El mapa de los anhelos(110)
—Me da miedo irme al viaje y dejarte aquí.
—De eso nada. Estaré perfectamente. Tengo el grupo de terapia, que es fantástico. Y está el abuelo, él nunca falla. Y Anne; de hecho, he quedado con ella para cenar el viernes en un restaurante que acaba de abrir.
—Pero…
—Y quiero que seas la protagonista de tu propia vida, Grace. ?Quién sabe si podrás hacerlo en otra ocasión? El próximo a?o es posible que estés estudiando en esa escuela de arte. O que Will y tú no podáis coincidir porque tengáis compromisos…
Le digo que sí, que tiene razón, aunque hace días que siento algo pegajoso dentro, pero no sé explicar por qué. Se ha convertido en algo molesto. Una piedrecita en el zapato. Y tiene que ver con él, con Will, pero no sé qué es, no sé qué es…
—Deberías cenar algo —me dice.
—Más tarde, quizá. Ahora no me apetece.
En mi habitación, saco las guías de viaje y las dejo desperdigadas sobre la cama. Me pongo el pijama y cierro la ventana, porque septiembre se perfila a lo lejos y empieza a refrescar por las noches. Paso un rato perdida entre las calles de ámsterdam mientras leo, pero termino desistiendo porque no me concentro. No dejo de pensar en esa mano, en el gesto dulce que compartían, en la mirada de Allison, en los comienzos.
?Cómo es posible que todo cambie tanto con el paso del tiempo? Hubo una época, aquella en la que Lucy apenas recayó y que duró un par de a?os, en la que fuimos felices. En el álbum de fotografías que hay en el salón aparecemos los cuatro disfrazados en Halloween, junto al árbol de Navidad o en Sunken Gardens. Lucy sonríe con toda la boca, ense?ando los dientes. Yo hago muecas. Mamá nos acoge entre sus brazos. Y papá la mira a ella y no a otra mujer que ni siquiera conozco. Sobre el papel, todo es perfecto.
Me pregunto si el resto del mundo siente el mismo tipo de nostalgia incómoda cuando mira fotografías antiguas y hace balance de lo ganado y lo perdido.
Ahora Lucy está muerta. Y mamá es ella, pero otra. Y papá está lejos.
Yo estoy abriendo los ojos. Aún tengo lega?as. No conozco todos los desvíos y creo que voy a tener que aprender a improvisar, pero siento que me encuentro en el camino correcto y estoy decidida a seguir avanzando hacia delante.
Es precisamente lo que me hace reflexionar sobre lo que le dije a Will días atrás: hay que cerrar etapas para empezar otras nuevas. Y por eso necesito terminar ?El mapa de los anhelos?. Lo necesito, sí.
46
Will
—Así que vas a dejar el trabajo —repite Paul.
—Lo siento. Quizá debería haberte avisado con más antelación…
—No, no te preocupes por eso. —Termina de limpiar la barra con el trapo y después lo aparta y me mira—. ?Cuándo has dicho que os vais al viaje?
—En un par de semanas.
—?Estaréis fuera un mes o dos? Porque quizá pueda encontrar ayuda temporal hasta que regreses y guardarte el puesto mientras tanto.
Sigo colocando los vasos en la estantería, todos perfectamente alineados.
—Es que no sé cuándo volveré.
—?Cómo que no lo sabes?
Me encojo de hombros.
—Depende de Grace.
—?Y te da igual no saberlo?
Levanto la vista hacia él todavía con uno de los vasos en la mano. Lo cierto es que no me había parado a pensarlo. Que no quiero pensarlo, en realidad. Todo está bien así. Es la primera vez que siento por una persona esta mezcla de admiración, confianza y deseo. Grace es un refugio. Un haz de luz entre mis propias sombras.
—Sí, no me importa. Me gusta viajar sin más. Y Grace necesita hacerlo, así que simplemente estaré a su lado. Además, es la primera vez que se aleja de casa.
Nos quedamos callados un rato mientras terminamos de recoger. Cojo la escoba y barro entre las mesas y las sillas. Paul se ocupa de la caja. Al terminar, tras anotar el recuento de la jornada en una libreta, la cierra y lanza un suspiro largo.
—?Y qué harás cuando el viaje acabe?
—Todavía no estoy seguro —admito.
—?Dudas entre varias opciones?
—Mmm… —No me apetece seguir hablando del tema, pero como conozco a Paul porque llevamos tiempo trabajando juntos, sé que no lo dejará correr, así que digo—: Es posible que me marche a San Francisco si el próximo a?o Grace entra en la universidad.
Paul alza las cejas y frunce el ce?o con lentitud.
—Debo suponer que tu ocupación actual es seguir los pasos de tu chica. ?No hay nada que a ti te apetezca hacer con independencia de ella?
No lo pienso. No lo medito. No lo analizo. No quiero.
—No —contesto secamente, y me pongo la chaqueta.
La luna brilla en lo alto del cielo cuando camino por el parque de caravanas y entro en la mía. Nunca imaginé que terminaría cogiéndole tanto cari?o a este lugar, pero me gusta su aplastante sencillez. No puedo acumular cosas, me veo en la obligación de ir al supermercado a diario y paso horas leyendo en la lavandería. Pero tiene todo lo que alguien como yo puede necesitar: un techo, paredes, agua, luz.