Ciudades de humo (Fuego #1)(53)



—?Y tu botiquín?

—Hace a?os que no lo uso, está vacío.

Max le dirigió una breve mirada de reprensión antes de hacer un gesto hacia su coche.

—Vete a por el mío.

Rhett se movió deprisa y Max lo sustituyó. Alice notó que le evaluaba la herida.

—Eh, chica —dijo este, dándole ligeras palmaditas en las mejillas—. Mírame. ?Sabes quién soy?

Ella asintió con la cabeza.

—Solo te ha rozado —le dijo con total confianza—. No te vas a morir porque una bala te roce. El accidente que tuviste con el coche fue peor y sobreviviste, ?no?

Alice no sabía si reír o llorar. Rhett volvió y entregó una pastilla a Max.

—No hay agua —le dijo este a Alice, ofreciéndosela—. Vas a tener que tragártela así.

La chica abrió la boca y él le puso la píldora sobre la lengua. Alice tragó con fuerza y sintió que le entraban arcadas. Sabía fatal. Pero entonces, la cabeza se le despejó de golpe. Parpadeó. La herida seguía doliendo, pero el mundo ya no daba vueltas. Vio que Max y Rhett estaban sentados a su lado, mirando por encima del coche. Ambos iban armados.

—?Has visto quién era?

—?A cien metros de distancia? —preguntó Rhett irónico—. Claro, hasta he distinguido que tenía pecas.

—Por una vez podrías dejar el maldito sentido del humor en casa.

Lo dijo con tanto odio que Alice pensó que, de haber estado en la situación de su instructor, se habría encogido o habría salido corriendo. En cambio, él no pareció notarlo.

Se escuchó algo. Un ruido en el camino. De motor. Se estiró y tocó el brazo de Rhett, cuyos ojos fueron directos a la herida; probablemente pensaba que le dolía más.

—Un... coche —apenas podía hablar.

Los dos hombres se pusieron de pie a la vez. Max llevaba una escopeta, que cargó enseguida, mientras Rhett, que llevaba dos pistolas, entregaba una a Alice. Ella se la metió en el cinturón para, con ambas manos, apoyarse en la carrocería y ponerse en pie. Decidió que lo mejor en su estado era colocarse detrás de ambos y no estorbar.

Tres coches blancos aparecieron por el camino y se detuvieron delante de ellos, en posición defensiva. Alice los observó con atención y frunció el ce?o.

Entonces, una mujer vestida de gris ceniza bajó de uno de los vehículos y miró a su alrededor. A Alice se le heló la sangre nada más verla. La recordaba. Recordaba su mirada de condescendencia, su mono gris ceniza y la chapita con su nombre. Giulia.

Eran los mismos que habían invadido su zona.





11


    El gris ceniza


Por mucho miedo que le diera, no podía despegar la mirada de la mujer. Era alta, esbelta y tenía el pelo oscuro. Las facciones de su cara eran duras, marcadas, con la mandíbula algo prominente y una arruga entre las cejas que indicaba que se había pasado gran parte de su vida seria. Miró a su alrededor como si fuera la due?a de todo. Unos siete hombres se colocaron al lado y detrás de ella, protegiéndola. Todos con sus monos gris ceniza.

Era la mujer que había visto al escapar de su antigua zona con 42. Las había mirado, pero no les había prestado atención, ?verdad?

Quizá no se acordara.

Por favor, que no se acordara.

Detrás de la mujer había un chico de la edad de Alice que los observaba con ojos atentos. Tenía el pelo oscuro, al igual que la piel y la mirada. Su complexión era más bien delgada y esbelta, y sujetaba un fusil de francotirador sobre el hombro. Alice se llevó una mano al brazo herido inconscientemente.

—Giulia —saludó Max a la mujer, más tenso de lo que aparentaba.

—Max. —Ella esbozó una sonrisa de falsa cortesía—. Cuánto tiempo sin verte.

Alice intentó no mostrarse sorprendida. ?Se conocían? ?Eran amigos? Si eran amigos, estaba perdida. Completa y absolutamente perdida. Asustada, se colocó disimuladamente detrás de Rhett para que no le vieran la cara.

Porque si lo hacían todo se iría —como diría Jake— a la pu?etera mierda.

—Siento lo de antes —a?adió Giulia—. Creímos que erais androides. Ya sabes cómo está la cosa ahora.

—En nuestra ciudad tenemos más cuidado antes de apretar el gatillo —le dijo Max, mirando al francotirador, que no parecía en absoluto avergonzado.

—Bonitos coches —comentó Rhett.

Eran los que habían robado de la antigua zona de Alice.

Giulia clavó en él sus ojos gélidos y sonrió un poco.

—Cortesía de la zona oeste. Sufrimos algunas bajas para conseguirlos, pero yo diría que valió la pena.

A Alice le pareció que Rhett se tensaba, pero al menos no se movió.

—?Queréis algo? —preguntó Max, claramente invitándolos a que se marcharan.

—De hecho, sí. —Giulia se acercó a ellos, pero solo miraba a Max. Ni siquiera se había fijado demasiado en los otros dos—. Busco a un androide.

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