Perfectos mentirosos (Perfectos mentirosos #1)(36)
Artie dejó caer los brazos, vencida, se sentó de nuevo en la cama como derrotada y miró el suelo. Sus ojos amenazaron con volver a humedecerse.
—No solo Aegan —dijo, sometiendo su nerviosismo por otro momento—. Los tres Cash son como un pozo de mentiras que se llena y se llena, pero nunca se desborda. —Su valentía, sin embargo, no duró mucho tiempo—. Aunque igual yo estoy exagerando y Aegan no tiene nada que ver...
—?Sientes que estás exagerando? —le pregunté cruzándome de brazos.
Ella se mordió la u?a del dedo índice, pensó un momento y luego se frustró.
—?No sé qué siento! —soltó, y empezó a moverse inquieta por la habitación—. No quiero que te pase nada ni que me pase nada a mí, pero también... ?También quisiera que fuera cierto que él le hizo algo a Eli para que pague por ello y jamás vuelva a tener el poder de tratar a la gente como si fuera basura!
Mi radar me dijo que Artie sabía más de lo que demostraba y eso podía ser algo peligroso, pero no era quién para juzgarla en ese momento en el que solo importaba una cosa: el misterio alrededor de Aegan. Un misterio que se había esmerado en ocultar, porque eso de no hablar sobre Eli al día siguiente de su desaparición sin duda era sospechoso.
Dios, en serio todo eso no podía ser una casualidad.
Y me encantó que no lo fuera.
Artie se detuvo abruptamente, pálida.
—Jude, júrame que no le dirás esto a nadie —me pidió de pronto, como si se acabara de dar cuenta de que me había revelado algo muy grave—. Júrame que, por más enfadada que estés con Aegan, no vas a soltárselo.
Claro que no le diría nada a nadie, y mucho menos a él.
Porque haría algo mejor: pensaba investigar qué había pasado.
Adopté una postura seria.
—Juro que no lo diré a nadie —asentí.
Artie recuperó algo de color.
Pero siempre ten en cuenta esto: hacer juramentos es muy fácil si sabes cómo enunciarlos estratégicamente.
—Lo que no puedo jurar es que no haré nada contra él —a?adí.
Volvió a ponerse pálida.
—?A qué te refieres? —preguntó en un hilo de voz.
Mi cabecita había forjado un plan.
—?Recuerdas la idea de Kiana? —dije—. Esa de que yo saliera con Aegan para dejarlo antes de los noventa días y humillarlo.
Artie arqueó mucho las cejas, repentinamente asustada porque entendió al instante hacia dónde iba.
—Ay, Jude, no estarás pensando que...
—?Puedo hacerlo? —completé—. Sí, es lo que estoy pensando.
Bueno, eso y varias cosas más, pero ella no tenía por qué saberlo, y menos con esa cara de cachorro asustado que parecía dudar hasta de respirar.
—Pero ??por qué?!
La tomé por los hombros y se lo expliqué:
—Porque te trató mal, enga?ó a Eli y me puso en una lista como si yo fuese ganado. Solo con eso me atacó a mí y a mi género, así que yo lo atacaré a él.
?Cuántas veces había funcionado ese plan? Cady Heron contra Regina George. Blair Waldorf contra cualquiera que intentara opacarla. Verónica Sawyer contra Heather Chandler (este ejemplo es el peor). Esas chicas habían actuado (mal, Jude, mal, admitámoslo), pero habían logrado algo, al menos un cambio. Solo tenía que pensar bien los pasos que tenía que dar; si lo hacía, estaba segura de que conseguiría atentar contra el imperio Cash.
—Es una misión suicida. —Artie negó con la cabeza—. No vas a lograr nada tú sola. Lo único que conseguirás será enfurecer más a Aegan, y entonces tal vez tengas que irte de Tagus. ?Quieres eso?
—Es que no lo haré sola —sonreí con seguridad—. Cuento contigo, con Kiana y con Dash.
Artie sintió que necesitaba volver a fumar y empezó a sacar, nerviosa, otro cigarrillo.
—No lo sé, Jude, solo somos chicas comunes y corrientes...
Pronuncié lentamente cada palabra para que lo entendiera de una vez:
—Somos chicas, sí, pero de las de ahora, de las que ya se cansaron. ?O no estás cansada?
—Sí... —admitió en un susurro mientras intentaba encender el cigarrillo con las manos tan temblorosas.
—Te molestó cómo Aegan te trató, ?no? —le recordé.
—Sí...
Entonces, ?qué había que perder?
Claro, muchas cosas, pero ?qué sabía mi yo de dieciocho a?os con fantasías de Capitana Marvel?
Artie se dejó caer en la cama, fumando. Suspiró con aflicción.
—Esto puede salir muy mal —murmuró.
—Solo imagina la cara de Aegan humillado —lancé para mostrarle otras perspectivas—. Como tú misma has dicho, ha de dejar de creer que tiene el poder de tratar a la gente como se le antoje.
Para mi sorpresa, la comisura derecha de su boca se alzó un poco. Sin duda, se lo estaba imaginando. Luego emitió una risa nerviosa y negó con la cabeza, mirándome.