Perfectos mentirosos (Perfectos mentirosos #1)(84)



Me quedé inmóvil con la mano suspendida frente a su cara.

—?Qué? —emití como una tonta.

—?Qué te pasa? —inquirió, mirándome de arriba abajo, extra?ado.

—?Qué te pasa a ti? —refuté como si tuviera que defenderme por alguna razón—. ?Por qué haces esas cosas?

Adrik no entendió nada. Su expresión fue de desconcierto absoluto, un desconcierto gracioso que amenazó con hacerme reír de nuevo, pero me tragué la carcajada.

—?Qué cosas?

—?Esas cosas! —Lo se?alé por todos lados al tiempo que él seguía mi dedo como si fuera a pincharle un ojo—. Mueves la boca y la cara y los parpadeos y los colores...

Adrik me estudió, ce?udo, luego miró hacia el escritorio donde el palillo de incienso todavía soltaba humo. El ambiente estaba cargado de ese sutil pero delicioso aroma.

—?Quién te dio eso? —me preguntó con cierta sospecha.

—Un amigo —respondí en un tonillo agudo, intentando no estallar en risas porque ahora sus orejas aleteaban como las de Dumbo—. A él se los regaló un chico que los compró para relajarse, pero...

—Jude —me interrumpió Adrik con detenimiento. Luego exhaló—. Encendiste un incienso con marihuana o quién sabe con qué más.

Formé una ?O? con mi boca.

Marihuana.

O quién sabe con qué más.

Dios mío.

Dios mío.

Diossss míoOoOoOo.

En vez de entender la gravedad de la situación, exploté en una carcajada. Fue una risa escandalosa y burlona. Adrik enarcó una ceja. Ahora todo tenía sentido. La verdad era que me sentía rarísima, pero al mismo tiempo bastante bien, como si mi cuerpo fuera ligero y el mundo debiera disfrutarse, nada más.

?Por qué Adrik no lo disfrutaba?

??Por qué Adrik nunca disfrutaba nada?!

De repente me centré en eso.

—No me mires así, ?yo qué iba a saber? —le solté entre risas. Me enderecé y quedé arrodillada frente a él, pensativa—. Entonces por eso tu boca está chorreando arcoíris...

—No entiendo cómo no lo sospechaste —replicó sin asomo de diversión, solo con esa expresión inalterable y aburrida que lo caracterizaba.

—?Ay, vamos, ríete un poco! —resoplé.

—No sé de qué debería reírme —respondió él, serio.

—Pues de lo que ssssea —insistí y pronuncié la ese con un serpenteo demasiado gracioso para soportarlo yo misma—. ?No te afecta también?

Adrik suspiró y negó con la cabeza.

—Un poco, pero tengo autocontrol —admitió, y me propuso con sensatez—: Mejor ve a lavarte la cara, tomar agua y acostarte. Apagaremos ese incienso y luego puedes escuchar música o algo para que se te pase el coloque más rápido.

Intentó ayudarme a levantarme, pero lo esquivé, me incliné un poco hacia delante y le toqué la punta de su loquísima nariz. Sí era real, ohmaigá...

—No quiero acostarme, quiero hacer algo divertido —dije, esquivando y apartando sus manos, que insistían en calmarme.

Se me ocurrieron miles de cosas, desde lanzarme desde algún sitio hasta comer cosas que no había comido nunca. Incluso me pregunté qué se sentiría corriendo desnuda.

—No puedes, estás colocada —recalcó Adrik, como si no entendiera por qué yo no lo entendía y por qué él sí lo entendía y yo no y...

De pronto logró agarrarme la mu?eca, pero me resistí a ponerme de pie. ?Tenía mi nivel de diversión a mil y él lo destrozaba todo con su actitud cortante y amargada! Buu.

—?Por qué siempre eres así? —me quejé con un gesto exagerado de disgusto. Luego se me ocurrió algo y lo hice—: Uy, soy Adrik, los odio a todos y voy a demostrárselo poniendo cara de culo todo el tiempo —dije, imitando su voz fuerte y grave.

—Sí, jaja, qué graciosa —dijo él con fastidio—. Ahora levántate.

—?No! —me negué, hice un movimiento con la mano, me zafé y fui yo quien le agarró la mu?eca esa vez—. Quiero que te rías. ?Haré que te rías!

Entonces me lancé encima de él. A saber por qué rayos hice tal cosa, pero sí, la hice. Fue tan rápido e inesperado que Adrik se cayó hacia atrás con todo mi peso. Quedé a horcajadas sobre él en el suelo. Aproveché su desconcierto, la confusión por lo imprevisto de mi movimiento, y comencé a hacerle cosquillas.

—?Ríete! ?Quiero comprobar que no estás muerto! —exclamé mientras repartía las cosquillas por su abdomen, debajo de sus brazos, su cuello...

—Jude..., no... ?Qué haces? —decía él, intentando luchar contra mí.

Como no aparecía ni un asomo de risa, aumenté la intensidad de las cosquillas.

Alex Mirez's Books