Ciudades de humo (Fuego #1)(55)
—?Lo conocías? —preguntó Max bruscamente a Alice.
—?A quién? —A ella le temblaba la voz.
—Al androide 43.
Alice negó con la cabeza, muy nerviosa. Max apretó los labios.
—Es una lástima. Nos habrían dado una buena recompensa por él.
—No es mercancía —se escuchó decir a sí misma.
Los dos se quedaron mirándola.
—Es... Los androides son como personas —murmuró torpemente—. Cuando conviví con ellos, no podías notar la diferencia entre...
—No importa lo que fuera esa cosa —espetó Max—. Casi nos matan por su culpa.
?Esa cosa?, pensó Alice. Ni siquiera la consideraban más que una cosa.
Max abrió la puerta trasera de su coche y lanzó la escopeta al asiento. Cuando Rhett hizo lo mismo, Alice trató de seguirlo. Estaba deseando volver a la ciudad y...
—Tú no. —Max la se?aló de repente—. Tú vuelves conmigo.
Alice se volvió hacia Rhett, sorprendida, y vio que él parecía haberse enfadado bastante por ese comentario.
—Sé conducir perfectamente, Max.
—Si se te da tan bien como cuidar de la gente, seguro que os matáis por el camino.
Rhett apretó los dientes.
—No ha sido culpa suya —intervino Alice, haciendo que ambos la miraran—. Fui yo la que estaba en la colina y él me ayudó a...
—Tenía que cuidarte y no lo ha hecho —soltó Max, todavía con los ojos clavados sobre él—. Al parecer, es un experto en eso.
Alice no entendía nada, pero Rhett pareció furioso. Se quedó mirándolo un segundo más y después subió al coche dando un portazo. Los neumáticos levantaron una nube de polvo cuando aceleró bruscamente y desapareció por el camino.
—Sube —ordenó Max, que había ido a recoger sus cosas y las metía en el maletero. Alice obedeció, sujetándose la herida con la otra mano.
Max se sentó al volante segundos después y aceleró. él iba mucho más lento que Rhett, por lo que Alice supuso que el viaje sería el doble de largo. Y sin música. Se le iba a hacer eterno.
—?Rhett te ha dicho que la bala solo te había rozado? —preguntó Max al cabo de un rato.
Incluso cuando hablaba tranquilo, su voz sonaba como un trueno.
—Eeeh... Sí. Y tú también.
—Por la manera como sangra, te ha dado de lleno. Seguramente no quería que te asustaras. —Frunció el ce?o mientras miraba a la carretera—. Yo tampoco quería asustarte. El miedo no ayuda en situaciones así. No morirás desangrada, de todas formas. ?Te duele mucho?
—No —murmuró, sin saber qué decir. Max no parecía una persona muy habladora.
—?Qué ha pasado exactamente?
Alice suspiró.
—Estaba junto al barranco y me dispararon en el brazo. Caí, pero logré agarrarme a una raíz. Rhett me ayudó a subir..., estuvo a punto de despe?arse solo por salvarme.
—?Y después?
—Nos escondimos detrás del coche y me vendó la herida.
Max se quedó pensativo unos segundos, cosa que hizo que los nervios de Alice se multiplicaran.
—Sé sincera —dijo al final, sin mirarla—. Conocías a Giulia, ?verdad?
—?No! No la conocía en... en absoluto.
—No me mientas. Cuando la has visto, has corrido a esconderte como un animalillo asustado detrás de Rhett.
Ella no dijo nada. Principalmente, porque era cierto.
—?Cómo escapaste de ella?
Alice no sabía qué decir. Tenía la impresión de que, si mentía, Max lo sabría enseguida. Pero tampoco podía decir la verdad, porque al parecer la entregaría a Ciudad Capital.
—Robé un uniforme de una de sus soldados para escapar de mi zona —murmuró, finalmente.
Para su satisfacción personal, Max por fin cambió su expresión tensa a una ligeramente sorprendida.
—?Conseguiste robarle a Giulia? —preguntó perplejo.
—No exactamente... Tuve que quitárselo a una mujer que... mmm...
Silencio. Ella se aclaró la garganta, incómoda, al recordar el rostro desfigurado de la persona a la que había quitado el uniforme 42.
—Era la única forma de pasar desapercibida —concluyó en voz baja.
—No te lo estaba recriminando, habría hecho lo mismo que tú. ?Escapó alguien más?
Alice no entendió por qué Max parecía repentinamente tan interesado en eso, pero todo pensamiento se nubló en cuanto se acordó de 42. Se preguntó qué habría sido de ella. Si seguiría viva. Si estaría bien. Si habría encontrado un lugar al que poder llamar su sitio en el mundo.
Pero no podía decirle esa verdad a Max.
—Ya lo dije el día que llegué —murmuró.
—Pero no me lo creí.