Ciudades de humo (Fuego #1)(73)
Rhett, por otro lado, comía con aire distraído, mirando a su alrededor como si su cabeza estuviera en otra parte. Alice se encontró a sí misma observándolo mucho más tiempo del estrictamente necesario sin poder evitarlo, removiendo la comida con la cuchara, completamente absorta.
Sin embargo, se distrajo cuando captó un movimiento por el rabillo del ojo. Kenneth se acercaba directamente a ella.
Ay, no.
Había intentado pasar demasiado tiempo con ella esos días. Tanto, que empezaba a agobiarla. Alice no estaba segura de qué era lo que quería el chico, pero estaba convencida de que a ella no le iba a interesar.
—Hola, Alice —la saludó con una amplia sonrisa, sentándose con el brazo apoyado en el respaldo de su silla.
Jake, al que había apartado para sentarse, le frunció el ce?o a su espalda, muy ofendido.
—Hola —le dijo ella con la boca llena de puré, sin mirarlo.
Estaba un poco molesta porque le tapaba la visión y no podía ver a Rhett.
—?Qué tal? —preguntó Kenneth.
—Bien.
—Me alegro.
—Ajá.
Silencio incómodo.
él lo interrumpió al cabo de unos segundos, inclinándose hacia ella.
—?Qué haces después de cenar?
—Dormir.
Trisha empezó a reírse entre dientes. Dean y Saud se burlaban de Kenneth disimuladamente, pero él los ignoró completamente, mirando a Alice.
—?Te apetece ir a dar una vuelta conmigo?
—No podemos ir a dar vueltas después de cenar.
—?Y qué?
—Pues que no le apetece ir a dar una vuelta después de cenar —aclaró Jake, agitando su cuchara—. ?Déjala tranquila!
—?Y si vengo a verte a tu cama? —sugirió Kenneth directamente.
Trisha dejó de comer. Dean y Saud intercambiaron una mirada. Jake volvió a sacudir la cuchara, indignado.
—?A mi cama? —repitió Alice, sorprendida por la reacción de los demás.
—Sí, a tu cama.
—No hace falta.
—Puedo ir aunque no haga falta.
—No me apetece que hoy vengas a mi cama, ?vale?
—Entonces, ma?ana. Nos vemos, Alice.
Kenneth sonrió ampliamente antes de marcharse con sus amigos, no sin antes darle un apretón en la rodilla a Alice, que se removió, incómoda.
Los demás integrantes de la mesa la miraban fijamente.
—?Qué pasa? —preguntó todavía un poco incómoda.
—Nada. —Trisha se?aló su comida—. Solo acabas de aceptar que un orangután vaya ma?ana a tu cama, pero no pasa nada.
—Alice, si intenta algo inapropiado, llámame —le dijo Jake, muy serio, todavía con la cuchara en la mano—. Puedo llegar a ser mortífero con el arma adecuada.
—Sí, dale una bota y conseguirá asesinar a Kenneth —se burló Saud.
Y todos empezaron a reírse menos Alice, que observó con una mueca cómo Deane hablaba de forma bastante insistente a Rhett. él solo asentía con la cabeza de vez en cuando.
Esa noche, como de costumbre, Alice no podía dormir. Pero tardó un poco más de lo habitual en poder escabullirse porque había viso a una chica dirigirse a las literas del fondo y, en esos momentos, estaba metida bajo las sábanas con el due?o de dicha cama.
Alice los miró disimuladamente y vio que estaban haciendo eso de besarse. Y de forma mucho más intensa que en la película. Casi parecía que quisieran absorberse el uno al otro.
Frunció el ce?o cuando vio que el chico agarraba a la chica del culo y la atraía hacia él. Concretamente, la ponía encima de su cuerpo. Hacían ruidos raros. Como si estuvieran atragantándose. ?Qué demonios hacían? ?Necesitaban ayuda?
Alice aprovechó el momento para, incómoda, cruzar la habitación e ir de puntillas hacia la puerta. Nadie la vio. Menos mal. Se encaminó mucho más relajada hacia la casa de los instructores con el iPod en la mano.
Rhett abrió la puerta al escuchar sus pasos por el pasillo y la miró con una ceja enarcada cuando entró y le dio el aparato.
—Es curioso que el iPod se te descargue cada día —replicó él, conectándolo a la toma de corriente.
—Es que lo uso mucho. —Alice cerró la puerta a su espalda, todavía algo incómoda por lo de la habitación.
—Y ?cuándo tienes tiempo para usarlo tanto?
—Tú cárgalo y ya está.
Se acercó al montón de películas y se agachó, buscando una conversación alternativa para no tener que confesar que dejaba el iPod encendido para que se descargara cada día y tener la excusa perfecta para ir a verlo.
Pasó el dedo por encima de los títulos. Ya habían visto casi la mitad de la cineteca durante aquellas noches. Al final, escogió una que tenía la carátula de un hombre y una mujer muy cerca el uno del otro, con las mejillas pegadas y la mirada perdida en un punto lejano. Le recordó a los de su habitación. Se quedó mirándolos un instante. Se mordió el labio inferior, pensativa.