Yerba Buena(48)
La recepcionista era desconocida, agradable como todo el personal del Yerba Buena, con una sonrisa para Emilie y una sincera esperanza de poder encontrarle una silla en la barra sin reserva.
—?Ajá! ?Sí! Acompá?eme.
Emilie la siguió más allá de la mesa en la que había pasado tantas ma?anas, más allá de los jarrones con flores que había arreglado otra persona, más allá de la barra delantera hasta la principal en la parte trasera del restaurante, donde colgaban en fila adornos de vidrio soplado sobre la pulida barra de mármol. Se sorprendió de nuevo por su belleza. Y se sintió aliviada al ver tantos rostros desconocidos. Aparte de una sonrisa de complicidad de un chef que estaba saludando a una mesa de amigos y un rápido beso en la mejilla de Megan, podría haber sido cualquiera.
Colgó el bolso del gancho que había bajo la barra y se sentó.
Entonces, notó una ráfaga de movimiento. Sara se volvió hacia ella, con una carta y un vaso de agua en la mano. Emilie vio sus brazos fuertes y delgados, los tatuajes que tenía en la parte interior de uno de ellos, aunque las palabras seguían siendo demasiado peque?as como para descifrarlas. Observó su rostro con ojos de un azul profundo y con esas pesta?as rubias que se volvían más claras en las puntas.
—Hola —saludó Sara. Vio el hueco de su sonrisa, con dientes blancos y ligeramente torcidos—. Vuelvo enseguida. —Dio unos golpecitos con una mano en la carta como si estuviera llamando a una puerta. Se giró rápidamente para alcanzar una botella. Vio la curva de sus caderas, la franja de piel que le asomaba entre la camisa y el cinturón. Emilie la miró con el rostro incandescente.
Recordó la primera vez que se habían visto, el modo en que había visto a Sara trabajando justo en esa barra, por la ma?ana. Lo bien que se había sentido cuando sus manos se habían tocado, cuando Sara la había saludado. Y cómo Sara había oído lo de la mesa del desayuno, había hecho la suposición lógica y había puesto fin a lo que podría haber empezado.
Emilie se preguntó si Sara también la recordaría. Esperaba que no, así tendría una segunda oportunidad para un primer encuentro.
Se concentró en la carta, pero lo único que Emilie podía ver era que Sara estaba en su periferia. Pasaron los minutos e intentó no mirar. Sabía que tenía que leer la carta para que Sara pudiera tomar nota de su pedido cuando volviera. Emilie lo estaba deseando. Había dos camareros en la barra; cada uno se ocupaba de la mitad de los asientos. Siempre lo hacían de ese modo, pero aun así a Emilie la preocupaba irracionablemente que cambiaran de lado.
Necesitaba concentrarse. Elegiría una bebida. Mejor aún, elegiría dos y le preguntaría a Sara su opinión, así se quedaría más rato con ella. Así Emilie podría escuchar más tiempo su voz. Puede que se presentaran, y Emilie tuviera la oportunidad de volver a sostener la mano de Sara.
Pero cuando Sara volvió junto a Emilie, se inclinó sobre la barra y le preguntó:
—?Cuándo dejaste de encargarte de las flores?
Ah, vale, pensó Emilie.
—Hace un tiempo —respondió. ?Cuánto tiempo había pasado?—. Hace casi un a?o.
Quería decir: ?Ahora soy una persona diferente?. Quería enumerar en qué. Lo de Jacob había terminado. Había acabado la escuela. Se había mudado de su estudio de mierda a un lugar todavía peor, pero bueno, se había marchado. Había presenciado el declive y la muerte de un ser querido. Soy diferente. Soy diferente.
—?Y qué te apetece? —preguntó Sara.
Emilie sonrió y miró hacia abajo intentando ocultarlo.
Sara rio.
—?Qué?
—Nada —respondió Emilie negando con la cabeza. Solo… —Se?aló la primera ensalada de la carta sin fijarse en lo que era—. Esto. Y un Yerba Buena.
—Perfecto —dijo Sara.
A Emilie ya no le importaba la comida, solo necesitaba un motivo para quedarse. Pero cuando Sara volvió con la copa de cristal, llena hasta el borde de un líquido amarillento con una hoja de menta que antes no formaba parte de la bebida, Emilie bebió con ansias. Cuando lo preparaba Jacob estaba bueno. Ahora tenía un sabor extraordinario.
—?Qué tal está la bebida? —preguntó Sara deteniéndose junto a ella un momento después.
—Deliciosa —contestó Emilie—. También me encanta la menta. —Vio que Sara observaba la copa—. ?En qué estás pensando? —preguntó, sabiendo que era una pregunta íntima para una casi desconocida.
—Es menta verde. Quedaría mejor con yerba buena —a?adió Sara.
Emilie sonrió.
—Sin embargo, la menta verde es un poco más fuerte, más intensa. La yerba buena es más delicada.
Sara se encogió de hombros, como si quisiera descartar esa idea.
—También es más difícil de encontrar, así que ponemos menta verde.
Luego le trajeron un plato de cerámica con queso de cabra, guisantes verdes y rábanos. Emilie probó un bocado y luego otro. Había olvidado lo buena que podía llegar a estar la comida. Y comer le recordó a un tiempo anterior a Jacob, cuando él solo era el famoso propietario del restaurante preferido de la familia y ella solo era ella.