Perfectos mentirosos (Perfectos mentirosos #1)(31)



Ay, Dios...

Acababa de hacer el ridículo.

Lo cual no era una novedad.

—Disculpen —dijo Adrik, rompiendo el silencio y dirigiéndose a algún camarero imaginario—. ?Me pueden servir una copa de cloro con unas gotas de ácido?

A decir verdad, a mí también me habría venido bien ese combinado en una copita.

La cena quedó arruinada, por supuesto. Mi plan de fastidiar a Aegan, arruinado. él pagó los platos y vasos destrozados y luego pidió comida para llevar. Después Aleixandre se fue por su lado y los cuatro que habíamos llegado juntos tuvimos que volver al apartamento de la misma forma, en el mismo vehículo, con el mismo denso silencio.

?Qué había descubierto durante esa cena?

Que no debía pedir comida solo por su nombre.

Que Aegan necesitaba controlarlo todo.

Que Aleixandre era una copia de su hermano mayor.

Y que Adrik era tan indescifrable como un manuscrito escrito el a?o 1 antes de Cristo.

Lo demostró en el preciso momento en que Aegan aparcó frente al edificio, porque abrió la puerta, se bajó y fue a su auto para arrancar y largarse. No dijo nada ni se despidió.

Artie, por su parte, habló en tono cordial:

—Adiós, Aegan.

él no le respondió y ella entró en el edificio. Yo no pensaba despedirme. Mi intención era abrir la puerta para bajarme también y darle la espalda, pero Aegan me tocó el codo.

—Espera un momento —me pidió.

—Mira, no sabía que era comida picante, ?de acuerdo? —me apresuré a dejar claro. Me negaba a recibir cualquier tipo de reproche—. Y estaba demasiado picante, no exageré, sentía que...

—No es eso... —me detuvo, entornando los ojos.

—Ah.

Volví a acomodarme en el asiento, interesada en saber qué idiotez diría. Estábamos solos, no había gente alrededor, no estaban Artie ni sus hermanos. Esperé que dejara de fingir, porque yo quería ver al verdadero Aegan, el que sabía que estaba ahí dentro, no a ese personaje que usaba para salvaguardar su imagen.

Lo que esperé no llegó.

—Quiero salir contigo —me dijo finalmente—. Como ya sabrás, será solo durante noventa días. En ese lapso de tiempo, hay algunas indicaciones que debes seguir. No son demasiadas, pero cada una es importante para...

—?No alterar al macho dominante que es obvio que hay en ti? —completé con una ceja enarcada.

—Para mantener un equilibrio entre tú y yo —me corrigió.

Solté una risa absurda, sin rastro alguno de diversión.

?Indicaciones? ?Unas indicaciones como si él tuviera el derecho a poner pautas sobre la gente? No pude evitarlo, eso se clavó hasta en mi apellido, por lo que la llamita que mencioné anteriormente se transformó en un fuego que prometía arder en ansias de consumirlo.

—?Qué pasa si yo no quiero que haya ningún equilibrio? —refuté.

Aegan dijo simplemente:

—Entonces nos llevaríamos muy mal.

—Ya nos llevamos mal —le solté sin rodeos—. No me creo tu teatrito de chico caballeroso. Estás fingiendo.

Sus comisuras se extendieron un poco en una sonrisa maliciosa, pero misteriosa. Pudo haber sido un ?Ups, me has descubierto? o un ?Hum, ?de verdad lo crees?, pero no estuve segura. Esperé que dijera algo, pero no lo hizo, y eso mismo fue la confirmación de mis palabras. Fingía. Ahora, la pregunta era: ?por qué?

—?Por qué estás haciendo esto? —le pregunté.

—Porque me gusta cumplir ciertas reglas en mis relaciones —contestó, mostrándose sorprendido por mi incomprensión—. ?Qué problema hay?

—No me refiero a esa estupidez de reglas e indicaciones al estilo Christian Grey. Me refiero a escogerme, a querer salir conmigo.

—?Quieres que te diga que eres especial y todo eso?

—No, quiero que me digas cuál es tu plan —exigí—, porque sé que tienes uno.

Estábamos de lado sobre los asientos, encarándonos. Aegan entornó los ojos. Y vi en ellos un brillo astuto y peligroso.

—?Has escuchado la frase ?Mantén a tus amigos cerca y a tus enemigos más cerca?? —susurró—. Es parte de mi filosofía de vida, preciosa.

—El ?preciosa? te lo puedes meter como un supositorio —escupí.

Soltó un resoplido de alivio.

—Qué bien, ya me estaba fastidiando tener que usar contigo una palabra que no te va para nada.

Ahí estaba. Ese era el Aegan real: cruel, odioso, como una versión menos sangrienta del Joker.

—?Por fin! —me mofé—. No eres el Aegan caballeroso y bueno que quieres aparentar.

él endureció el gesto.

—?Y tú quién eres? —replicó, desafiante y al mismo tiempo burlón—. Porque sales de la nada y luego andas por ahí insultando mi nombre. Pensé que lo estaba malinterpretando, pero cada vez me queda más claro que quieres empezar una guerra, y me preocupa cómo eso puede terminar para ti.

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