Espejismos(84)
Clava los ojos en mí y me recorre de arriba abajo con la mirada, como si él también lo sintiera, como si también percibiera esa sensación de ?algo va mal? que flota entre nosotros. Y eso hace que todo resulte aún más extra?o.
Al final se encoge de hombros y vuelve a concentrarse en la carretera. Decide hacer el resto del trayecto en silencio. O al menos, él y yo guardamos silencio. El equipo estéreo está a todo volumen. Y, aunque eso suele ponerme de los nervios, hoy me alegra. Prefiero concentrarme en esa música insoportable que en el hecho de que no quiero besarlo.
Lo miro, lo miro de verdad, como no lo había mirado desde que nos acostumbramos a ser pareja. Me fijo en el balanceo del flequillo que enmarca esos ojos verdes tan grandes, unos ojos que se inclinan levemente hacia abajo en las comisuras y que lo hacen irresistible… Excepto hoy. Hoy resulta fácil resistirse. Y, cuando recuerdo que ayer mismo rellené mi cuaderno con su nombre… bueno, la verdad es que no me lo explico.
Se da la vuelta, me pilla mirándolo y sonríe antes de darme la mano. Entrelaza sus dedos con los míos y me da un apretón que me provoca náuseas. Pero me obligo a devolvérselos, tanto la sonrisa como el apretón, porque sé que es lo que se espera que haría una buena novia. Luego miro por la ventanilla e intento reprimir las ga?as de vomitar contemplando el paisaje, las calles empapadas por la lluvia, las casas y los pinos. Me alegra descubrir que pronto llegaremos a mi casa.
—Entonces, ?qué hacemos esta noche? —Aparca junto a la entrada y apaga el motor antes de inclinarse hacia mí para mirarme de esa manera suya.
Sin embargo, yo aprieto los labios y estiro el brazo para coger mi mochila. La aprieto contra mi pecho como si fuera un escudo, una sólida defensa erigida para mantenerlo alejado.
—Te enviaré un mensaje al móvil —murmuro.
Echo un vistazo por la ventanilla para evitar su mirada y descubro que mi vecino y su hija están jugando en el césped. Busco la manilla de la puerta con la mano, ansiosa por alejarme de él y encerrarme en mi habitación.
Y, justo cuando abro la puerta y saco una pierna fuera, dice:
—?No te olvidas de algo?
Bajo la mirada hasta mi mochila, que es lo único que he traído, pero cuando lo miro a los ojos de nuevo, me doy cuenta de que no se refiere a eso. Y, dado que es la única forma de acabar con esto sin despertar más sospechas, me inclino hacia él, cierro los ojos y presiono mis labios contra los suyos. Me resultan suaves y blandos, pero nada del otro mundo. Nada de las chispas habituales.
—Yo… hum… te veré más tarde —susurro.
Salto del Jeep y me limpio la boca con la manga antes de llegar a la puerta principal. Entro y corro hacia la sala de estar, donde me encuentro el paso bloqueado por una batería de tambores de plástico, una guitarra sin cuerdas y un peque?o micrófono negro que acabará rompiéndose si Riley y su amiguita no dejan de pelearse por él.
—Ya habíamos llegado a un acuerdo —dice Riley, que tira del micro hacia ella—. Yo canto las canciones de los chicos y tú las de las chicas. ?Cuál es el problema?
—El problema —gimotea la otra ni?a, que tira incluso más fuerte— es que casi no hay canciones de chicas. Y tú lo sabes.
Riley se limita a encogerse de hombros.
—Eso no es culpa mía. échale las culpas a Rock Band, no a mí.
—De verdad, eres una… —La ni?a se queda callada cuando me ve en el vano de la puerta sacudiendo la cabeza.
—Tenéis que establecer turnos, chicas —les digo al tiempo que miro a Riley con expresión seria. Me alegra lidiar con un problema que puedo solucionar, aunque no me lo hayan pedido—. Emily, tú cantarás la próxima canción, y tú la que va después, Riley, y así sucesivamente. ?Creéis que podréis hacerlo?
Riley pone los ojos en blanco cuando Emily le arranca el micro de la mano.
—?Está mamá por aquí? —pregunto. Paso por alto el ce?o fruncido de mi hermana, porque a estas alturas ya estoy acostumbrada.
—Está en su habitación preparándose —me dice. No me quita la vista de encima mientras me alejo y luego le susurra a su amiga al oído—: Está bien. Yo cantaré ?Dead on Arrival? y tú puedes quedarte con ?Creep?.
Paso por mi habitación y dejo la mochila en el suelo antes de dirigirme hacia la habitación de mi madre. Me apoyo contra la arcada que separa el dormitorio del ba?o y contemplo cómo se aplica el maquillaje. Recuerdo lo mucho que me gustaba hacer eso cuando era peque?a y pensaba que mi madre era la mujer más elegante del planeta. Sin embargo, cuando la miro ahora, cuando la miro de manera objetiva, me doy cuenta de que es realmente bastante elegante, al menos a su modo.
—?Qué tal el instituto? —pregunta al tiempo que gira la cabeza de lado a lado para comprobar si se ha aplicado bien la base de maquillaje y no le han quedado manchas.
—Bien. —Hago un gesto despreocupado con los hombros—. Tuvimos un examen de ciencias, y es probable que suspenda —le digo, aunque lo cierto es que no creo que me haya salido tan mal. Lo que pasa es que, como no sé expresar lo que quiero decir en realidad (que todo me resulta extra?o, ambiguo, como si no encajara, como si faltara algo), me gustaría obtener alguna reacción por su parte.