Perfectos mentirosos (Perfectos mentirosos #1)(96)



—Mierda, lamento habértela recordado, Adrik. Yo...

—Tranquila, no importa —me interrumpió él, seco, duro, como el Adrik inalcanzable de siempre.

Entendí que no debía preguntarle más sobre esa chica, que no debí siquiera mencionar lo de la foto. Mierda, a veces soy una bocazas.

Nos quedamos un momento en silencio. Tuve la peque?a esperanza de que desapareciera el aire incómodo y distante que se había creado al sacar el tema de su prima, pero ya no había arreglo y me enojé conmigo misma por ello. Cuando Adrik por fin se abría para contarme cosas, de repente yo decía algo que no debía y él alzaba de nuevo los muros, y volvía a su faceta de chico silencioso y frío al que no le quedaban ganas de hablarle. ?Qué demonios pasaba conmigo?

Exhalé y me levanté del sofá.

—Debería irme ya —suspiré, sintiéndome estúpida por haberla cagado de ese modo—. El rato fue increíble, gracias por... acompa?arme y eso.

—De acuerdo —se limitó a decir él, igual de frío.

Bien, ni siquiera le importaba que me fuera. Seguramente estaba enfadado.

?Perfecto, Jude. ?Cómo se te ha ocurrido hablar de su prima/hermana que tuvo que irse lejos? Por Dios, ?y no querías mejor darle una patada en la entrepierna??

Inicié una pelea mental conmigo misma mientras dejaba la botella sobre la mesita de la sala. Ya no me quedaba más que irme porque, a pesar de que la había cagado, en mi mundo de orgullo siempre se debía salir con la cabeza en alto, y no se contemplaba el disculparse. Solo que por primera vez me pregunté: ?debía seguir haciendo eso?

Comprendí que no quería, que había un nuevo impulso dentro de mí ansioso por salir. Uno parecido al que me había empujado a abrazar a Adrik antes. Este impulso era que deseaba decirle algo que no debía decirle.

Pero ?y si me equivocaba al hacerlo? Por otro lado, ?cómo sabría si me equivocaba o no?

Joder...

Jude Derry encaraba cualquier circunstancia.

Había llegado el momento de que encarara esa.

Me giré con cierto nerviosismo. Adrik seguía mirando hacia la calle, quizá esperando escuchar la puerta cerrarse.

—Las cosas que dijiste en la casita del árbol aquella noche son bastante ciertas —dije, intentando sonar firme y tranquila, aunque sentía que se me estaba removiendo el estómago y que el corazón había comenzado a latirme con más fuerza—. Soy un desastre. Soy insoportable. Siempre creo que lo sé todo, que puedo hacerlo todo y que soy más fuerte que nadie. Soy muy intensa y tan orgullosa que me pica la lengua solo ante la idea de pedir perdón, pero a pesar de todo eso creo que no me moriré si por una vez admito que me he equivocado.

Adrik giró la cabeza y me miró con interés.

—?En qué te has equivocado? —me preguntó, sereno y nada sorprendido. Tampoco parecía por su tono que tratara de burlarse de mí aprovechando ese ataque mío de sinceridad.

Tragué saliva porque de repente sentí la boca seca. Estaba nerviosa.

—En algo que solo no quería decir —admití en un tono más bajo, algo inseguro.

Adrik se reacomodó en el sofá. Ahora me miraba a los ojos, atento.

—?Y por qué no querías?

Me pasé la mano por el brazo, sintiéndome expuesta, vulnerable. Desvié la mirada, algo dudosa, nerviosa, con el corazón latiéndome más rápido que al inicio. No sabía si decirlo. No sabía qué pasaría si lo decía, pero necesitaba ser sincera. Era una sensación que me revolvía el estómago. Si no lo soltaba ahora, se acumularía dentro de mí y se convertiría en algo peor. Necesitaba al menos una cosa que me hiciera desprenderme de ese sentimiento. Si la conseguía en ese momento, sería mucho más fácil.

—Porque me daba miedo —admití.

—?Qué te daba miedo? —Adrik hundió las cejas, fue un gesto de verdadera incredulidad, como si no le viera sentido a lo que estaba diciéndole—. ?Qué creías que sería lo peor que pasaría?

—Que... —La palabra fue como un hilo de voz.

—?Qué...? —me animó.

Cerré los ojos e inhalé hondo. No puedo decir que mi voz fuera firme. Quizá sonó vulnerable, afectada, dudosa en ciertas ocasiones, pero fue sincera:

—Que al admitirlo no supiera cómo dejar de sentirlo, porque me gustó el beso, Adrik. Sí me gustó.

Hubo un silencio. Fue el peor silencio de mi vida. Fue tan profundo, tan significativo y al mismo tiempo tan incomprensible que me di la vuelta con intención de irme porque juro que pensé que él no diría nada, que me mandaría a la mierda sin decir una palabra...

Pero él, de repente, se acercó a mí y me cogió del brazo. Me giró y quedamos frente a frente. Fui consciente de su altura, de su cercanía, del calor que emanaba su cuerpo. Me observó por un instante con una atención extra?a que me hizo estremecer y que me causó un temblor temeroso, pero efervescente.

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