quedado grabado. Relataba esa historia una y otra vez. El horror permanecía.

—?Y tú todavía estabas en Nueva Orleans?

—En casa de su madre, nos habíamos casado poco antes. Sigue leyendo.

Rebuscó entre montones de cartas. Encontró anuncios de nacimiento y estampitas con oraciones religiosas. Un recorte de periódico sobre la boda de sus abuelos. ?El altar estaba decorado con palmeras altas, helechos y racimos de gladíolos blancos. La novia estaba radiante con un vestido de satén marfil con encaje?. Habían pasado la luna de miel en Baton Rouge.

Los álbumes estaban llenos de fotografías, pero la vista de Claire se había deteriorado tanto que Emilie le describió las imágenes. Un pícnic en Nueva Orleans. Claire y sus hermanas con vestidos blancos. Otra carta de su abuelo se había soltado de la pila.

?Cómo echo de menos tu gumbo en la cocina. Cómo echo de menos todos los momentos contigo?. A lo largo de tres páginas, con su elegante letra cursiva, contaba el recuerdo de su primera cita.

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