Perfectos mentirosos (Perfectos mentirosos #1)(33)
—?Fumas? —pregunté, y lo hice con tono de sorpresa porque, vamos, desde el día número uno Artie había dado toda la impresión de ser una chica buena que evitaba los problemas. ?Ahora sacaba cigarrillos de debajo de su cama?
Definitivamente, mis sospechas de que no era la chica que aparentaba eran ciertas.
—Cuando tengo mucho estrés por los exámenes —suspiró mientras encendía uno— o por cosas... así.
Dio una calada como si fuese lo único que necesitara, se sentó en la cama y se apoyó en el cabecero con las piernas contra su pecho. Yo me acerqué para sentarme en el borde, a la expectativa, ansiosa de escuchar lo que tenía para decir.
—?Y bien? —le animé a contarme—. ?Qué debo saber?
No dijo nada al instante. Miró el vacío por un momento con los ojos humedecidos, y luego, como si ya lo hubiese decidido, me miró, y juro que, de alguna forma, su aspecto en ese instante nada tenía que ver con la chica temerosa y nerviosa que solía ser. Parecía alguien que había estado guardando mucho dolor y que finalmente explotaba, pero sobre todo era evidente que estaba dispuesta a hablar de algo de lo que no había hablado con nadie más.
—?Has oído el nombre Eli Denvers? —me preguntó.
La busqué en mis registros mentales.
—Recuerdo lo que contó Dash, que los Denvers son una de las grandes familias que hacen donaciones anuales a Tagus —contesté—. Pero Eli, exactamente, no sé quién es.
—Estudió aquí el a?o pasado, y era la novia de Aegan —me reveló—. La novia oficial, la que conocía desde que iban al colegio, con la que no tenía tiempo límite.
Al escuchar esto, me quedé patidifusa (me hace gracia esta palabra y quería usarla).
Es que ?te imaginas al Aegan que te he presentado hasta ahora con una relación seria? Yo no pude hacerme la idea en ese instante, primero porque: ?qué chica tenía la paciencia y la poca dignidad necesarias para amar a ese troglodita? Y segundo porque: ?ese troglodita podía querer a alguien?
—De acuerdo, ?qué sucedió? —pregunté, sintiendo mucha curiosidad—. Porque de estar aquí ya la habría visto o al menos habría escuchado hablar de ella.
Artie exhaló humo un momento antes de contestarme:
—Pasó que, un día, Eli desapareció.
—?De Tagus? —pregunté, confundida.
—De todas partes.
—?Es que se la llevaron de aquí sus padres o...?
—No, simplemente un día no volvió más a clases, y nadie la ha vuelto a ver otra vez.
Artie miró mi reacción con curiosidad. Seguramente pensó que un iceberg parecería menos congelado de lo que yo lo estaba en ese instante ante esa revelación tan inesperada. Y no vas a entender todavía esto que te voy a decir: pero me pregunté si era que el destino me acababa de arrojar a la cara algo que no podía ser una simple casualidad, algo como una se?al, como un mensaje tipo ??a que esto no te lo esperas, flaca??.
Un montón de preguntas sacudieron mi mente, pero sentí que la primera que debía hacer era:
—?Nadie sabe a dónde se fue?
Ella negó con la cabeza.
—No, todo fue muy raro. —Sus cejas un poco arqueadas y el nerviosismo con el que le temblaban los dedos que sostenían el cigarrillo me indicaron que le perturbaba el tema—. Un día Eli andaba por los pasillos de la facultad de la mano de Aegan y al siguiente ya no estaba. Luego, una semana después, sus redes sociales desaparecieron. Todos los perfiles en los que solía estar activa se borraron. Si buscas ahora, no hay ni rastro de Eli Denvers desde el a?o pasado. De sus familiares sí, pero sobre ella, nada.
Mi cara demostró mayor confusión, y no me molesté en ocultarlo.
—Es muy raro —admití.
—A mí también me pareció muy raro —concordó conmigo—. Pero creo que fui a la única que se lo pareció, porque solo se habló de ella un par de días. Después pasó como suele ocurrir con todo aquí: apareció un nuevo y mejor chisme y la gente fue olvidando lo sucedido.
Me levanté de la cama e hice un gesto de ?espera un momentito, Artemis?.
—Pero ?y si se fue a otra universidad o se mudó a otro país? —consideré—. A veces la gente se larga sin...
—No hizo nada de eso —me interrumpió—. Lo investigué.
—??Lo investigaste?! —solté, atónita, y solo porque me sorprendió mucho que ella, la chica temerosa, hubiera hecho algo así.
—Sí, porque...
Se interrumpió con brusquedad. La vi apretar los labios como si dudara en decirme lo que había querido decirme al iniciar la frase, como si una parte de ella le hubiera dicho: ?No, cállate. Piénsalo mejor...?. Pero, por Dios, no podía dejarme con esa intriga.
—?Qué? —la animé a completar.
Artie apretó más los labios y negó en silencio con aflicción. Sin paciencia, me puse frente a ella, la tomé por los hombros y la miré a los ojos. Traté de dedicarle una mirada de apoyo, de complicidad, quería que entendiera que el hecho de que me estuviera contando eso acababa de marcar un después en nuestra relación de compa?eras de apartamento.