Yerba Buena(51)



Cuando se volvió pilló a Sara mirándola y, antes de que pudiera apartar la mirada, Emilie empezó a desabrocharse el vestido.

Agonía, el lento tragar de Sara, sus ojos fijos en los dedos de Emilie desatando botón tras botón hasta llegar abajo. El vestido de Emilie cayó al suelo. Se quitó las medias, se desabrochó el sujetador. Nunca había sentido un deseo tan puro y simple por otra persona.

Todavía con la camisa y los vaqueros puestos, Sara negó con la cabeza y sonrió. Se levantó de la cama y atravesó la habitación para llegar hasta Emilie.





EL BOSQUE Y LA CAMA

Sara no estaba buscando nada cuando aquella ma?ana abrió las puertas del Yerba Buena y se encontró a Emilie arreglando las flores en la mesa comunitaria.

Habían pasado dos a?os desde que le había comprado una cama a Spencer y había convertido su alcoba en una habitación para él. Se había quedado con ella poco más de un mes, hasta que un día le había sonado el móvil bien temprano por la ma?ana y lo había despertado. Era su padre, diciéndole que volviera a casa.

Sara había llevado a Spencer a desayunar por última vez y a la estación del tren, donde le había podido comprar un ticket para Healdsburg. Lo había esperado en el andén, lo había visto marcharse y le había dicho ?adiós? con la mano.

Entonces había vuelto a sentarse en el banco de la estación. Esperaba el estruendo y el temblor de los trenes que se aproximaban. Temía el silencio que se producía entre ellos. Quería un dolor físico a la altura de su dolor emocional. Quería ser marcada, cambiada para siempre.

Se había clavado las u?as de una mano en la parte inferior del antebrazo. Había presionado con tanta fuerza que podría haberse roto la piel. A continuación se había levantado del banco, por fin sabía qué hacer.

Cuando su hermano se lo había traído, había colocado el dibujo enmarcado en una estantería de la sala de estar. Nunca le había gustado tenerlo ahí pero no quería que Spencer lo supiera, así que lo había metido en una bolsa de tela. Buscando por internet descubrió que cerca de allí había un salón de tatuajes. Había llamado y le habían dicho que podía ir directamente.

Cuando llegó al escaparate, la puerta estaba cerrada. Llamó y miró a través del cristal. Una mujer la saludó desde dentro antes de abrir.

—Soy Mindy, ?eres Sara? Dame un minuto. —Tenía la voz ronca e iba envuelta en un vestido burdeos, cargado de cuentas y flecos—. Siéntate —le había indicado—. Toma, mira esto.

Sara tomó la silla que le había ofrecido y aceptó la carpeta de tatuajes.

—Se me conoce sobre todo por las mariposas —había dicho Mindy levantando las persianas y encendiendo las luces del techo. Sara abrió la carpeta por la primera página y vio un montón de mariposas, patrones y colores.

—Entiendo el motivo —había comentado. Y se había sentido bien al decirlo de verdad, al ofrecer cierta amabilidad a alguien aunque todavía se sintiera vacía.

Mindy estaba preparando su puesto y Sara había cerrado la carpeta preguntándose cómo sería tener una mariposa tatuada en el cuerpo. Qué sentiría al elegir algo bonito.

—?Ya sabes lo que quieres?

Sara asintió.

—Lo he traído conmigo.

—Sácalo. Vamos a echarle un vistazo.

Así que Sara sacó el marco de su mochila y se lo entregó a Mindy.

—Todo el dibujo, no, solo quiero…

—Deja que lo mire primero —había interrumpido Mindy—. Entero. Y luego ya me dices qué estamos haciendo.

Había tomado el dibujo y había encendido otra luz. Sara había estudiado la imagen con ella, había recordado cómo la habían dibujado juntos en la mesa de la cocina junto a la ventana, mientras la luz del sol se filtraba a través de las secuoyas y el vapor se elevaba desde la cafetera. Había empezado su padre mientras los otros tres lo observaban. Había dibujado una línea en la parte de abajo y luego otra.

—?Una calle! —había exclamado Spencer. A continuación, habían seguido los escalones y los pilares del antiguo banco de Maine Street. Se habían inclinado, ansiosos por ver qué vendría después. Su padre había movido el lápiz trazando tenues líneas que se habían convertido (como por arte de magia) en lugares y cosas que reconocían. En el extremo izquierdo del papel había aparecido un hombre que marchaba mientras hacía girar un peque?o bastón.

—?Un desfile! —había exclamado Sara. Su padre le había gui?ado un ojo y le había entregado el lápiz a su madre.

La madre había dibujado una banda de música y una carroza. Sara había agregado a su familia en los escalones del banco, vitoreando. Spencer había elegido incluir un sol feliz en la esquina superior derecha, había dudado y finalmente había a?adido una nube feliz. Cuando el dibujo estuvo acabado, habían firmado con sus nombres: ?Sara, Mamá, Papá, Spencer?.

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