La noche del cazador (Psy-Changeling #1)(34)


Lucas podía comportarse así en la cama, pero normalmente lo hacía después de haberse saciado en el cuerpo de su compa?era y de haber bebido de sus gemidos de placer.

La pantera no era egoísta, simplemente le gustaba aplacar parte de su sed antes de comenzar a jugar. Pero en ese momento Lucas estaba con una mujer que necesitaba jugar antes de seguir adelante.

—?No te pares esta vez! —espetó Sascha cuando él comenzó a mecerse con mayor lentitud y levantó las manos para rodearle el cuello mientras trataba de atraerle hacia ella.

—Peso demasiado. —Se inclinó lo suficiente para que su torso se rozase contra los pechos de Sascha, lo suficiente para que pudieran entrelazar las lenguas en una ardiente unión de sus bocas. Tras poner fin al beso, agregó—: Y todavía tienes puesto esto. —Recorrió el borde inferior de las braguitas con los dedos acariciando la sensible piel a su paso.

Sascha se humedeció los labios.

—No estoy segura de poder soportar el contacto de tu piel sobre la mía.

Presionar formaba parte de la naturaleza de Lucas, pero no forzar.

—Entonces terminaremos de este modo.

Podía darle placer sin sentir la sedosa suavidad de aquel terso y húmedo calor entre sus piernas. Se apretó fuertemente contra ella y comenzó a contonearse pausadamente en círculos.

Un grito escapó de la garganta de Sascha escasos momentos después, marcándosele los músculos del cuello por la tensión. Lucas sintió cómo el placer la recorría y eso bastó para que se viera obligado a luchar contra su propia liberación.

Apenas capaz de pensar de forma racional, le deslizó una mano sobre la nuca para besarla… y se quedó petrificado.

Sus ojos ya no eran oscuros como un cielo estrellado por la noche. Allí donde las estrellas blancas moraban, brotaban ahora chispas de color, como espectaculares fuegos pirotécnicos en miniatura. Ni hombre ni pantera habían visto jamás nada tan hermoso.

Lucas despertó sintiéndose increíblemente saciado. Se preguntó qué diría su eficiente psi si le contase que la había llevado dos veces al orgasmo. Esbozó una amplia sonrisa. Probablemente le preguntaría por los detalles técnicos y tomaría nota de ellos en aquel ordenador plano que siempre llevaba consigo a todas partes. ?Por qué aquella imagen le parecía tan encantadora?

Salió de la ducha silbando y se dirigió al dormitorio, donde alzó la vista hacia el almanaque de la pared. La música se esfumó súbitamente de su alma.

?Cómo podía no haberse acordado?

Jamás en dos décadas se había olvidado, nunca antes nada ni nadie le había distraído hasta el punto de borrar aquel día de su memoria.

Después de ponerse unos vaqueros y una camiseta blanca, condujo hasta la oficina alegrándose al descubrir que Sascha no había llegado aún. Ese día no podría enfrentarse a su enigmática reacción a ella. Ese día necesitaba de todas y cada una de sus facultades para atender una cicatriz que se negaba a dejar de sangrar.

—Volveré al caer la noche —le dijo a Clay—. Si viene Sascha, cuida de ella.

Clay se limitó a asentir sin hacer preguntas, plenamente consciente del motivo por el que su alfa se marchaba en un momento tan crítico. Algunas lealtades estaban por encima de todo lo demás.

Después de dejar al centinela al cargo, Lucas se subió a su coche para realizar el mismo trayecto que hacía una vez al a?o. Su primera parada fue en una floristería.

—Hola, Lucas. —Una mujer morena, menuda y con gafas, le brindó una sonrisa desde el fondo de la tienda cuando entró.

—Hola, Callie. ?Está listo?

—Por descontado. Quédate ahí. Lo he puesto en la trastienda.

Observó a Callie mientras iba a por su pedido habitual de todos los a?os y se asombró al ver las diferencias entre ambos. La florista tenía casi su misma edad, pero era tan inocente que Lucas se sentía como si tuviera miles de a?os más. Sabía que no se debía a que ella fuera humana y él cambiante. No, era la sangre y la muerte lo que le habían hecho envejecer.

La mujer regresó al cabo de un minuto llevando un enorme ramo de flores en los brazos.

—Un pedido especial para alguien especial.

Lucas jamás le había contado para quién eran las flores, las heridas eran demasiado profundas para exponerlas a un escrutinio superficial.

—Gracias.

—Te lo he cargado en tu cuenta.

—Nos vemos el a?o que viene.

—Cuídate, Lucas.

En cuanto se montó en el coche se sintió solo, sin vida, entumecido. Siempre le sucedía lo mismo en aquella fecha tan aciaga, como si los ecos de la desolación de su infancia atravesaran el tiempo para atormentarle.

Tardó unas tres horas en salir de la ciudad e internarse en lo más profundo del bosque. Tras dejar el vehículo en una carretera escondida, recorrió la distancia restante a pie. El lugar donde habían sido enterrados sus padres no estaba marcado, pero encontró sus tumbas como si estas hubieran estado lanzando salvas de bienvenida.

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