La noche del cazador (Psy-Changeling #1)(24)
Mala suerte que los psi hubieran olvidado que los animales tenían dientes… y garras.
Una vez que los centinelas se marcharon, Lucas se transformó en pantera y se fue a correr. En cuanto se puso en marcha supo que uno de ellos lo estaba siguiendo. Los centinelas estaban para protegerle, pero no eran sus guardaespaldas; a ningún leopardo le gustaba tener ni?era. Clay era lo bastante bueno como para haber ocultado su olor si lo hubiese querido. El que no lo hubiera hecho significaba que estaba pidiendo permiso para unirse a su alfa.
Volviendo sigilosamente sobre sus pasos, Lucas estuvo a punto de caer por sorpresa sobre el centinela, pero este se apartó un instante antes de que el alfa saltara de la rama del árbol en la que había estado. Se saludaron con gru?idos guturales y se pusieron en marcha.
Correr de esa manera, dejar que el aire nocturno le acariciara el pelaje, fundirse en la oscuridad hasta ser tan solo una sombra y Clay un borrón de color pardo era algo que no tenía precio.
Correr con sus centinelas era una de las cosas que todo alfa hacía para fortalecer los vínculos de lealtad. Lucas no tenía por qué hacerlo con Clay. Al igual que Vaughn y Nate, el centinela estaba vinculado a él desde la noche en que habían dado caza y descuartizado en pedacitos a todos y cada uno de los machos de un clan errante de leopardos. Había sido justicia cambiante. Ojo por ojo. Venganza para dar descanso al alma de sus padres.
Ahora corría con los centinelas porque eran lo suficientemente fuertes, veloces y peligrosos como para representar un reto para él. Ningún alfa podía permitirse el lujo de descuidar sus habilidades. A pesar de que eran más civilizados que sus hermanos salvajes, el dominio de un alfa solo era aceptado siempre y cuando este fuera lo bastante fuerte como para dirigir al clan. Y esa fuerza no siempre era física.
Los psi creían que los cambiantes eran estúpidos porque sacrificaban la sabiduría de sus mayores en favor de la sangre joven. Los psi no sabían nada. Los centinelas abandonaban la línea del frente cuando envejecían porque, para ocupar ese puesto, tenían que ser físicamente invulnerables. Nate ya estaba buscando a su sustituto.
Cuando abandonase el servicio activo pasaría a ser uno de los consejeros de Lucas y su rango sería el mismo.
Si Lucas conservaba el respeto de los nuevos centinelas cuando envejeciera, ellos asumirían las tareas físicas que él desempe?aba en el clan: impartir justicia y mantener la disciplina. Cuando eso se daba, aquellos que no comprendían sus costumbres a menudo creían que el más fuerte de los centinelas era el que se había convertido en el nuevo alfa.
Los cambiantes no creían necesario sacarles de su error.
Pero eso pertenecía al futuro incierto. En esos momentos tenía que ser el más letal de todos ellos, el más salvaje e inteligente. Porque no solo el clan le vigilaba, sino también los SnowDancer. A la menor se?al de debilidad en el clan DarkRiver los lobos se abalanzarían sobre ellos con sa?a.
No podía permitirse que la inexplicable atracción que sentía por una psi le desviara de su objetivo. Había mucho más en juego que el mero deseo de saciar su sed de venganza.
Cuando los DarkRiver se percataron de la existencia de un asesino en serie que se ensa?aba con mujeres de raza cambiante, habían advertido a los demás clanes que habitaban dentro del radio de acción del asesino. Todos los alfas quisieron lanzarse a la yugular, los lobos más que nadie.
Lucas había insistido en llevar a cabo la misión de dar caza al asesino porque, a pesar de haber perdido a Kylie, él era el único alfa que aún podía pensar con claridad.
Parecía que la sangre que le había bautizado también le había otorgado la habilidad de ver más allá de la vorágine de furia y venganza.
Los SnowDancer le habían entregado las riendas a rega?adientes porque su clan había perdido a un miembro mientras que el suyo no. Pero su paciencia tenía un límite.
Los lobos sabían que, tarde o temprano, el asesino también les atacaría a ellos. En cuanto eso sucediera, se acabarían las contemplaciones. Los SnowDancer emprenderían la caza de los psi y los psi tomarían represalias, conduciéndolos a una guerra de dimensiones catastróficas.
Lucas se sumió en un profundo sue?o después del esfuerzo de una carrera que había dejado exhausto incluso a Clay. Había esperado solo oscuridad, pero el placer más exquisito le dio la bienvenida en sus sue?os.
Tumbado boca arriba, notó unos esbeltos dedos que descendían por su torso explorándole con tanto mimo que se sintió dominado. Jamás ninguna mujer había estado cerca de poseer a Lucas Hunter, pero en aquel mundo onírico dejó que ella jugara. Después de un momento interminable, los dedos cesaron en sus caricias y notó el roce de algo húmedo y caliente sobre la tetilla. Su amante imaginaria se estaba tomando su tiempo para lamerle, excitándole de forma febril. Lucas abrió los ojos y enredó una mano en los sedosos rizos que caían en cascada sobre su torso.
Ella levantó la cabeza, y Lucas se encontró con unos ojos negros cuajados de estrellas.
No estaba sorprendido. Desde el principio, la pantera que moraba en él había encontrado tentadora a Sascha, y en aquel mundo onírico le estaba permitido dar rienda suelta a esa fascinación, satisfacer su curiosidad felina sobre una mujer tan excepcional.
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