Ciudades de humo (Fuego #1)(54)
Ay, no.
—?A uno? Hay cincuenta, por si se te había olvidado.
—Ya no. —Ella sonrió—. Los exterminamos, ?no te ha llegado la noticia?
—Lo que me llegó es que habíais matado a todo el mundo, sin distinguir entre androides y humanos.
Alice era perfectamente consciente de que Max y Rhett sabían que esa era su zona. Y solo mencionarlo sería un desastre.
Sin embargo, daba la impresión de que la estaban protegiendo.
—Bueno, es otra manera de decirlo, sí. —Giulia se encogió de hombros con cierta elegancia—. La cosa es que se nos escaparon algunos, pero estamos buscando uno en concreto.
—Si se te escapó a ti, debía de ser un androide muy listo.
—Me gustaría ver si lo es tanto cuando lo atrape. Androide 43. Tiene ese número en el estómago. Es bastante fácil de identificar.
Alice sintió que su cuerpo se ponía tenso. Rhett la miró de reojo, confuso.
—Esa descripción es muy vaga, Giulia —comentó Max—. En nuestra ciudad no vamos revisando barrigas.
—No tengo más información. Solo sé el número y que estaba solo.
—No lo hemos visto.
—Max, querido... —Giulia esbozó una frívola sonrisa—. No me estarás mintiendo, ?verdad?
—No tengo por qué mentirte, así que vuelve por donde has venido y vete a buscar a ese androide donde puedas encontrarlo.
Max movió un poco la escopeta, haciendo que los acompa?antes de Giulia se pusieran en guardia. La mujer, por su parte, soltó un bufido de burla exagerado.
—Creo que no eres consciente de la situación —le dijo al guardián supremo, borrando su sonrisa—. Necesitamos a todos los androides. Son peligrosos. Han sufrido un fallo y tenemos que ocuparnos de solucionarlo.
—Seguro que lo haréis de forma muy caritativa —murmuró Rhett.
Giulia le dedicó una breve ojeada molesta antes de volver a ignorarlo.
—Desgraciadamente, no es el único que ha escapado. Ya hemos tenido problemas en dos ciudades con gente que iba en contra de Ciudad Capital, en contra del líder, intentando ocultar esas... máquinas. No lo entiendo.
—Me hago una idea de las represalias que habréis tomado —respondió Max, e incluso Alice pudo notar su desprecio.
—El Comité General no se anda con tonterías. —Ella levantó una ceja, mirándolo—. Si eliges a los androides antes que a nosotros, no esperes que nosotros te elijamos a ti. Sabes lo que pasará. Lo que le sucederá a tu preciosa ciudad. Y a ti mismo.
—?Es una amenaza?
—Ah, no. Es una advertencia. Sé que eres un buen guardián supremo y que procuras por tus ciudadanos. Sería una pena que una mala elección los pusiera en peligro.
Max apretó la mandíbula, muy tenso.
—No tenemos androides. De haberlos tenido, los habríamos mandado a la capital.
—Mi trabajo, Max, es cuestionarme eso. ?Estás seguro de que no sabes nada?
—Si lo hubiéramos visto, lo habríamos abatido.
Alice notó que un escalofrío le recorría la espina dorsal. Giulia, por su parte, miró un momento más a su interlocutor. Parecía pensativa.
—He oído que hay un miembro nuevo en tu ciudad. Un buen tirador.
Oh, no.
—Una buena tiradora —corrigió Rhett.
Oh, no, no, no...
—?Y qué hay de ella? ?No te parece sospechosa?
—Mi gente se ocupó de comprobar su origen.
Giulia lo analizó un momento con una peque?a y gélida sonrisa.
—Me encantaría conocerla cuando visite tu ciudad.
E, inesperadamente, clavó sus ojos en Alice.
Ella, claro, dio un paso atrás y se ocultó detrás de Rhett.
—?Esa es la tiradora? —preguntó Giulia burlona—. Parece un cervatillo asustado. ?Por qué no te acercas y...?
—Déjala en paz —la cortó Rhett bruscamente.
Todos se volvieron hacia él, sorprendidos. Especialmente Alice. Pero él mantuvo la mirada fija en Giulia, que entrecerró los ojos.
—Le estaba hablando a ella.
—Pues ella no tiene nada que hablar contigo.
Max, al ver que la tensión crecía, carraspeó para atraer la atención de nuevo hacia él.
—Será un placer acogerte cuando gustes, Giulia —dijo, aunque era obvio que pensaba lo contrario.
—Estoy segura de que sí. —La mujer los observó un instante más antes de darse la vuelta—. Hasta pronto, Max.
Alice estaba a punto de volver a respirar cuando vio que el francotirador se había quedado mirándola. Sintió que su cuerpo entero se ponía rígido, pero él no hizo nada, solo la miró fijamente.
Entonces, Rhett se interpuso entre ambos y el chico lo miró a él con el ce?o fruncido antes de seguir a sus compa?eros. El guardián no lo perdió de vista hasta que se subió al vehículo.
Ninguno de los tres se movió hasta que los coches hubieron desaparecido del todo.