El mapa de los anhelos(116)



Pero aquí estoy. Aquí estamos.

—Ven conmigo. —Grace se acerca hasta mí con las mejillas heladas y enrojecidas. Los patines lilas en sus pies hacen que esté casi a mi altura cuando entro en el hielo con ella—. Lo de esta noche… ha sido la estupidez más perfecta que nadie ha hecho por mí jamás. Nunca voy a olvidarlo.

Me abraza y nos quedamos en silencio en la pista. Me da un par de besos rápidos antes de alejarse riéndose como una estrella fugaz que deja una chispa de luces a su paso. Durante los siguientes diez minutos, gira a mi alrededor, se desliza, se impulsa, coge velocidad, la pierde poco a poco…

—Ojalá no tuviera que decir esto, pero tenemos que irnos.

—Lo sé. Lo sé. —Se acerca jadeando y, sin perder la sonrisa, se quita los patines y los mete en la caja justo cuando el hombre aparece y nos mira.

—Es la hora —comenta.

Lo acompa?amos hasta la puerta del centro comercial. Grace se despide de él con tanto entusiasmo que parece un poco aturdido, y yo le estrecho la mano.

—Gracias. De corazón.

Asiente y cierra cuando salimos.

Nos dirigimos hacia el coche. La noche se ci?e sobre nosotros y enciendo el motor para poner la calefacción, pero no nos movemos. Permanecemos en el parking a oscuras, cada uno pensando en sus cosas con nuestras manos acariciándose a medio camino de forma distraída, hasta que Grace dice: —Mis padres van a divorciarse.

—Mierda. No sabía que estaban mal, la otra noche parecían compenetrados.

—Son amigos. O eso creo. —Deja de mirar nuestras manos y alza la vista hacia mí—. Me he enterado hoy. Es decir, ayer por la tarde. Resulta que él está enamorado de otra mujer.

—Lo siento —digo en voz baja.

Nos quedamos callados unos segundos.

—No quiero que esta noche termine.

—Yo tampoco.

—Pues quedémonos hablando hasta que amanezca.

—Está bien. —Apoyo mejor la cabeza en el asiento.

—?Sabes una cosa, Will? Había olvidado que un día tuve una revelación mientras estaba patinando y hoy, al volver a la pista, lo he recordado. Ha sido extra?o, como un golpe. Aquella tarde no dejaba de darme de bruces contra el hielo una vez tras otra y comprendí que el éxito está formado de peque?os fracasos. Pero, sobre todo, que cuando perder el equilibrio y caerte deja de darte miedo, todo cambia. La vida cambia.

En este instante debería contestar preguntándole: ??Y cómo dejas de tener miedo??, porque quizá Grace pueda regalarme la respuesta adecuada. Sin embargo, no lo hago. Me limito a seguir entrelazando nuestros dedos con el corazón desbocado.

Después, hablamos entre susurros de cualquier cosa que se nos ocurre. Volvemos a tocar el asunto de sus padres, lo mucho que a Grace le inquieta la incertidumbre de no saber qué sucederá. También mencionamos las cartas de Lucy, esas que dejó para su familia y que Grace deberá repartir cuando crea que ha llegado el momento adecuado. Y el viaje termina imponiéndose como tema central: repasamos las posibilidades, ella quiere leer las guías de viaje de la biblioteca a pesar de tener la ruta bastante clara y fantaseamos con todas las aventuras que viviremos juntos.

—Cuando vayamos a Italia podrás comer pasta con queso sin cesar —me dice mientras las primeras luces del alba empiezan a despuntar.

—Es algo en lo que pienso a diario —bromeo.

Grace se mueve y se acurruca en mi regazo. Es un espectáculo maravilloso incluso a pesar de encontrarnos en un parking cualquiera. Porque los atardeceres son mágicos y están llenos de nostalgia, pero ver amanecer es asistir a un comienzo, una hoja en blanco, un pu?ado de oportunidades. Y la luz es suave, apenas unas pinceladas rosas y amarillas un poco aguadas. Alrededor, todo permanece en calma, en paz.

Nosotros también, hasta que decidimos que ha llegado la hora de regresar. Arranco y le digo a Grace que duerma un rato si le apetece, pero niega con la cabeza. Me meto en una avenida. Estoy convencido de que todos los coches que hay alrededor tienen como destino el trabajo de sus propietarios o el colegio de los hijos de estos. Giro hacia una calle recta de viviendas idénticas.

—?Conoces esta zona? —pregunta Grace.

—Sí. La casa donde vivía no está lejos.

—?De verdad? Me encantaría verla.

Quiero negarme. Es lo último que me apetece y no solo porque estoy cansado después de conducir y pasar la noche en vela, sino porque no me entusiasma que Grace entre en esa parte de mi mundo que solo me recuerda las malas decisiones que tomé. Sencillamente, no encaja. Son dos partes diferenciadas de mi existencia.

Pero cedo. Lo hago porque creo que será tan solo un momento y después nos marcharemos y volveremos a Ink Lake.

Dejamos atrás varios vecindarios hasta llegar al barrio donde crecí. La casa de mis padres está casi en una esquina. Al lado, se encuentra la de la familia de Josh. Paro unos metros más atrás, pero no apago el motor. La se?alo.

—Es esa de allí.

—?La de la enredadera?

—Sí. —Echo un vistazo rápido a las ventanas y los árboles del jardín. Nada parece haber cambiado, pero tengo una extra?a sensación de lejanía.

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