Perfectos mentirosos (Perfectos mentirosos #1)(93)
Me desvié hacia la barra. Aegan se movió por la gran sala, inspeccionando. Más atrás, me fijé que el hombre que estaba con él en la habitación también rondaba ahora por allí. Dios, cuando tenía que haber mucha gente en ese lugar, no la había. No es que fueran pocas las personas que había, claro, pero con más público me habría sido más fácil pasar desapercibida.
Empecé a sentir los nervios de una persecución, pero rodeé la barra para poder retomar el camino hacia la escalera. Sin embargo, de alguna forma, Aegan se giró y quedamos de frente, pero a unos metros de distancia.
Lo bueno: debido a la poca luz y al hecho de que había personas pasando de un lado a otro, era difícil que me reconociera.
Lo malo: se me quedó mirando, tal vez sospechando de mí.
Lo único que pensé fue que necesitaba un plan rápido, o me descubriría, y en un impulso hice lo primero que me llegó a la mente, que no fue lo más inteligente, pero sí lo más útil. Había una bebida sobre la barra. La cogí y la volqué sobre la espalda de una chica. Me aparté para que pareciera que lo había hecho otra. La joven empujó a la desconocida y se inició una discusión.
Eso se llama estrategia.
Aproveché y rodeé la barra de nuevo como si el mismísimo Flash se hubiera metido en mi cuerpo. Justo antes de llegar a las escaleras, se me ocurrió mirar hacia atrás. Aegan estaba apartando gente para llegar a mí.
Solo me quedó una cosa por hacer:
Correr.
Correr como si no hubiera un ma?ana.
Y como dirían nuestros amigos mexicanos:
?Vámonos a la verga, güey!
Subí las escaleras a toda velocidad. Me asusté de verdad. Las luces, las máscaras, los cuerpos; todo pareció demasiado peligroso y abrumador a medida que huía. Quizá lo único que me ayudó en ese momento fueron las luces bajas y mi capacidad para no tropezar. Atravesé la puerta mientras el pecho me subía y bajaba con violencia, solté la máscara en la caja, atravesé la otra puerta y seguí corriendo.
Por un momento sentí que no lo lograría, pero salí del club. Agradecí que fuera de noche, porque todo estaba más oscuro y era menos visible. Crucé la calle a una velocidad sorprendente y corrí más rápido.
Necesitaba ir a algún lugar.
Pero no podía ser a mi apartamento.
Porque ahí estaba Artie y yo estaba asustada y era posible que Aegan me siguiera... ?Y si me había reconocido? ?Y si no? Pero ?y si sí? Podía ponerla en peligro...
Por pensar y correr al mismo tiempo, no me fijé que andaba por en medio de la calle hasta que un auto que giró en la esquina frenó de golpe para no atropellarme. Fue todo tan rápido que no pude reaccionar y me quedé paralizada, así que tras el ruido de las llantas quedé con las manos sobre el capó.
Una cabeza se asomó por la ventana:
—?Jude?
Era Adrik.
?Era Adrik!
Pasé a sentirme totalmente religiosa y creyente, porque eso tuvo que haber sido obra de un milagro.
Me miró con confusión, como si encontrarme ahí —y en ese estado tan catastrófico— fuera lo que menos se esperara en la vida. Así que nos observamos durante un instante, de extremo a extremo, como un par de personas paradas en el sitio menos indicado, entre las circunstancias más peligrosas, corriendo el riesgo de colisionar en lo equivocado.
Caos y tragedia, cara a cara.
Sin embargo, a toda velocidad fui hacia la puerta del copiloto, la abrí y entré en el coche.
—?Qué sucede? —me preguntó, sin entender qué estaba pasando—. ?Por qué estabas...?
No iba a explicárselo.
—Arranca y llévame a tu apartamento —le pedí.
—Pero...
—?Arranca ya!
él obedeció. Pisó el acelerador y nos fuimos. Por un momento miré hacia atrás. Como no vi a nadie, me acomodé en el asiento. Tenía la respiración agitada y un miedo abrasador palpitándome en el cuerpo.
Estaba segura de que no podía regresar a mi apartamento por ahora.
Aunque eso significaba estar con Adrik.
Y esa vez no había alcohol de por medio para llevarnos bien.
22
Ay, Jude, estás jugando con fuego.
No te quemarás ahora, pero te quemarás
Aegan había matado a Eli.
Y yo iba en el vehículo de su hermano.
Me pregunté si me lo había topado porque iba al club, pero al mirarlo de reojo me di cuenta de que vestía ropa deportiva como si acabara de salir del gimnasio y que su pelo estaba como cuando se te seca después de haber sudado. Además, unos auriculares colgaban de su cuello. No era ropa de club nocturno.
—?Qué hacías? —le pregunté, como si él no acabara de encontrarme en la calle corriendo.
Igual no le pareció raro.
—Entrenamiento —respondió. Después se?aló una bolsa que reposaba justo delante de mí y en la que no había reparado hasta ese momento—. Y eso es comida. ?Y tú...?