Yerba Buena(54)



Se tumbó sobre su espada, con los ojos cerrados, aceptando el contacto con una extra?a. Su cuerpo respondió, pero tenía la mandíbula tensa.



Cuando finalmente aceptó la oferta de trabajo de Jacob de convertirse en la jefa de coctelería del Yerba Buena, al principio de su primer día oficial de trabajo cortó una abundante ramita de menta de la cocina. En la tranquilidad de la ma?ana, bajo la hilera de colgantes de vidrio dorados y con la luz del sol brillando sobre la barra de mármol, preparó un Yerba Buena. Chartreuse Verde y Ginebra Old Tom, lima, jarabe simple y bíter de cereza. A?adió la ramita de menta como aderezo.

Bebió un sorbo. Comprendió que era lo que la bebida había necesitado todo ese tiempo. No habría estado completa nunca sin ella. No bebía nunca té de menta, nunca usaba la menta como ingrediente. Pero ahora que serviría esa bebida todas las noches, que la prepararía ella misma, necesitaba que estuviera bien.

Tomó otro sorbo. La inundó el brillo de las hojas, el toque herbal amargo y dulce.

Bien, pensó mientras vertía el resto de la bebida en el desagüe y volvía a la cocina a por un ramillete de menta para tenerlo detrás de la barra. Estaba bien que algo tan curativo tuviera también un toque de desamor. Caminó por el restaurante vacío y observó las flores. Ahora eran diferentes. Más simples. Ya no las arreglaba Emilie.

—La verdad es que no sé qué pasó —respondió Megan cuando Sara le preguntó—. Una ma?ana estaba aquí y luego no volvió más. Supongo que tiene que ver con Jacob… ya sabes.

Sara asintió y Megan pasó a su siguiente tarea. Siempre estaba concentrada, siempre era discreta. Sara la respetaba por eso.

Se sintió decepcionada, pero al razonar pensó que tal vez sería más fácil no sentirse atraída por la mujer con la que se acostaba su jefe.



Y ahora Emilie estaba ahí, en su cama.

Con las ondas que formaba su cabello oscuro sobre su blanca almohada.

Estaba ahí. Desconocida y conocida a la vez. Desnuda, dormida, con las mantas alejadas de su cuerpo. Sara observó el ascenso y el descenso del cuerpo de Emilie debido a la respiración. No podía dormir, pero no le importaba estar despierta así, con Emilie a su lado. Finalmente, Sara había besado los labios de Emilie, tras haber esperado más de un a?o. La había hecho retroceder lentamente hasta la pared del dormitorio, la había inmovilizado contra ella y se había arrodillado.

Bajar por el cuerpo de Emilie la trajo de vuelta al suelo del bosque. Volvía a tener catorce a?os, todo era nuevo. Ese sentimiento la desarmó e hizo que cayera en medio del recuerdo. Podía notar la tierra y las hojas bajo las rodillas. Y todavía quería más, deseaba más de Emilie. Sus manos encontraron las caderas de la joven, la acercó aún más. Y cuando Emilie hizo que Sara se volviera a poner en pie, la besó intensamente y la condujo a la cama. Cuando Emilie le quitó la camisa por la cabeza, le bajó los pantalones y la tocó, la mente de Sara estaba tranquila.

Sintió el sol sobre su piel, aunque la habitación estaba a oscuras. La brisa a través de las ramas cuando el cabezal de la cama golpeaba contra la pared. Sábanas blancas y musgo. Una almohada. Helechos.

Estaba en la cama con Emilie, estaba en el bosque con Annie. Tal vez estaría so?ando (esto solo podía tener sentido en sue?os), pero no lo estaba.

Sus ojos permanecieron abiertos a pesar de todo, la mandíbula se le aflojó, el placer fue placentero de verdad por primera vez en mucho tiempo. Por primera vez desde que era adolescente, desde antes de escapar.

Y, sin embargo, se sintió asustada cuando terminó. Esta vez no hubo vacío. La atemorizó ver cuánto se había abierto su corazón. Emilie dormía profundamente, y Sara la observó con atención durante largo rato. Intentaba averiguar qué acababa de suceder. Intentaba confiar en ello.

Se levantó, se puso la camisa, abrió un cajón de la cómoda para sacar unos pantalones cortos suaves y también se los puso. Se dirigió al ba?o y a por un vaso de agua.

Estaba demasiado despierta, demasiado nerviosa como para volver a la cama.

Se le había acabado unas horas antes la batería del móvil. Lo encendió en la cocina a oscuras. Tardó un par de minutos en volver a la vida y, cuando lo hizo, tenía cuatro mensajes de voz, uno del móvil de Spencer y los otros de un número desconocido de Los ángeles.

Reprodujo el primero de los mensajes y oyó la voz de Spencer.

?Sara, creo que tengo problemas. Me he… ?metido en una pelea? Creo que… creo que le he hecho mucho da?o a alguien?.

Se le aceleró el pulso. Reprodujo el siguiente mensaje: un desconocido que la llamaba desde una comisaría. Spencer estaba allí.

Dejó caer el vaso de agua y apenas se dio cuenta del escándalo que hizo. Estaba buscando las llaves, reproduciendo los mensajes en el altavoz, poniéndose los zapatos, tanteando su cartera en la oscuridad…

Una voz se alzó desde el otro lado del pasillo:

—Sara, ?estás bien?

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