El mapa de los anhelos(112)



El ?pero? es la peor palabra del mundo, ?no crees? Siempre aparece para que una vuelva a poner los pies en el suelo y lo destroza todo a su paso. ?Te quiero, pero…?, ?nos ha gustado mucho tu currículum, pero…?, ?me encantaría, pero…? o, en mi caso, ?no quiero despedirme de ti, pero voy a morirme?.

Todos seríamos más felices si desterrásemos esa palabra, pero no es posible. ?Lo ves? Ahí está. Y, sin embargo, voy a pedirte ese imposible: me gustaría que vivieses como si no existiese. Grace, no malgastes tus días echando el freno o quejándote por nimiedades. La vida es un tablero de ajedrez; si te han regalado uno, no te quedes ahí parada mirando las partidas de los demás, porque quizá en algún momento te arrebaten tus fichas y ya sea tarde. Prepara una buena defensa, pero juega. Hazlo, aunque no siempre sepas cuál será el mejor movimiento. No se trata de ganar, sino de intentarlo. Confía en tu intuición y sé compasiva contigo misma. ?Recuerdas lo que te dije sobre el dolor? Permítete estar triste. Permítete llorar. Permítete caer y date tiempo para recuperar fuerzas. Siempre he creído que el dolor hay que atravesarlo, no rodearlo. Al dolor hay que tenerle respeto y tratarlo con cari?o y paciencia.

Supongo que te lo imaginarás, pero he pensado mucho en la muerte durante toda mi vida. Demasiado, quizá. Hubo épocas en las que me aterró. So?aba que estaba dentro de un ataúd, que no podía salir y las u?as se me rompían al ara?ar la madera. Tuve otros momentos en los que la apatía y la indiferencia se adue?aron de mí, no me importaba morirme porque estaba cansada de luchar y luchar. No fue hasta hace poco tiempo cuando decidí que me limitaría a fluir como un río. Y llegó la placidez.

He comprendido que la muerte es constante y siempre está presente, porque mueren los instantes que vivimos y dejamos atrás, mueren los sue?os y aquellos que fuimos, muere la ni?ez y la inocencia, mueren las ciudades que van cambiando con el paso del tiempo, muere hasta el odio. Todo muere. Todo. Pero hay belleza en ello. Es una belleza eterna.

Y tú, que llevas a?os en busca de la belleza, deberías verlo así. Me gustaría que lo hicieses. Que atravesases el dolor y encontrases belleza en este adiós, porque si estoy aquí escribiéndote significa que viví, que tuvimos la suerte de ser hermanas y que algún día, ?quién sabe?, quizá volvamos a encontrarnos. Si ocurre, Grace, espero que tengas muchas cosas que contarme. Cosas maravillosas. Cosas que nos hagan reír juntas.

Con amor, Lucy.



Levanto la cabeza cuando las lágrimas empiezan a emborronar las letras y solo entonces soy consciente de que estoy llorando. No, no lloro. Sollozo. Un gemido roto se escapa de mi garganta y siento que me ahogo, que estoy en medio del océano bajo las olas y no puedo respirar, no puedo. Will me rodea con sus brazos, me acuna contra su pecho, besa mis lágrimas con tanta delicadeza que lloro con más fuerza. Y sé que me dice algo al oído, palabras de consuelo, quizá, pero no oigo nada, no veo nada, no siento nada excepto este dolor asfixiante que me estruja los pulmones al pensar que todo ha terminado, que ahora sí, que Lucy se ha ido, no solo su cuerpo, también los pedacitos de su alma que dejó para mí en estas cartas. Ya no me queda nada de mi hermana y la echo de menos como si me hubiesen mutilado.

Así que me abandono y sigo llorando.

No es fácil regresar del dolor, ese lugar que imagino como la guarida de una ara?a en mitad de un bosque denso. El dolor posee cierto encanto porque puedes dejarte ir y todo lo demás se vuelve trivial, te sientes casi etérea y liviana al parar de luchar y aceptar el abrazo de la tristeza. Y es fácil desear permanecer en la telara?a balanceándote con suavidad, pero si lo haces, si decides quedarte, corres el riesgo de perderte la hermosura salvaje y apabullante del resto del bosque. ?Atraviesa el dolor?. ?Atraviésalo?. Oigo su voz en mi cabeza. Y ahora comprendo que eso es precisamente lo que he estado haciendo durante los últimos meses de mi vida. Que empecé en la telara?a, estancada y rodeada de gente que no me sumaba, y después me liberé, toqué el suelo con los pies y caminé despacito, muy despacito, entre helechos y raíces y flores.

Sigo dentro del bosque. Sigo ahí. Pero las ramas de los árboles altos son menos frondosas y se ven trozos de cielo azul. A veces, hasta me alcanzan rayos de sol.

—Grace… —Su voz es una caricia invisible—. ?Qué puedo hacer?

—Nada. Nadie puede caminar por mí.

—?A qué te refieres?

Sacudo la cabeza con el rostro todavía hundido en su pecho. Lo huelo. Lo huelo porque cuando lo hago sigo evocando cascadas y frío y violetas. Y escucho su corazón latiendo con fuerza contra mi oreja derecha, pum, pum, pum. Will está vivo y yo también. Y ese hecho absurdamente corriente de pronto me parece insólito. Respiramos. Lo hacemos a la vez. Su cuerpo y el mío funcionan a la perfección como dos máquinas recién engrasadas, cada célula cumple su función específica, podemos ver y oír y olernos y saborearnos y tocarnos. Podemos querernos.

—Will…

—Dime.

—Voy a echarla tanto de menos…

—Lo sé. —Me besa la nariz, limpia el rastro de lágrimas.

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