Ciudades de humo (Fuego #1)(49)



él tocó un botón y el peque?o compartimento se abrió. No había gran cosa, solo un botiquín, munición y un aparatito blanco con un cablecito delgado enrollado a su alrededor. Enseguida lo reconoció como el objeto que usaba la chica de su sue?o. Casi no pudo contener la emoción cuando Rhett se lo dejó en el regazo tras cerrar la guantera.

—Quédatelo. —Hizo un gesto vago, como si no fuera gran cosa—. Ya tengo otro. El mío es azul.

—?Eh? ?Es... para mí?

Rhett frunció un poco el ce?o.

—No es para tanto, no lo digas así.

—?Sí es para tanto, es un regalo! —Alice lo miró como si fuera un verdadero tesoro—. Te prometo que lo cuidaré muchísimo y...

—Solo es un iPod. —él carraspeó, incómodo—. Para escuchar música. Cuando se quede sin batería, dámelo y lo cargaré. Los alumnos no tenéis tomas de corriente.

—Y ?cómo funciona?

Rhett cogió el aparato y le explicó:

—Te pones esto, los auriculares, en las orejas, aprietas aquí... y ya.

Ella se colocó los auriculares. Estaban fríos. Pulsó el botón y dio un salto del susto cuando la música inundó sus oídos. Rhett empezó a reírse. Le dijo algo, pero no lo oyó. Se quitó un auricular.

—Si pulsas una de las flechas, escucharás otra canción.

Ella lo hizo. Y estuvo casi todo el trayecto restante pasando canciones de manera compulsiva. ?Quería escucharlas todas!

Y, de repente, la música que había escuchado Alice en su sue?o empezó a sonar. Cerró los ojos y casi pudo notar la hierba bajo sus dedos y el sol calentándole la piel, justo como lo había hecho esa chica. Era extra?o.

—?Te gusta? —preguntó Rhett, que la estaba mirando con curiosidad.

—Sí. Mucho.

No dijo nada. Solo la contempló unos segundos más antes de mirar de nuevo hacia delante.

Al final, Rhett se detuvo en un claro que había al final del camino y bajó del coche, estirándose mientras bostezaba. Alice lo siguió, tras dejar su ahora preciadísimo iPod encima del asiento.

La había llevado a una colina desde la que se veía perfectamente la ciudad. Habían rodeado una de las peque?as monta?as que la bordeaban, atravesando la parte menos frondosa del bosque, y ahora estaban a unos pocos pasos de una caída de más de veinte metros.

Quitando ese detalle, era un paisaje precioso. El camino desaparecía unos metros atrás, donde habían aparcado, y dejaba paso a una zona verde, aunque agreste, a su alrededor. Había un pu?ado de árboles repartidos de manera muy uniforme, pero Alice solo se fijó en el que estaba pegado al precipicio, cuyas raíces se enzarzaban y sobresalían por el otro lado de la monta?a. Se acercó a él y notó que una mano enguantada la alcanzaba del codo y tiraba de ella para volver a alejarla del abismo. Rhett tenía el ce?o fruncido cuando la plantó delante de él.

—No te acerques ahí —le advirtió.

—?Solo estaba echando un vistazo!

—Y, con tu suerte, seguro que por ese vistazo acabas cayéndote y yo tengo que rescatarte para que Max no me mate. Aléjate de ahí.

Ya estaba don mandón atacando otra vez. Lo siguió con la mirada, molesta, y decidió pasar a otro tema.

—?No deberíamos estar en el campo de entrenamiento?

—Hoy no.—Rhett dejó las cosas que había ido a buscar mientras Alice inspeccionaba el precipicio—. Móntalo en dirección a la ciudad.

Resignada, la chica se agachó y empezó a ensamblar la estructura como él le había ense?ado unos días antes.

Mientras terminaba, vio de reojo que Rhett se dejaba caer en el suelo, relajado, y entrelazaba los dedos debajo de la nuca.

?Permanecería allí tumbado mientras ella hacía todo el trabajo? No parecía muy justo.

—?Eso es todo lo que harás? —preguntó molesta.

—Ese es el plan, sí.

—Pero ?por qué no podemos hacer esto en la ciudad?

—Porque hoy realizarás la prueba de nivel.

Alice movió una tuerca que salió volando. Rhett la agarró al vuelo y se la devolvió, divertido.

—Tranquilízate. Max quiere ver cómo vas.

?Iba a tener que disparar con Max, el intimidante Max, mirándola fijamente? Vale, eso no ayudaba mucho a que se calmara. De hecho, otra tuerca salió volando y tuvo que ir corriendo a buscarla mientras Rhett negaba con la cabeza.

Un rato más tarde, cuando estuvo todo preparado, lo miró de nuevo. Rhett había cerrado los ojos, pero estaba claro que seguía despierto. Nadie dormía con ese ce?o tan fruncido.

—Ya está —anunció.

—Pues muy bien.

—?Tengo que hacer algo más?

—Sí, callarte hasta que llegue el ocupado de Max.

Alice puso mala cara y se sentó cerca de él, cruzándose de piernas. Al apoyar las manos en el suelo y echar la cabeza hacia atrás, la combinación de la hierba entre sus dedos y el sol calentándole la piel le hizo sentir la misma paz que la chica del sue?o. De hecho, le gustó mucho.

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