El mapa de los anhelos(125)



La abuela siempre tenía razón.

Me quedo un rato más allí antes de bajar. Cuando salgo de la granja, ya está anocheciendo y me invade una melancolía extra?a porque sé que no volveré. En este lugar, solo quedan fantasmas.

Entro en el Jeep. Enciendo la calefacción y permanezco delante del volante mientras el sol se esconde y las estrellas empiezan a salpicar el cielo.

De entre todos los lugares del mundo, ?por qué decidí regresar a Ink Lake? Podría haber empezado desde cero en alguna ciudad desconocida o haber viajado hasta otro continente, embarcarme en una aventura diferente. Y, sin embargo, acabé volviendo. Quizá fue porque coincidir con Lucy en el hospital me hizo recordar este lugar, esta etapa de mi vida, esa inocencia perdida. O puede que fuese porque, al fin y al cabo, los seres humanos somos animales. ?Y adónde iría un ratón asustado y herido? A su madriguera.

Cuando llego a la caravana, ni siquiera me molesto en quitarme la chaqueta antes de coger el sobre morado que Lucy dejó para mí. Todavía no lo he abierto. He pasado semanas mirándolo, pero no he sido capaz de leer su carta. Me avergüenza pensar que probablemente todos los Peterson lo hayan hecho antes. Quizá sea un cobarde, siempre lo haya sido, o puede que necesitase encontrar el momento adecuado.

Y sé que es este.



Querido amigo:

Si tienes esta carta en tus manos, significa que acompa?aste a Grace por su mapa particular de los anhelos olvidados. Te estoy agradecida por ello. Imagino que, llegados a este punto, ya sabrás por qué te elegí a ti para que fueses su guía: pensé que era un recorrido que tú también necesitabas hacer. Espero que fuese satisfactorio y que disfrutases de cada pasito junto a Grace. Ya te habrás dado cuenta de que es una persona increíble, con sus peculiaridades, sí, pero una se da cuenta con el paso de los a?os de que la normalidad no existe, todos somos maravillosamente raros.

Tú también, Will.

El tiempo que compartimos juntos fue un regalo inesperado. Quizá significó más para mí que para ti, pero es que es fácil sentirse sola cuando estás enferma, la vida se ve a través de un filtro grisáceo. Por eso me escapé de mi planta aquel día, en un acto estúpido de rebeldía, y te vi en esa cama. Nunca olvido una cara; cuando el futuro es dudoso, te refugias entre recuerdos. Y ahí estabas. Me pareció una se?al. Lo cierto es que pensé mucho en ti cuando volví al colegio y descubrí que te habías marchado. Y me pareciste tan difuso y vacío que creí que tú también necesitabas una amiga. La buena noticia, Will, es que todo lo difuso puede volverse claro y todos los vacíos pueden llenarse.

Ojalá hayas logrado perdonarte.

Sujetarse al salvavidas es fácil. Lo verdaderamente complicado llega después, cuando toca nadar y nadar en medio del océano.

Te deseo suerte en la vida, Will.

PD: ?Recuerdas que te prometí que te ense?aría las fotografías del baile de fin de curso? Te dejo una de ellas. Si alguna vez piensas en mí, recuérdame así, con ese vestido rojo y una sonrisa.

Con cari?o, Lucy.



Suelto el aire contenido mientras contemplo la instantánea. Lucy está radiante delante de la escalera de la casa de los Peterson. A su derecha posa una amiga con un vestido largo y azul. Y a la izquierda está Grace, imagino que porque sus padres le pedirían que se pusiese para la foto; viste unos vaqueros y una camiseta que deja al descubierto su ombligo. Me quedo mirándola tanto rato que, cuando aparto la vista, me siento mareado. Mareado y más seguro que en mucho tiempo, como si de golpe las cosas se hubiesen colocado mágicamente en su lugar.

Lucy tiene razón. Lo jodido es nadar.





56


Grace


Detesto Londres los primeros tres días y, a partir del cuarto, empiezo a enamorarme de la ciudad. Sí, me resulta fría y un poco hostil, pero es fácil cogerle el punto cuando te rindes y te adaptas a ella. Te conviertes en una más de las muchas personas que la habitan y se mueven cada día por sus calles con la mirada al frente y paso seguro, como si tuviesen muy claro hacia dónde se dirigen. Yo también finjo hacer eso. Y al final me pregunto si no estaremos todos fingiendo.

En Londres me derrumbo un poco en contraste con lo cómoda que me sentí en ámsterdam. Me cambio de hostal tras pasar las primeras noches compartiendo el ba?o del pasillo con un grupo de chicos belgas que no atinaban a mear dentro del retrete. Me aseguro de pagar más para tener un servicio propio y me mudo a la otra punta de la ciudad para encontrar un dormitorio minúsculo de suelo enmoquetado por el que las cucarachas corretean a sus anchas. Es su reino, no tengo dudas. Lloro. Lo hago subida a la cama y me planteo llamar a mis padres, al abuelo o incluso a Will; con él esto hubiese sido mucho más divertido, algo anecdótico que contar a?os después. Consigo contenerme. Los siguientes días como hamburguesas, comida india, libanesa, china, coreana… Lo bueno de Londres es que, en cierto modo, lo tiene todo. Paseo por Hyde Park y St James’s, los jardines me trasmiten algo romántico y melancólico y me gusta escribir ahí mi diario. La tercera noche que duermo en la habitación, hago un esfuerzo mental para racionalizar mi miedo a las cucarachas; al fin y al cabo, solo son insectos inocentes, no tienen la culpa de su fealdad, es probable que también estén asustadas y me consideren una intrusa. Duermo mejor. Visito la National Gallery. Empiezo a frecuentar la zona de Camden. Me compro un plumífero porque el frío llega con fuerza a la ciudad y me pilla desprevenida. Por las noches, antes de dormir, acostumbro a contar minuciosamente el dinero que me queda y a revisar la planificación del viaje. Sue?o con Will y me despierto con los ojos llenos de lágrimas, aunque, por más que lo intento, no consigo recordar qué era lo que estaba so?ando. Voy a mercadillos de todo tipo de cosas y me compro una cámara analógica de segunda mano que es preciosa. Visito Notting Hill y recuerdo las veces que vi la película de Julia Roberts y Hugh Grant junto a mi hermana. Me hago amiga de un se?or que lleva sombrero y se sienta todos los días a leer en el mismo banco. Y, la guinda del pastel, encuentro una pista de patinaje a la que voy en varias ocasiones.

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