El mapa de los anhelos(122)
—Deja de decir tonterías —le pedí, aunque sabía que no lo era.
—?Sabes, Grace? Sí que tengo frío. —Fui a coger la manta, pero ella me apretó la mano otra vez—. Túmbate conmigo un rato.
Me acomodé a su lado intentando ocupar el menor espacio posible. Comprobar que Lucy seguía oliendo a Lucy me calmó. Mientras anochecía, hablamos en susurros; me contó que imaginaba el más allá de color rosa, con una textura algodonosa y un sabor parecido al de unos caramelos de nata y fresa que comprábamos de peque?as. Y en algún momento debí de quedarme dormida y, entre sue?os, supe que mamá nos arropaba con ternura.
Lucy vivió un a?o más, pero cuando pienso en ese final que hasta ahora nunca me había atrevido a aceptar, me viene a la memoria esa noche que dormimos juntas. A la ma?ana siguiente, cuando nos asomamos a la ventana, descubrimos que había caído la primera nevada del a?o y nos miramos sonrientes, con los ojos brillantes como cuando de peque?as encontrábamos los regalos bajo el árbol.
Y así, justo así, quiero recordarla.
52
Grace
El ajetreo del aeropuerto me aturde por un momento. Hay mucha gente, muchas pantallas, muchas indicaciones, mucho movimiento. El pánico es una emoción de lo más resbaladiza, resulta difícil atraparla y mantenerla bajo control. Mamá parece darse cuenta y apoya una mano en mi hombro mientras avanzamos hacia el primer control.
—Todo va a ir bien, ya lo verás.
—Sí. Eso espero —susurro.
—Y si surge algún problema, tienes un teléfono.
—Cierto. —Me relajo un poco.
Cuando llegamos a la cola, me giro y miro a mi madre, que está sonriéndome, y también a papá y al abuelo. Los tres han querido acompa?arme para despedirse. Voy a estar fuera un tiempo y supongo que va a ser raro para todos. Quizá, cuando regrese, las cosas hayan cambiado aún más de lo que ya lo han hecho. Me he dado cuenta de que, en realidad, el pilar maestro de nuestras vidas era Lucy. Por eso, cuando ella se fue, las paredes que sostenía empezaron a derrumbarse. El abuelo cumplió su deseo de marcharse a Florida, papá y mamá decidieron divorciarse para tomar rumbos distintos y, en cuanto a mí, me siento dentro de una crisálida, justo a punto, a puntito, de alzar el vuelo.
Pese a los nervios y al vacío que Will ha dejado.
Pese a las dudas y los interrogantes abiertos.
Pese a todo lo que aún tengo que aprender.
Acepto abrazos y besos hasta que decido que ha llegado la hora de irme. Pero, antes de hacerlo, saco la carta que quedaba, la última, y le entrego a mi madre el sobre azul. Sonríe. No es una sonrisa triste sino apacible.
—La estaba esperando. Gracias, Grace.
No me sorprende. Quizá, durante todo este tiempo, cuando pensaba que mamá estaba adormecida y no se daba cuenta de nada, en realidad veía más de lo que creía.
—Cuídate mucho. Y llámame.
—Lo haré, te lo prometo.
—Y un consejo más. Solo uno. —Me abraza y me susurra al oído—: No olvides que cada instante de tu vida es único e irrepetible.
Así es como me marcho. Con tres personas diciéndome adiós, una ausencia que me encoge el corazón y un pu?ado de palabras que me guardo para siempre.
La historia de Grace y Will
53
Will
Septiembre llena las aceras de hojas doradas y rojizas que crujen con cada pisada. Los días se vuelven tan monótonos como lo eran antes de que Grace llegara a mi vida, convertida en un paréntesis inesperado. Por las ma?anas leo, pienso demasiado y voy al supermercado. La colada suelo hacerla por las tardes y, mientras la lavadora da vueltas, rememoro cada palabra que ella dijo antes de marcharse como si entre las vocales o las consonantes pudiese encontrar la respuesta que busco. Al caer la noche, acudo al trabajo y el tiempo transcurre un poco más rápido cuando hay clientela y estoy ocupado.
Los días del calendario van quedando atrás así, uno tras otro.
Paul preguntó al principio, tras enterarse de que los planes de viaje se habían cancelado, pero, al final, cuando comprendió que no estaba dispuesto a hablar del asunto, dejó de insistir. Cada jornada abrimos juntos el local y, últimamente, cuando llega la hora de cerrar, lo animo a irse antes porque no me importa ocuparme de limpiar y dejarlo todo a punto para el día siguiente. Casi agradezco tener algo útil que hacer.
—?Estás seguro? —me pregunta dubitativo cuando me ofrezco.
—Claro. Ya lo sabes. ?No estabas viéndote con una chica?
—Sí —dice mientras coge ya la chaqueta.
—Pues ve con ella y pásatelo bien.
Ha venido varias noches a tomar algo con unas amigas. Es simpática y se ríe a menudo. Cuando la veo, recuerdo las noches en las que Grace se dejaba caer por el local sin avisar y, si me dejo llevar por la imaginación, casi me convenzo de que en cualquier momento aparecerá por la puerta. Aunque sé, en el fondo sé, que eso jamás ocurrirá.