Perfectos mentirosos (Perfectos mentirosos #1)(91)
?Y lo era? ?Era absurdo? Joder, me sentí rara. No sabía qué hacer, y por ello recurrí a la vieja conocida: la actitud defensiva.
—Tú puedes decir muchas cosas, otra cosa es que sean ciertas. No creo que el apodo de Perfectos mentirosos sea solo por casualidad —lancé. Sin embargo, la expresión de Adrik no cambió. Todo lo contrario.
—?Y un estúpido apodo ya lo explica todo?
—Si fuera solo un apodo y no toda una reputación... —canturreé, entornando los ojos.
Hundió mucho más las cejas, abrió la boca para decir algo, pero quizá le pareció que no era lo correcto porque sacudió la cabeza y en un gesto tonto preguntó:
—?Estás hablándome como si fuera un prostituto o algo así?
Fingí sorpresa.
—Mira tú, noventa días... ?Son cuántas chicas al a?o? No tantas, pero si contamos las del entretanto porque no me creo que conozcan el concepto de fidelidad...
Se enfadó... mucho. La confusión desapareció, apretó los labios y endureció la mirada. Por un instante me inquietó que me mirara así. Supe que la había cagado, pero cagarla era lo único seguro en ese momento.
—Te dije que no me interesan esas cosas, pero nada más ves lo que tú quieres ver, ?no? Por un maldito segundo deja de compararme con mis hermanos y a lo mejor te darás cuenta de quién de nosotros dos es el que se moriría antes de admitir algo aquí, porque no soy yo.
Tras decir esto, me dio la espalda y cruzó la calle para alejarse.
Exhalé con cierta molestia y también me giré para irme. Durante un momento me detuve. Por un segundo sentí ganas de volverme e ir a decirle que sí, que en realidad sí me daba cuenta de que él era distinto, pero que demasiadas cosas me hacían desconfiar. Sin embargo, levanté la cara y seguí.
Oh, de acuerdo, yo era la que se moriría antes de aceptar que Adrik en realidad tenía demasiadas cosas que me atraían.
Maldito y sensual Adrik.
Maldito y sensual.
21
Tal vez sea ?M? de muerte
Llegó el viernes, día en que el desconocido del espejo me había citado en el club.
No sabía qué sucedería, pero estaba nerviosa.
Entré en el club. De nuevo lo encontré desolado. Atravesé la puerta con código, utilizando el que había aparecido en el espejo. Esa noche las luces eran una mezcla de violeta, rosa y rojo, sonaba música electrónica y, como siempre, había gente con máscaras por todos lados. Lo clandestino e ilegal dominaba aún más el ambiente que la otra vez. Vi que un chico se llevó una pastillita a la boca, que no le cubría la máscara, y una chica junto a él se le lanzó encima para besarlo.
Mal, muy mal, Aegan. ?Cómo podías permitir el consumo de drogas?
Seguí hasta el ba?o de chicas. Sorprendentemente, no había nadie. Era bastante grande, con cuatro compartimentos de retretes y una larga encimera con cuatro lavabos. El espejo sobre ellos era rectangular y llegaba al techo.
Bien, ya estaba ahí. ?Ahora qué? ?Debía esperar a alguien? ?Debía esperar algo?
Tras unos minutos, entendí que no. Nadie llegaría, porque de nuevo no estaba ahí para encontrarme con quien había escrito el mensaje del espejo, sino para ver algo, y para ver ese algo, me había dejado otro mensaje. Lo vi a través del espejo mientras daba algunos pasos impacientes.
En el techo, dibujada, había una delgada flecha roja que se?alaba un conducto de ventilación.
Me metí en uno de los compartimientos y miré hacia arriba. No tenía la rejilla que normalmente tenían los conductos. Estaba abierto, como invitando a mirar lo que había dentro. Pesta?eé. ?Quería que entrara ahí? ?De verdad? ?Esa persona creía que eso era una película de James Bond o qué rayos? Bueno, al menos estuve segura de que no podía ser un plan de Aegan, porque de matarme lo haría mirándome a los ojos para disfrutarlo.
Bueno, solo sabría de qué iba todo si me arriesgaba otra vez.
Y me arriesgué, porque, vamos, si no, no habría historia.
Primero me subí a la tapa del váter, luego a la tapa del tanque y después tuve que dar un saltito peligroso para poder agarrarme al borde del conducto. A continuación, apoyé los pies en las paredes del compartimento para impulsarme hacia arriba y logré entrar, casi ahogándome el esfuerzo, claro. Me quedé a gatas.
No podía creer que estuviera metida en un conducto de ventilación. Algo más para mi currículum de experiencias patéticas y absurdas.
En cuanto recuperé el aire, empecé a gatear sin tener ni idea de a dónde me llevaría el conducto. Lo bueno fue que no tuve que gatear demasiado porque en pocos segundos me topé con una rejilla que daba ventilación al mismo cuarto en el que habíamos estado Artie y yo al ser descubiertas aquella noche. Vi que tras el escritorio estaba sentado Aegan y que enfrente, en una silla, había un hombre que yo no conocía.