El mapa de los anhelos(117)



—?Estarán tus padres?

—Supongo. ?Por qué?

—Deberías entrar a saludarlos. Es la excusa perfecta para que pueda conocerlos. Podríamos desayunar con ellos, ?qué me dices?

—No.

—Pero…

—No, Grace.

Y presiono el acelerador para alejarme cuanto antes de ese lugar. No tardamos en dejar atrás el barrio, la ciudad entera. No decimos nada durante veinte largos minutos y tampoco es necesario para comprender que Grace está enfadada por mi reacción, pero ?qué esperaba? ?Entrar ahí y desayunar huevos, tostadas y zumo junto a mis padres como si fuese algo de lo más corriente? Eso me recuerda que no hemos probado bocado y soy el primero en rendirme en esta batalla sinsentido.

—?Tienes hambre? ?Quieres parar?

—No, gracias. Estoy bien.

—Como quieras.

Así que ya no digo nada más hasta que aparco delante de su casa. Puedo percibir la tensión flotando alrededor y me incomoda que esté ahí cuando hace apenas unas horas, con Grace deslizándose por el hielo, todo era perfecto.

—No tienes razones para estar cabreada.

La mirada de ella es una navaja recién afilada.

—?De verdad lo crees? Mira, lo que has hecho esta noche por mí, como todo lo demás, ha sido maravilloso. Sería fácil dejarme cegar, pero no puedo ignorar el resto, Will. No puedo. Porque me importas de verdad.

—Ni siquiera sé de qué estás hablando.

—Sí lo sabes. Evitas enfrentarte a todo lo que te incomoda. Eres incapaz de coger las riendas y contestarle a la mujer con la que ibas a casarte o de abrirte con tus padres y demostrarles quién eres ahora. No puedes evitarlo eternamente.

—Joder, Grace. No es tan sencillo.

Ella traga saliva y se muerde el labio antes de alzar la barbilla para buscar mis ojos. Hay un brillo distinto en su mirada que me desconcierta.

—?Puedo hacerte una pregunta?

—Sabes que sí.

—?Por qué quieres acompa?arme en el viaje?

Pensaba que indagaría sobre algo relacionado con mi familia o Lena. Pero no. Y las palabras se quedan en el aire unos instantes hasta que encuentro una respuesta.

—Porque me gusta hacerte feliz.

—Mierda, Will.

Gira la cara y deja escapar el aire contenido.

—?Cuál es el problema?

—?De verdad no lo ves?

—No, joder. Oye…

Pero antes de que pueda decir nada más, Grace se inclina hacia mí y me da un beso en los labios como despedida. Abre la puerta del coche y sale. Me quedo ahí unos segundos intentando descifrar lo que acaba de pasar, pero no llego a ninguna conclusión, así que al final arranco y me alejo calle abajo con las manos aferradas al volante.

Al llegar a la caravana, me dejo caer en la cama.

Y duermo. Duermo viéndola girar en el hielo.





49


Grace


Después de despedirme de Will, subí a mi habitación, cogí un papel y escribí ?confrontar?. El verbo dio vueltas en mi cabeza. Nunca había sido tan consciente de hallarme en medio de dos situaciones antagónicas. La venda con la que intento taparme los ojos ha cedido y ya no hay manera de apretarla. Podría hacerlo si no me importase lo suficiente, como ocurría con Tayler, o si fuese la chica que era hace meses.

Pero no con él… No con él y ahora…

Sigo anclada en la misma palabra dos días después. Me he refugiado en casa del abuelo porque necesitaba alejarme del ruido; de la preocupación por mi madre, de la conversación pendiente con mi padre, de los enredos de Will.

Ensimismada, contemplo al abuelo mover la gubia redonda para tallar la madera. Está haciendo un peque?o joyero para la vecina que vive al final de la calle e imagino que es de tilo, porque es la madera que más le gusta manejar por la textura fina. También suele usar el cerezo y el nogal, el álamo y el roble. He visto al abuelo tantas horas trabajando en su taller que conozco todos y cada uno de sus movimientos: la manera en la que usa la escofina para repasar las hendiduras, su precisión con el formón en los cortes rectos o la delicadeza cuando usa la lija o la esponja.

—?Hasta cuándo vas a quedarte ahí mirándome?

No contesto. Me limito a sostener la taza de leche humeante que me calienta las manos. Nos separan unos cuantos metros; el abuelo está sentado delante del tablero de trabajo y yo, en una silla que hay pegada a la pared.

—Grace…

—Estoy pensando.

—?Ahora?

—No, desde que llegué aquí.

—?Llevas dos días pensando?

—Sí.

El abuelo suspira y cambia de herramienta.

—?Quieres que hablemos?

Sé que le ha costado formular esa pregunta porque él no es de los que te sonsacan, sino de los que esperan. La última vez que mantuvimos una conversación relevante tuve que insistirle para que me dijese qué impresión le había dado Will durante la cena en la que se conocieron. ?Buen corazón, cabeza enredada?, dijo. Y creo que tenía razón, aunque entonces todavía intentaba ignorar las se?ales de neón.

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