Espejismos(85)



Sin embargo, mi madre se limita a suspirar antes de empezar con los ojos y se pasa la peque?a brocha de maquillaje sobre los párpados mientras dice:

—Tengo la certeza de que no vas a suspender. —Me mira a través del espejo—. Seguro que lo has hecho bien.

Paso la mano por una mancha de la pared y pienso que debería marcharme, irme a mi habitación y relajarme un rato: escuchar algo de música, leer un buen libro…, cualquier cosa que me despeje un poco la cabeza.

—Siento que esto haya surgido a última hora —me dice mientras sumerge el aplicador de la máscara de pesta?as dentro de su tubo—. Seguro que tenías planes.

Me encojo de hombros y giro la mu?eca de un lado a otro para contemplar los destellos de los cristales de mi pulsera, que brillan bajo la luz fluorescente. Me esfuerzo por recordar de dónde ha salido.

—No pasa nada —le contesto—. Habrá muchas otras noches de viernes.

Mi madre entorna los ojos y se detiene en seco con la máscara de pesta?as en la mano para preguntar:

—?Ever? ?De verdad eres tú? —Se echa a reír—. ?Ocurre algo que deba saber? Porque la verdad es que ese comentario no es propio de mi hija.

Tomo una bocanada de aire y elevo los hombros, deseando poder decirle que está claro que me pasa algo, algo que no logro identificar… Algo que hace que me sienta… como si no fuera yo.

Pero no lo hago. Apenas puedo explicármelo a mí misma, así que mucho menos a ella. Lo único que sé es que ayer me sentía bien, y hoy… hoy me siento cualquier cosa menos bien. Me siento extra?a, como si ya no encajara, como si fuera una chica redonda en un mundo cuadrado.

—Sabes que no me parece mal que invites a tus amigos a venir a casa —me dice antes de concentrarse en los labios: los cubre con una capa de carmín antes de realzarlos con un toque de brillo—. Siempre que te atengas a un mínimo (no más de tres) y que prestes atención a tu hermana.

—Gracias. —Hago un gesto afirmativo con la cabeza y me obligo a sonreír para que crea que estoy bien—. Pero me apetece más pasar la noche sola.

Me dirijo a mi habitación y me tumbo en la cama, contenta solo de poder clavar la vista en el techo. Luego me doy cuenta de lo patético que resulta eso y estiro el brazo para coger el libro que hay en mi mesilla. Me sumerjo en la historia de un chico y una chica tan enamorados, tan hechos el uno para el otro que su amor va más allá del espacio y del tiempo. Desearía poder introducirme en esas páginas y vivir allí para siempre, ya que prefiero esa historia a la mía.

—Hola, Ev. —Mi padre asoma la cabeza por la puerta—. He venido a saludarte y a despedirme. Ya llegamos tarde, así que debemos salir cuanto antes.

Dejo el libro a un lado y corro hacia él. Lo abrazo tan fuerte que se echa a reír y sacude la cabeza.

—Me alegra saber que todavía no has crecido tanto como para no querer abrazar a tu viejo padre. —Sonríe cuando me aparto, horrorizada al descubrir que tengo los ojos llenos de lágrimas. Empiezo a contemplar los libros de la estantería hasta que tengo la certeza de que el peligro ha pasado—. Asegúrate de que tu hermana y tú tenéis guardadas todas las cosas y estáis listas para el viaje de ma?ana. Quiero estar en la carretera bien temprano.

Asiento con la cabeza, inquieta por el extra?o vacío que siento en las entra?as cuando se marcha. Me pregunto, y no por primera vez, qué narices me pasa.





Capítulo cuarenta y seis


—Olvídalo, Ever. ?Tú no tienes derecho a mandarme nada! —grita Riley, que se cruza de brazos, frunce el ce?o y se niega a moverse.

?Quién se habría imaginado que una ni?a de doce a?os y cuarenta kilos de peso tuviera tanto carácter? De cualquier forma, no pienso rendirme. Porque en el instante en que mis padres se marcharon y Riley terminó de ducharse y de cenar, envié un mensaje de texto a Brandon para decirle que viniera alrededor de las diez. Y ya es casi la hora, de modo que es imperativo que mi hermana se vaya a la cama.

Sacudo la cabeza y suelto un suspiro; desearía que Riley no fuera tan testaruda, pero estoy más que preparada para la batalla.

—Hum… detesto ser yo quien te lo diga —le aclaro—, pero te equivocas. Tengo todo el derecho a mandarte cosas. Estoy al mando aquí desde el momento en que se marcharon mamá y papá, y hasta el instante en que regresen puedo mandarte lo que quiera. Y tú puedes discutir todo lo que quieras, pero eso no cambiará nada.

—?Eso no es justo! —Me fulmina con la mirada—. Te juro que en cuanto cumpla los trece, las cosas se van a igualar mucho por aquí.

Hago un gesto de indiferencia con los hombros, ya que tengo tantas ganas como ella de que llegue ese momento.

—Bien, entonces ya no tendré que quedarme a cuidar de ti y podré recuperar mi vida —le digo.

Ella pone los ojos en blanco y empieza a golpear la alfombra con la punta del pie.

—Por favor… ?Te crees que soy idiota? ?Crees que no sé que va a venir Brandon? —Niega con la cabeza—. Menuda cosa… ?A quién le importa? Lo único que quiero es ver la tele… Eso es todo. Y la única razón por la que no me dejas hacerlo es que quieres acaparar la sala de estar para poder enrollarte con tu novio en el sofá. Pienso decirles a mamá y a papá que no me dejaste ver mi programa preferido solo por eso.

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