El mapa de los anhelos(123)



He llegado a conocer bien a Grace Peterson durante estos meses.

Sé las cosas que le gustan y aquello que no soporta. Sé que tiene un lunar bajo la clavícula que me encantaba besar y que cierra los ojos cuando hace el amor. Sé que cuando llora le tiembla la barbilla y que su risa me recuerda a un instrumento musical. Sé que está llena de debilidades, pero también que es la persona más fuerte que he conocido. Y por eso, precisamente por eso, sé que le cuesta tomar decisiones; sin embargo, cuando lo hace, el día que al fin mueve ficha, ya no hay vuelta atrás.

Grace no va a regresar. No lo hará.

Estoy pensando justo en eso cuando, a pesar de que he bajado un poco la persiana, la puerta se abre y lo veo entrar. Tiene el mismo aspecto de siempre. Es como si la vida no hiciese estragos en él más allá de los inevitables signos de la edad.

—Lo siento, pero está cerrado.

Tayler me ignora y se sienta en un taburete. Dejo la escoba a un lado y voy tras la barra para situarme frente a él. Mirarlo es como meterme en una máquina del tiempo y volver al pasado, solo que ya no me siento tan peque?o ni tampoco me da miedo.

—Aún estás recogiendo, por lo que veo.

—Está cerrado —repito secamente.

—Venga, ponme una cerveza.

No sé por qué lo hago, pero mis manos se mueven solas, cogen el botellín y le quitan la chapa. No le ofrezco un vaso y él tampoco lo pide.

—He oído que Grace se ha ido.

—Hace semanas —confirmo.

—Así que al final ninguno ganó.

Lo miro de forma inexpresiva, aunque por dentro estoy lleno de rabia y frustración. ?Yo he sido, en algún momento, parecido a él? ?Es posible que me acercase a convertirme en el tipo de persona que tanto desprecié a?os atrás?

—Nunca se trató de ganar o perder.

—Oh, no me digas que estabas enamorado —bromea y, después, alza las cejas y lanza un silbido—. Qué predecible. ?Cómo dijiste que te llamabas?

Nunca se lo he dicho. No lo sabe.

—Will Tucker —respondo.

Espero una exclamación de sorpresa, la comprensión cruzando su rostro, la extra?eza al percatarse de que es la segunda vez que nuestros caminos se entrelazan. Pero no hay nada de todo eso. Tayler no me reconoce. Por un instante, mientras lo veo terminarse la cerveza de un trago largo, me planteo decirle que, cuando éramos críos, me jodió la vida. También medito seriamente la idea de darle un pu?etazo en la nariz. Pero luego comprendo que no serviría de nada, porque no va a cambiar.

Y eso me recuerda que nuestras posturas son parecidas.

Yo también podría cambiar. Pero no lo hago.

Se levanta poco después y deja un par de billetes en la barra. Los meto en la caja registradora mientras él se encamina hacia la puerta. Antes de salir, dice: —Oye, Will, sin rencores, ?vale? —Chasquea la lengua—. Y hazme caso: olvídate de Grace. Es demasiado complicada, no vale la pena.

La puerta se cierra a su espalda y me quedo mirando ese punto durante un buen rato. Es curioso que existan personas que puedan marcar tu vida de una manera tan profunda y que ni siquiera te recuerden a?os más tarde. Debería estar enfadado, pero tan solo me siento vacío. Y pienso que, en cierto modo, Tayler ha recibido su merecido: tener que pasar el resto de su vida consigo mismo.

Cuando termino de recoger y voy al coche, encuentro un papel de propaganda sujeto en el limpiaparabrisas. Lo cojo y entro porque el viento sopla con fuerza.



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En lugar de tirarlo, me lo guardo en el bolsillo de la chaqueta.





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Grace


Despedirse de ámsterdam no es solo dejar atrás esta ciudad, sino también a la chica que he sido entre los canales y las casitas estrechas. Nunca había conocido esa versión de mí; una que es capaz de perderse entre las callejuelas y mantener la calma hasta conseguir volver al hostal, una que disfruta sentándose a leer a solas en cualquier sitio mientras contempla los barquitos de colores que se balancean en el agua, una que ha empezado un diario porque necesita hablar consigo misma.

Escribirte es la mejor manera de conocerte. En el folio en blanco puedes dejar guardadas las palabras que no te atreves a decirte en voz alta. Cada día empiezo así: ?Hoy me siento…? e intento hacer el esfuerzo de mirarme por dentro para ordenar mis emociones.

ámsterdam está tan lleno de queso que resulta casi obsceno. En cualquier tiendecita que entres, te ofrecen una peque?a degustación. Y no dejé de pensar en lo mucho que le hubiese gustado a Will. Podríamos haber alquilado algún apartamento, cocer espaguetis en una cazuela y aderezarlos con toneladas de queso.

Pero en estos momentos nos separa un océano, tanto metafórica como literalmente. Y lo echo de menos de una manera tan intensa que a veces me sorprende que pueda sentirme así por otra persona. Supongo que por eso leí sus notas dos días después de llegar. Pensé que esas palabras me consolarían, pero en realidad fueron casi dolorosas. Había algunos sitios de interés general, como un local conocido por hacer las mejores patatas fritas del mundo, pero la mayoría eran asuntos prácticos como el teléfono de las diferentes embajadas de cada país o temas médicos.

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