El mapa de los anhelos(118)
—Es que estoy confusa.
—?Por qué?
—Porque me gustaría que las cosas fuesen diferentes, pero creo que si sigo ignorando la realidad tan solo conseguiré que todo empeore aún más.
—Entiendo que hablamos de Will.
—No quiero meter la pata. Es una decisión importante.
El abuelo continúa trabajando en el joyero.
—?Qué es lo que te preocupa?
—Que se quede conmigo por las razones equivocadas.
—Tiene asuntos pendientes —adivina él.
—Unos cuantos. Debería haberse hecho cargo de ellos mientras yo hacía lo mismo con los míos siguiendo ?El mapa de los anhelos?, pero…
—Coincidir en el camino es complicado.
—Sí.
Me quedo mirando las virutas de madera que alfombran el suelo del garaje, ajenas a que en el momento más inesperado una escoba acabará con todo. Es un símil de la vida, vaya. Y del amor. Lo que ha dicho el abuelo es cierto, no debe de ser fácil que dos personas se encuentren en el mismo lugar, a la misma hora, con los mismos propósitos. ?Y qué ocurre entonces? ?Qué pasa cuando estás enamorada de alguien que no avanza al mismo ritmo que tú? Tratándose de Will, digamos que ha hecho una parada en el camino, pero no sé si es para coger impulso o porque no quiere seguir adelante.
—Abuelo, ?nunca tuviste dudas?
—?Seguimos hablando de amor?
—Sí, seguimos hablando de amor.
—Claro que las tuve, Grace. Y no siempre fue fácil. Me equivoqué en varias ocasiones y discutíamos cuando no estábamos de acuerdo, como todos los matrimonios…
—?Te arrepientes? —pregunto.
Deja la pieza en la que está trabajando y me mira. Está serio y conozco lo suficiente las expresiones de su rostro para adivinar que va a decirme algo importante.
—?De equivocarme? Supongo que sí, pero no sería humano de lo contrario. ?De no coincidir siempre? No. Sé que sería más bonito decirte que si pudiese volver atrás en el tiempo para ver a tu abuela y ella me dijese que el cielo es verde le daría la razón, pero, si lo piensas bien: ?le estaría haciendo un favor o todo lo contrario? Ser el compa?ero de vida de alguien no es sencillo, porque cada uno se convierte en la persona que mejor conoce al otro y eso implica dejar al descubierto las fortalezas y las debilidades. Los momentos buenos son fáciles, pero los malos… desvelan si el vínculo es fuerte y si se tiene la confianza suficiente como para asumir las imperfecciones.
Probablemente sea la frase más larga que el abuelo ha dicho jamás. Aprieto la taza entre las manos, aunque ya se ha enfriado.
—Gracias —susurro.
—En cualquier caso. —Vuelve a coger la gubia—. De verdad necesito que me digas si piensas quedarte en casa más días, porque luego iré a hacer la compra.
Niego con la cabeza y sonrío.
—Me iré pronto. O eso creo.
—Vale. Si cambias de opinión…
—Serás el primero en saberlo.
Me levanto y beso su mejilla suave y arrugada. Después, busco en el bolsillo trasero de mi pantalón vaquero la carta que cogí antes de venir a verlo. Saco el sobre de un azul pálido y se lo ofrezco. El abuelo lo mira primero con extra?eza, pero en apenas unos segundos su rostro cambia: se dulcifica como si alguien acabase de untar la piel con una capa de merengue. Las comisuras de su boca caen, los ojos le brillan y deja de mover las manos porque se ha olvidado de lo que estaba haciendo.
—?Es para mí? —Tiene la voz ronca.
—Sí. Terminé el juego. Lucy te la dejó.
Le tiembla la mano cuando coge la carta. Está tan emocionado…, tan nervioso… Le digo que voy a dejarlo a solas para que tenga intimidad, pero ya no me oye, está demasiado ocupado abriendo el sobre con torpeza. Sonrío y salgo del garaje.
El día es gris perla. Entro en la casa, subo al dormitorio que el abuelo hizo para mí y guardo las pocas cosas que me traje en una mochila de mano.
Creo que es hora de terminar de poner orden en mi vida.
No hay nadie en casa cuando regreso. Me doy una ducha larga y me seco el pelo mirándome al espejo y fijándome bien en esas partes de mi cuerpo que a veces no he querido mirar. Después, bajo a la cocina. Hay una pizza en la nevera que meto en el horno porque llevo casi dos días sin poder probar bocado por culpa de la inquietud, así que estoy hambrienta.
Acabo de sacarla cuando mi padre aparece.
—Grace… —Aún sostiene las llaves en la mano cuando me ve en la cocina—. Me alegra ver que has vuelto. Estaba preocupado por ti.
—?En qué sentido?
—No quiero que sufras.
Y después tiro por tierra todo sobre lo que he estado reflexionando. En lugar de mostrarme comprensiva, tan solo digo: —?Y mamá?
—Tampoco.
—?En serio?
—Sí, Grace. Quiero a tu madre. No exactamente de la manera en la que lo hacía hace a?os, pero sí como se quiere a las personas importantes de tu vida. Aunque no lo creas, me gustaría que todo hubiese sido diferente. Pero a veces…