Perfectos mentirosos (Perfectos mentirosos #1)(37)



—En verdad eres la chica que no tiene miedo de que Aegan la destruya —me dijo.

Le devolví la sonrisa con malicia y adrenalina.

—Y por eso soy perfecta para destruirlo.

Qué asombroso e infalible pareció ese plan en ese momento.

Pareció.





9


Hay un plan en mi sopa




Seré sincera, después de lo que sucedió la noche anterior en el coche, no creí que Aegan y yo volviéramos a hablar.

Pero se presentó al día siguiente.

A las siete de la ma?ana.

Como el buen grano en el culo que era.

Abrió la puerta de mi apartamento y entró con esa irritante seguridad que lo caracterizaba, como diciendo: ?Soy el rey de todo?. Además, iba vestido estilo gángster de los a?os veinte: con tirantes, camisa blanca de manga corta dentro de un pantalón gris de lino que le llegaba a la altura de los tobillos, zapatos de vestir de punta reluciente y gafas oscuras. La sonrisa ancha le marcaba los hoyuelos. Y no, sus hoyuelos no eran angelicales. Los suyos eran los hoyuelos del mismísimo demonio.

Yo, que estaba en pijama, todavía con lega?as e iba justo a entrar al ba?o, me le quedé mirando con los ojos bien abiertos.

—??Qué demonios haces?! —le chillé.

él ladeó un poco la cabeza, como un cachorro que no entendía algún ruido.

—Entro por la puerta.

—?Ya sé que entras por la puerta, Stephen Hawking! —solté aún más alto con algo de exasperación—. ??Por qué entras tan campante por mi puerta?!

—?Será porque es la única manera de entrar en el apartamento? —respondió, igual de incrédulo. Y solo le faltó hacer ese gesto de la chica de ?Reatziona, Justin, reatziona?. ?Recuerdas? Esa chica que se hizo viral hace a?os por dedicarle un vídeo a Justin Bieber pidiéndole que reaccionara. Si no lo recuerdas, googlealo, es un clásico.

—Maldición, sabes muy bien lo que quiero decir, Aegan —bufé entre dientes.

—Puedo entrar donde quiera en todo Tagus, no es ningún secreto —me explicó, como si fuera lo más normal del mundo. Luego fijó sus llamativos ojos en mí con un aire juguetón y cruel—: Sin ninguna excepción.

En su solicitud para las universidades debía de tener resaltado en rojo ?habilidad especial?: ?joder vidas sin motivo alguno?.

—Si vas a hablar de en cuántas cosas o personas te has metido, abandonaré esta conversación más rápido de lo que seguro acabas —repliqué con decisión.

Su risa fue tranquila, pero enérgica.

—Vengo a buscarte para ir a clase —aclaró con naturalidad— como te prometí.

—No voy a ir a clase —le mentí.

Aegan me miró como si fuera una pobre cosita ilusa que no entendiera nada de la vida.

—?Y en qué universo de Marvel tú decides si vas o no a clase? —resopló él, con ese tonito que se usa con alguien con grandes problemas para comprender las cosas.

—Es que tengo la regla —mentí de nuevo, encogiéndome de hombros—. Un grifo de regla. Suelto tanta sangre que dejaría un camino tan largo como el de las baldosas amarillas en El mago de Oz.

Evidentemente, no quería ir en coche con él, pero mi regla no le pareció un problema.

—Podemos comprar tampones —contestó sin inmutarse.

—No uso tampones. Leí que una modelo perdió las piernas por usarlos —repliqué. En realidad, cualquier excusa me servía en ese momento, aunque fueran mentiras. Pero eso de la modelo no era mentira, en serio.

Aegan alzó los hombros como si todavía no viera cuál era el inconveniente.

—Bueno, podemos demandar a la empresa de tampones —dijo como una obvia solución. Luego me dedicó esa sonrisa amplia y triunfante que me causaba tres tipos de dolores de cabeza—. ?Por qué tanta negatividad hacia la vida? No hay nada imposible para un Cash y menos para la novia de un Cash, así que anda, ve a vestirte, yo te espero aquí.

No se iría. Aegan no aceptaba un bendito ?no? por respuesta cuando se trataba de algo que quería para él. Cuantas más excusas le diera, más soluciones propondría. Lo creía capaz de sacarme del apartamento en pijama con tal de salirse con la suya.

—Eres un grano en el culo —solté, conteniendo un montón de groserías.

—Espero que sea en el culo de Kylie Jenner —canturreó con un perverso entusiasmo.

No, más bien en el culo peludo de un mono.

Así que me llevó a clase. El viaje en coche fue raro. Durante casi todo el trayecto fuimos en silencio. No fue un silencio incómodo, sino espeso, como el de dos contrincantes. Para aligerarlo, decidí poner algo de música. Encendí el reproductor y fui descartando canciones de rap, de rock y de reguetón hasta que milagrosamente encontré una de Adele.

La dejé, pero de inmediato Aegan la cambió.

—No me gusta —dijo.

—Pero está en tu lista de reproducción —rebatí, volviendo a ponerla.

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